Una plaza vacía
Hay ocasiones en las que un detalle ilumina una película, define un personaje o introduce una perspectiva diferente que invita a una relectura de lo que las imágenes nos ofrecen.
Uno de esos detalles lo podemos encontrar en Saint Omer. El núcleo constitutivo de la película lo conforman las relaciones maternofiliales. Más concretamente las que mantienen las madres con sus hijas, pues los hijos varones están ausentes por completo del relato.
Y la visión que en las diversas relaciones que desfilan por la pantalla prevalece es la de la incomodidad, cuando no el rencor, hacia el papel que desempeñan las madres, hacia el rol dominante, castrante, que las progenitoras ejercen. El arranque, piedra angular de toda la película, es nada menos que el asesinato por parte de una mujer de su hija de quince meses.
Y aquí es donde surge la disonancia, el detalle, la luz nueva que nos permite cuestionar lo evidente.
Rama, la profesora universitaria y escritora que asistirá al juico de la filicida, visita a su madre antes de desplazarse a la ciudad donde tendrá lugar la vista. Se trata de una reunión familiar en torno a una mujer que está enferma, y a la que nadie va a poder acompañar al médico. Todas sus hijas están muy ocupadas.
La incomodidad se palpa en el ambiente. Nadie parece estar a gusto allí. Da la impresión de que los asistentes se han juntado obedeciendo más a una necesidad a la que no han sabido sustraerse que a su voluntad. El vídeo de épocas anteriores que contemplan no contribuye a relajar la situación, sino más bien al contrario. Todo lo vemos desde el punto de vista de Rama, y desde ahí la figura de la madre aparece envuelta en un halo de culpabilidad.
Sin embargo, en un momento dado observamos a esta mujer, que está sentada en un sofá, arreglar la tela que cubre la plaza que está vacía a su lado, con la intención inequívoca de que su hija la ocupe, de que se siente con ella, cosa que no va a ocurrir.
Unos momentos más tarde, un plano de la frustrada mujer alejándose, de espaldas, completa y cuestiona el discurso de la hija. La madre cruel a la que Rama llama en sueños, como si se sintiera abandonada, invierte las tornas y aparece, ella sí, sola, irremediablemente sola.
Escribe Marcial Moreno