50 años después
Con motivo del estreno comercial de Cerrar los ojos, la última película de Víctor Erice (1940), un cineasta con pocos largometrajes en su haber, pero todos fascinantes, se han reestrenado en salas de cine algunas de sus películas, lo que me ha dado oportunidad de volver a ver El espíritu de la colmena, cincuenta años después de su estreno. Para mí ha sido una ocasión especial poder contemplar en una sala de cine, nuevamente, esta maravillosa película con ojos distintos y me ha permitido comparar mi visión de entonces sobre el filme y la de ahora.
El espíritu de la colmena (1973), el primer y multipremiado largometraje de Víctor Erice, refleja con maestría y gran sensibilidad el estremecimiento que supuso para muchas personas vivir la posguerra española como perdedores. La historia que se propone, escrita por el propio Víctor Erice y Ángel Fernández-Santos, transcurre en los años cuarenta del siglo pasado.
La película subraya a través de su poesía visual una realidad triste y desesperanzada, que se centra en la vida de una familia, cuyos padres, interpretados por Fernando Fernán-Gómez y Teresa Gimpera, parecen refugiados en un pueblo castellano, a modo de exilio interior. La manera tan bella de presentar cinematográficamente la historia no invisibiliza su mensaje pedagógico: una dura crítica sobre el régimen franquista, todavía vigente cuando la película fue estrenada.
Otra faceta que queda reforzada al volver a ver la película es su modernidad, ya que nos confirma la utilidad del cine para, como en este caso, convertirse en una herramienta de denuncia; y también que la belleza formal es un vehículo útil para transmitir mensajes trascendentes.
Las dos hijas de la familia, Isabel (Isabel Tellería) y Ana (Ana Torrent), de ocho y seis años, acuden a la llamada que anuncia la llegada al pueblo de un camión que trae una película para ser proyectada en un local. La sala se va llenando por niños y adultos, para asistir a un acontecimiento poco habitual. La película es Frankenstein. A la pequeña Ana, la visión del filme le causa una fuerte impresión, por lo que no deja de hacer preguntas a su hermana mayor. Esta le informa que el monstruo está vivo y se esconde cerca del pueblo. La realidad es que se trata de un maquis, que huye de la guardia civil.
El monstruo de Frankenstein visibiliza el trato que la gente, la sociedad, da a todo aquel que es diferente. Las miradas de los personajes son un elemento relevante para entender el mensaje que nos propone Erice. Cada uno de los miembros de la familia tiene su propio mundo. Fernando es un observador marginal de la realidad que se nos muestra realizando actividades no productivas: la apicultura, la recolección de setas (comunica a sus hijas los conocimientos heredados y las enseña a distinguir los hongos venenosos) y finalmente su dedicación a la escritura.
Teresa la madre, es una mujer madura, todavía bella, y melancólica, con un pasado sentimental que Erice sugiere con una serie de imágenes alusivas (intercambio de cartas) a relaciones pasadas con una gran sensibilidad. Estas situaciones se van mostrando sin recurrir apenas a los diálogos. Aquí debe subrayarse el valor del gran trabajo del director de fotografía Luis Cuadrado.
Isabel la hermana mayor de Ana, es muy distinta a ella. Parece más integrada, más conforme, menos inclinada a perderse en juegos fantásticos. Ana (una impresionante Ana Torrent) es más fantasiosa. Tiene unos presentimientos, una inclinación natural a no rechazar el peligro, y vivir en sus propios universos. El hallazgo del fugitivo (monstruo) en la vieja casa abandonada junto al pozo, facilitado por su hermana, le proporciona su secreto que, al ser descubierto por el padre, hace que la niña huya, reclamando su libertad, su mundo propio. Ana será finalmente encontrada, pero con esa experiencia ha aprendido que la fantasía puede servir no solo como una forma de evasión, sino también como un medio para enfrentar y procesar la realidad.
Erice viene a decirnos, con gran sensibilidad, que nunca seremos tan sabios como cuando fuimos niños. En realidad, es una declaración de principios estética, que rechaza un cine narrativo, lógico, en favor de un cine sensorial, en el que las emociones y las imágenes son las que aportan todo el sentido.
Cincuenta años después, Erice estrena su cuarto largometraje: Cerrar los ojos. Una película inclasificable en el cine contemporáneo. Un homenaje a la historia del cine (con muchas citas cinéfilas, referencias a los clásicos y conceptos pertenecientes a la modernidad), que se enmarca en una historia ocurrida en España y contada desde el concepto que Erice tiene del cine.
La historia arranca en un lejano 1947 (año en el que asistimos al rodaje de una película dentro de la película, titulada La mirada del adiós). El argumento gira en torno al enigma de una amistad perdida entre un director de cine y un actor que desaparece durante el rodaje sin motivo aparente. Miguel Garay (el director al que interpreta Manolo Solo) se ve empujado años después a rememorar la desaparición del actor Julio Arenas (José Coronado). La desaparición hizo que el rodaje quedara interrumpido y el director abandonase su profesión.
La decisión de Erice de situar un filme inacabado en el centro de la historia remite a experiencias reales vividas por el director vasco. En el guion, de gran calidad, escrito por Erice y Michel Gaztambide, cada diálogo y cada giro de la trama halla su correspondencia en los ámbitos de la historiografía fílmica, la memoria histórica y la trayectoria del propio Erice.
Las referencias al cine clásico son perceptibles en diferentes momentos. Cuando el personaje de Miguel Garay se retira a Andalucía, donde convive con una troupe de almas libres, en una reunión nocturna, Garay toma la guitarra e interpreta la canción My Rifle, My Pony and Me, inmortalizada en uno de los pasajes del western Río Bravo (1959), de Howard Hawks.
El viaje del protagonista a Andalucía parece recuperar el sueño que quedó pendiente en El Sur (1987), el segundo largometraje de Víctor Erice, cuyo rodaje fue interrumpido por el productor Elías Querejeta, quedando incompleta la historia original.
La mirada del adiós, la película dentro de la película de Erice (que fue rodada en soporte fotoquímico de 16 mm) contiene referencias tanto a la Guerra Civil Española como al universo oriental que estaba presente en el guión de La promesa de Shanghai, basado en la novela de Juan Marsé El embrujo de Shanghai (Editorial Lumen) que Erice escribió y posteriormente publicó (Plaza & Janés Editores), pero nunca llegó a filmar.
En definitiva, Cerrar los ojos es una película extemporánea, alejada de cualquier tendencia cinematográfica actual; una fábula sobre el pasado y la importancia de la memoria. Uno de sus temas principales es la vejez: qué supone el proceso de envejecimiento y cómo afrontarlo. En ella se habla de saber envejecer «sin temor ni esperanza», en palabras de su director.
Escribe Juan de Pablos Pons