Los bulevares de los sueños rotos

Un inmigrante ilegal chino repartidor de comida a domicilio que debe saldar una deuda; un joven afroamericano vendedor de mercaderías rebajadas y falsificaciones en una trastienda; una joven muchacha dedicada al cine porno sin muchas esperanzas de que su vida cambie; dos prostitutas transgénero que inician una búsqueda por las calles de su zona residencial; un grupo de niños cuyos padres no se ocupan de ellos lo suficiente mientras sueñan con poder ir algún día a Disneyworld; un exactor, antaño estrella del porno, que regresa a una pequeña localidad de Texas de donde proviene…
Sí, estamos hablando de la galería de algunos de los personajes que han poblado el cine de Sean Baker desde sus inicios, que coincidieron a su vez con los inicios de este siglo en el que nos encontramos. Decimos esto porque Baker se ha convertido, con méritos propios y con nota, en un radiógrafo de esa América marginal del siglo XXI menos retratada, esa que está más castigada y que suele ser invisible. En su cine, cada uno de sus personajes vive el reverso del sueño americano. O sobrevive como puede en un entorno que no es muy favorable para poder hacer nada más.
Si repasamos a los susodichos personajes, casi todos ellos deambulan por las calles del sueño americano, que suele concretarse en dos ejes: Nueva York y Los Ángeles (Hollywood, claro está). Con dos contadas excepciones: la de Florida, cuyo sueño radica en poder pisar otro bulevar de sueños, en este caso infantiles, ya que el protagonismo recae en unos niños (The Florida Project, 2017). O la otra excepción de Red Rocket (2019), en la que el protagonista vuelve de la meca del cine —para adultos— a un pueblo de mala muerte, pero sólo para poder idear un plan con el que forjar de nuevo sus sueños.
Vista la retahíla de dramatis personae, llega Anora. Con la Palma de Oro de Cannes bajo su brazo, y predestinada a ser una de las películas destacadas del cine americano de este año. Anora, o Ani como la protagonista quiere que la llamen, es la perfecta adición al museo de personajes de su realizador.
Bailarina erótica, aunque también ejerce la prostitución, es una chica de veinticinco años que vive en Brooklyn, y que verá cómo su vida cambia radicalmente desde el momento en que sus servicios son contratados por el hijo de un oligarca ruso más joven que ella, y al que le interesan más bien pocas cosas en la vida: colocarse, gastarse la pasta a lo bestia, los videojuegos, las fiestas y estar con Anora. Con él, Ani parecerá dejar atrás la vida que hasta ahora había conocido.
Nuevo personaje, nuevo paisaje
En Anora, Baker no sólo nos pasea otra vez por Brooklyn o Manhattan, sino que nos lleva de nuevo a otro bulevar de los sueños rotos, aunque sea fugazmente. Le toca el turno a Las Vegas, otro imperio legendario que parece una tierra prometida y que tanta mitología cinematográfica también nos ha dado en la historia.
Porque la cinta está perfectamente dividida en capítulos no explícitos: la fotografía de la vida cotidiana de Anora como acto de apertura de la obra, el supuesto romance entre Ani y el jovencísimo príncipe azul que la sacará de las calles, su escapada a Las Vegas, una secuencia larguísima a modo de puente hacia lo que va a venir, y una road movie grotesca y enloquecida que nos llevará hacia las secuencias finales. Todo ello dilucidado en dos horas y veinte de metraje.
Dicho esto, queda claro que lo que nos propone la cinta es una odisea. Todo un viaje por el que pasará Ani, y demás personajes, que se revelará como una comedia de trazo grueso, llena de sarcasmo, grosería y desenfreno. Nunca Baker había llevado las peripecias de sus personajes a este nivel, lo que no necesariamente tiene que ser algo positivo o negativo. Los ha cambiado de nivel, ha optado por un estilo nervioso, errático, y ciertamente enloquecedor que no habría podido filmar a no ser que contara con un presupuesto mucho más holgado para esta ocasión. Ahora, parece que todo quiere ser «más».
En efecto, la filmografía de Baker ha sido célebre por lo contrario al «más»; siempre ha sido el «menos es más». Dicho de otro modo, siempre había rodado con unos presupuestos ajustadísimos, mínimos, casi sin medios (recordemos que Tangerine fue rodada en 2015 con las cámaras de unos móviles). Es cierto que sigue con la filosofía de coger a actores prácticamente nunca vistos en la gran pantalla, pero no podría haber rodado Anora con la economía de medios con la que siempre había trabajado. O al menos no como la ha concebido.

Porque Anora es una fiesta megalómana, por la naturaleza de su argumento, sí, pero porque Baker también lo ha querido filmar así. Todo en Anora luce con la sutileza de un brillante y millonario coche deportivo de lujo. La hipertensión de la cámara o la hipérbole de sus secuencias hacen que entremos en un festín desmedido que parece no tener fin. Baker ha decidido llevar más lejos que nunca su cine, lo que no siempre resulta satisfactorio por la inverosimilitud de muchas de las situaciones que plantea. Este «nuevo estilo» del realizador sacrifica el realismo o ese tono pseudo documental del que siempre había hecho gala antes por un estilo salvaje de comedia que, eso sí, siempre logra el asombro.
Este asombro, cabe decirlo, también proviene —como en todo su cine— de una espléndida dirección de actores y de un casting afortunadísimo. Todo el mundo habla de la maravilla que supone ver a Mikey Madison como Ani, y tiene razón, porque su interpretación es inolvidable.
Aunque pocas personas hablan de dos secundarios que brillan desde las sombras. Hablamos de un habitual del cine de Baker como es Karren Karagulian. O de Yuri Borisov —por favor, préstenle atención a este último—, quien lleva un peso insólito de todo el tinglado y lo hace con unos matices dignos de admirar.
Se ha dicho también que la cinta es una nueva vuelta de tuerca al mito de Pretty Woman. Y lo es, en apariencia. Porque lo que vemos no se entiende como un proceso de enamoramiento entre él y ella sino más bien como un capricho despiadado y feroz. Hasta las secuencias más bellas despiertan un extraño sentimiento de rechazo. Lo que viene a resumir todo el cúmulo de contradicciones que contiene Anora. Todo el caos vehiculado por esta obra es, a la vez, su grandeza y su debilidad. Aunque resulte, de igual modo, una loable pieza de cine.
Escribe Ferran Ramírez | Fotos Universal Spain
Más información sobre Sean Baker:
Red Rocket
The Florida project