Una reivindicación necesaria
Acaba de traducirse al español el libro del cineasta francés Luc Moullet titulado Política de los actores (Athenaica/Serie Gong, 2021). Vinculado a la Nouvelle Vague, comenzó su actividad como crítico de cine en la revista Cahiers du Cinéma, para posteriormente pasar a la dirección (22 films) y a la producción cinematográfica.
Este texto, publicado originalmente en 1993 (Cahiers du Cinéma) y ahora recuperado para el lector en español, supone un llamativo complemento a la conocida «política de autor» promovida por los miembros de la Nouvelle Vague, mediante la cual eleva a la categoría de artistas o creadores a determinados directores de cine, siendo el ejemplo más paradigmático el caso de Alfred Hitchcock. En oposición al concepto de directores artesanos, asumido por la industria de Hollywood.
En su sugerente libro, Moullet analiza la trayectoria de cuatro actores excepcionales vinculados al cine clásico norteamericano, a los que otorga la categoría de autores. Se trata de Gary Cooper, John Wayne, Cary Grant y James Stewart. Los dos primeros sin formación dramática previa, al contrario que los otros dos provenientes de Inglaterra y Nueva York. El autor justifica su selección en base a una serie de consideraciones.
Cabe preguntarse, por qué quedan fuera de la lista otros actores o actrices; como puede ser el caso de Henry Fonda, contemporáneo de los anteriormente citados y también un excelente intérprete. Los motivos que expone Moullet son de diversa índole: los cuatro elegidos hicieron toda su carrera en el cine, no es el caso de Fonda, que durante siete años se dedicó al teatro.
La ideología política del cuarteto se inclina a la derecha, mientras que Fonda se posicionaba a la izquierda. Otra característica que Moullet valora en su selección es que todos eran muy altos, lo cual tiene implicaciones para su análisis, como veremos después. Todos nacieron en el breve lapso de tiempo de siete años, a comienzos del siglo XX. Todos trabajaron con Cecil B. DeMille.
Al detenerse en la trayectoria cinematográfica de los cuatro actores seleccionados, el autor lleva a cabo un pormenorizado análisis de la filmografía de cada uno de ellos, fijándose en aspectos de sus actuaciones en la pantalla que permiten extraer un canon de interpretación claramente identificable.
El crítico francés propone una metodología que incluye el análisis pormenorizado de una serie de formas interpretativas, de un «saber hacer» característico, original, consolidado y mantenido a lo largo del tiempo. En consecuencia, la tesis que se propone en el estudio de Moullet es que estos grandes actores del cine clásico de Hollywood fueron también creadores de un estilo personal, claramente identificable en su manera de actuar.
Se trata de un punto de vista original, y en cierto sentido formulado a contracorriente, ya que los actores y actrices, han sido tradicionalmente considerados instrumentos al servicio de las historias y los directores, y a lo sumo, valorados como iconos en los casos más mediáticos. La personalidad de algunos directores y la labor de los críticos a partir de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado supusieron que los realizadores ganaran la batalla de ser considerados autores, en menoscabo de la labor de los actores y actrices.
En consecuencia, Moullet reivindica en su libro a los actores y su oficio. Centra su análisis en su lenguaje corporal, la gestualidad, la manera de moverse en la escena, los pequeños detalles, sus tics y maneras de expresarse conformadas a lo largo de sus respectivas carreras. Alejándose de la mitología vinculada a estos grandes actores, Moullet pone el énfasis en lo que hacen y cómo lo hacen, en sus características maneras de actuar que configuran una vinculación entre actor y personaje hasta confundirlos.
En el caso de Gary Cooper se destaca su imagen elegante, de modelo (medía metro ochenta y nueve), su escasez de movimientos y de palabras, su laconismo casi bressoniano, su discreción y sobriedad, su cualidad de hombre invulnerable, sus silencios elocuentes o su imperturbabilidad. Moullet afirma que en Gary Cooper hay algo del llamado efecto Kuleshov que ningún otro actor ha sabido utilizar mejor: «Como no hacía nada, podía hacerlo todo». Estas características son rastreables desde sus primeros papeles junto a Sternberg, hasta sus trabajos para Capra, Hawks, DeMille, Lang, Vidor, Zinnemann o Wyler.
De John Wayne, el crítico francés destaca su sobriedad, su presencia (medía metro noventa y tres). Habitualmente caracterizado en su rol de hombre de acción, cowboy o soldado siempre generoso, con un rostro prematuramente envejecido —ya desde joven, habitualmente interpretó a personajes con mayor edad que la suya real—. Su característica manera de andar, levemente desequilibrado, contribuía a identificar su imagen particular. Wayne es el actor de la vejez, una vejez matizada y repartida entre los directores que le encumbraron, Ford y Hawks. El actor encarnó al héroe americano por excelencia, «el héroe que ha envejecido pero que necesita aprender lo que es la dependencia».
Para Moullet, Cary Grant es el mejor actor de la historia; su elegancia destaca en cualquier situación (medía metro ochenta y cuatro). Sus personajes se caracterizan por su ambigüedad y dualidad; su gusto por el travestismo y el doble juego (sexual), su apariencia constante a lo largo de más de tres décadas de carrera, y su desbordante gestualidad. Para analizarla, Moullet plantea nueve figuras u orientaciones esenciales en la capacidad interpretativa de Cary Grant: el canguro, lo gimnástico, la oblicuidad, el alejamiento de la mirada, el iris en el desierto, el prestigio de lo oculto, el sombrero, el zoomorfismo, lo coral, el dedo que apunta, la risa falsa, la inmovilidad en el movimiento, o el gesto desplazado. En definitiva, un actor muy completo, capaz incluso de transmitir inseguridad, basándose en la seguridad de sus recursos.
Y de James Stewart, actor imprescindible para directores como Capra, Mann, Hitchcock o Ford, apoyaba sus interpretaciones reforzando sus características de hombre corriente e imperfecto: una voz nasal y trémula, su locuacidad, sus balbuceos y tartamudeos característicos en todos sus personajes. Su físico algo desgarbado (medía metro noventa) le permitía interpretar a personajes violentos y despiadados en los westerns de Mann. Pero su versatilidad también producía otros perfiles como el pasivo hitchcockiano, el cínico fordiano, o el soñador cándido e indolente de las películas de Capra. Moullet destaca la importancia de las manos en la labor interpretativa de James Stewart, identificando hasta ocho significados diferentes a partir de sus movimientos, que combinados en una escena pueden dar lugar hasta dieciocho gestos diferentes.
En definitiva, la obra de Luc Moullet, señala una tesis a contracorriente, incluso provocativa, replanteando la cuestión de quién es el verdadero autor en una obra cinematográfica, un producto necesariamente elaborado de manera colectiva. Su metodología es ampliable a otros grandes actores y actrices de la talla de los aquí analizados, como Gregory Peck, Robert Mitchum, Katherine Hepburn, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, o Greta Garbo.
Reivindicar la aportación del colectivo actoral es un movimiento necesario y justo, que puede ayudar a corregir excesos, e incluso errores, sobre la realidad de la creación cinematográfica.
Escribe Juan de Pablos Pons
Política de los actores | Luc Moullet | Athenaica | Serie Gong, 2021| EAN: 9788418239403