Johnny cogió su fusil (Johnny Got His Gun, 1971), de Dalton Trumbo

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Luz entre tinieblas

johnny-cogio-su-fusil-0Si había un género cinematográfico que me gustaba sobremanera era el bélico, concretando un poco, el americano. La distinción bipolar entre el bien y el mal, evitando cualquier matiz de gris, facilitaba mi labor de espectador dejando en mi tejado la única tarea de aprender a silbar la canción de El puente sobre el río Kwai, pues eso era la guerra, una victoria del bien a golpe de silbido.

Por ese afán insaciable de aventuras acabas visionando nuevas perspectivas sobre la barbarie de la guerra, mediante la cual la emoción se convierte en un horror fascinante. Echando la vista atrás no tengo claro si era yo, como espectador, quien evolucionaba y buscaba nuevas dimensiones, o si era el cine quien con su metraje provocaba reflexión, cambiando mi opinión sobre la guerra.

Cuando tomé prestada la cinta de la biblioteca esperaba acción, me había dejado guiar por el título sin siquiera leer la reseña. Sin embargo, Dalton rápidamente se encarga de finalizar con la misma dando un «bombazo» de realidad, transportándonos al blanco y negro, permitiendo que la oscuridad se adueñe de la escena, pues es en las sombras donde ocurre todo aquello que deja tras de sí la dichosa guerra.

Nuestro héroe se ha convertido en lisiado sin haber llegado a ser un héroe, sin que su vida, su ilusión o sus acciones hayan causado la más mínima huella en la historia, ofreciendo el efímero consuelo de seguir con vida. Dalton podría haber usado imágenes reales o ficticias para mostrar las secuelas de la guerra, creando en el espectador el estremecimiento mezcla del tedio y la pena. Pero inteligentemente prefiere crear un vínculo de empatía entre espectador y protagonista. Sus pensamientos se convierten en la voz de los nuestros y juntos vamos descubriendo, con desesperación, que no podrá volver a caminar pues carece de piernas, nunca más abrazará a su prometida, ni brotarán palabras de una boca que ya no existe. Johnny sólo verá oscuridad postrado en esa cama de hospital.

Nada queda ya de Johnny más que una mente condenada a conversar consigo misma, a confundir realidad con sueño, deteriorándose en un intento inverosímil de sobrevivir a la locura.

Pero en medio de las tinieblas surge un haz de luz, traído por los hermosos sentimientos de una enfermera que se niega a tratar a su paciente como un objeto, regala ternura y dignidad sin tener prueba alguna de que exista consciencia y por tanto humanidad. El olor de una rosa embriaga nuestro olfato, el de Johnny y el mío, pues ya hace rato que somos uno. Los rayos de sol erizan nuestro vello al hacernos partícipe de la alegría más pura, que brilla por su propia simplicidad y por la intensidad del calor que transmite.

Sin embargo, Dalton no pretende más que dejar un anhelo de esperanza en el ser humano que vive rodeado de barbarie, dejando claro que en la guerra, para que unos pocos ganen, muchos han de sufrir; que tras la aventura no hay más que sufrimiento y oscuridad.

Escribe Víctor R. Estarlich  

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