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CULTO
A LA LUZ Por Sabín.
Los grandes cineastas suelen aparecer rodeados de fieles colaboradores que en la mayoría de los casos han contribuido, a veces de forma callada, a crear su estilo y, por tanto, su grandeza. Cuando pensamos en directores de fotografía esa asociación rápidamente nos sugiere algunos nombres, como Gregg Toland y el estilo visual de Orson Welles. O Néstor Almendros y las delicadas imágenes de François Truffaut. Y, por supuesto, Sven Nykvist y su continua investigación de la luz natural en el cine de Ingmar Bergman. Aunque vive retirado desde finales de los noventa, el estreno en el último festival de cine de Valladolid de un documental sobre su vida y su obra (La luz me acompaña, dirigido por su hijo, Carl-Gustaf Nykvist) y la presencia en las carteleras de Infiel, la película de Liv Ullmann, unido al homenaje que nuestra revista está dedicando al binomio Liv Ullmann-Ingmar Bergman, nos ha brindado la oportunidad de hablar de un fotógrafo cuya obsesión fundamental fue trabajar con la luz lógica, incluso si era posible sólo con la luz natural, evitando todo artificio y el exceso de iluminación tan habitual en el cine clásico. Y para conocer la obra de Nykvist nada mejor que su autobiografía,
escrita en colaboración con Bengt Forslund y editada en castellano gracias al
esfuerzo de la Asociación Española de Autores de Fotografía Cinematográfica.
Un esfuerzo que merece nuestro mayor reconocimiento, ya que salvo contadas
ediciones del festival de Valladolid (como el excelente estudio de Juan Antonio
Pérez Millán sobre Pasqualino de Santis, titulado “El resplandor en la
penumbra”) las ediciones de interés para los aficionados a la fotografía
cinematográfica se pueden contar con los dedos de una mano: “Exponer una
historia” de Ricardo Aronovich (editorial Gedisa), “Javier
Aguirresarobe: en el umbral de la oscuridad” de Jesús Angulo, Carlos
Heredero y José Luis Rebordinos (editado por la Filmoteca Vasca), “Maestros
de la luz” de Dennis Schaefer y Larry Salvato (editado por Plot), “El
lenguaje de la luz” (entrevistas con directores de fotografía del cine
español) de Carlos F. Heredero (editado por el Festival de Cine de Alcalá de
Henares) y, sobre todo, el que ha sido la biblia de los últimos directores de
fotografía, sobre todo en el cine español, “Días de una cámara”
de Néstor Almendros (editado por Seix Barral). “No cabe duda de que fue Ingmar Bergman el que me enseñó a sentir veneración (respeto, gratitud) por la luz, la luz real, verdadera y viva. (...) Fue trabajando con aquellas películas en blanco y negro (Como en un espejo, Los comulgantes, El silencio, Persona) y luego en las películas en color (Pasión, Gritos y susurros). Veo estos seis títulos como puntos de referencia en mi camino hacia el descubrimiento de la luz...” La relación de Bergman-Nykvist-La Luz tiene su primer eslabón en la película El manantial de la doncella, donde por primera vez comienzan a eliminar las luces ilógicas, los bellos contraluces y, en general, todos los efectos artificiales. Sin embargo, es en sus siguientes cuatro títulos, todos ellos filmados en blanco y negro, donde su estilo adquiere cartas de nobleza: desaparece cualquier luz ilógica, pero las imágenes conservan una belleza difícil de explicar. Todo se reduce a la máxima sencillez y de ahí nacerá el eslogan de Nykvist para el resto de su carrera: “less is more” (menos es más).
De los cuatro títulos que forman el “arco de la luz” de Nykvist y Bergman, el primero de ellos (Como en un espejo) supuso el primer gran desafío técnico, al rodar casi exclusivamente en amaneceres y atardeceres con las películas escasamente sensibles de la época. En Los comulgantes Nykvist inventó la luz indirecta, rebotando los focos contra unos bastidores de madera con papel vegetal, un tipo de iluminación que luego se ha utilizado casi continuamente para fotografiar rostros delicados. El silencio supuso un paso más en la valoración de las imágenes y de su sencillez, máxime si tenemos en cuenta que en la película apenas hay diálogos. En Persona el trabajo de cámara también se extendió a la composición, ya que es una película casi enteramente filmada en planos generales y primeros planos, con total ausencia de planos medios.
La llegada del color al cine de Bergman fue tardía y meticulosamente estudiada, hasta el punto de haber realizado numerosas pruebas con la reproducción de los rojos (como representación del alma de los personajes) antes del rodaje de Gritos y susurros. Ganar el Oscar a la mejor fotografía por primera vez (luego repetirían con Fanny y Alexander) fue uno de los muchos reconocimientos a la labor de investigación de este dúo incansable. Hoy se recuerdan muchos momentos del cine de ambos. Muchas imágenes. Quizá Nykvist no quiere tener un estilo, aunque sus películas se reconocen, incluso cuando filma en Estados Unidos (los crepúsculos de El cartero siempre llama dos veces, la oscuridad de La insoportable levedad del ser, la luz lógica de Hannah y sus hermanas). Luego la edad y una sordera galopante, que le ha propiciado no pocas discusiones con el mismísimo Bergman en más de un rodaje, le han obligado a abandonar el cine activo. Ya sólo quedan sus imágenes y ahora, en papel, también gran parte de sus experiencias, que como en el caso de la propia autobiografía de Ingmar Bergman, son libros que merece la pena releer de vez en cuando: ayudan mucho más que voluminosos manuales lo que es el cine... y la vida.
CULTO A LA LUZ Sven Nykvist Ediciones del Imán. Madrid, 1998.
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