Magnífico documental sobre un pintor de culto
De Johannes Vermeer (Delft, 1632-75) se conoce poco, algo completamente normal si se tiene en cuenta que fue un artista sin vinculación a una corte, donde todo quedaba registrado y archivado. Nuestro protagonista fue prácticamente un pintor incógnito.
La ciudad de Delft, donde nació y vivió Vermeer, era una ciudad de unos 15.000 habitantes en su época, con una comunidad burguesa ávida de retratos y de escenas de interiores domésticos, de moda entonces. Floreció así la llamada Escuela de Delft, de la que Vermeer fue el más ilustre representante.
Fue el segundo y último hijo de un matrimonio de clase media que tenía una posada cuyo padre era fabricante de caffa, especie de satén, y tenía autorización para comprar y vender cuadros. De este modo el joven Johannes optó por la pintura y, como estipulaba la legislación, tuvo que superar un período de aprendizaje de seis años en el taller de algún maestro, probablemente del artista Carel Fabritius (1622–1654), que también era de Delft, o de Leonaert Bramer (1596–1674). Cumplidos los 21 fue admitido en el gremio de San Lucas, el de los pintores y artesanos, y pudo firmar sus obras y venderlas.
Ese mismo año contrajo matrimonio con Catharina Bolnes, hija de una familia acomodada. Probablemente fue una boda por amor. La madre de ella, la viuda Maria Thins, aceptó el enlace sin convicción pues su futuro yerno era de una familia menos pudiente y era protestante.
Aunque no está claro si Vermeer se convirtió al catolicismo, tras la boda, él y su esposa fijaron su residencia en el «barrio papista», lo que en una sociedad mayoritariamente calvinista le cerraba algunas puertas.
Hacía ya más de un decenio que Holanda había dejado atrás su conflicto con España y el país estaba en pleno auge económico. Era la época dorada de la pintura de género, en la que los burgueses gustaban de contemplar las comodidades y los lujos de sus domicilios.
Vermeer siguió las mismas temáticas que sus coetáneos, pero elevó lo cotidiano a la categoría de sublime. Sus protagonistas irradiaban una dignidad y un misterio nunca vistos. Sus espacios respondían a una minuciosa planificación. Las texturas parecían reales. Hay que observar un Vermeer a pocos centímetros para percatarse del porqué de la ilusión de realidad: cada superficie es fruto de cientos de cuidadas pinceladas.
El talento de Vermeer fue reconocido por sus coetáneos, sin embargo, el artista tenía un problema: la ejecución de cada una de sus obras requería una enorme cantidad de tiempo. A veces el visitante encontraba que en su estudio no había ningún lienzo para mostrarle. Los expertos creen que no pintó mucho más de 35 cuadros, mientras el catálogo de cualquier pintor de la época incluye cientos de obras.
Johannes y Catharina fueron un matrimonio feliz, pero siempre falto de dinero. Tenían muchas bocas que alimentar, y la escasa producción del cabeza de familia no proporcionaba ingresos suficientes. Por eso tuvieron que recurrir a menudo a los préstamos.
En 1672 los franceses invadieron Holanda, estalló una guerra de cinco años y el país cayó en una importante crisis económica. Comprar cuadros no figuraba entre las prioridades de nadie y el pintor se sumió en la desesperación: «Entró en un desánimo tal que en un día o día y medio pasó de estar sano a estar muerto», escribió su esposa.
El 15 de diciembre de 1675 Johannes Vermeer recibía sepultura a los 45 años. Su esposa mandó cartas de súplica a los acreedores, finalmente se declaró en bancarrota y ella y su prole sobrevivieron gracias a la ayuda de su madre, la Sra. Thins.
La película de la mano de sus protagonistas
Este documental, magistralmente llevado por la directora Suzanne Raes, es una alegría para los amantes a la pintura en general, y en particular para los que amamos la obra de un pintor misterioso y genial como es Johannes Vermeer, un artista sobre el cual se ha escrito mucho, pero se sabe poco. No hay documentación escrita (cartas, diarios u otros documentos), solo lo que dejó reflejado en sus lienzos. Esto es lo que analiza y expone esta cinta, junto a variadas conclusiones gratas y sorprendentes.
El protagonista de este documento es Gregor Weber, historiador de arte, reconocido experto a nivel mundial en Vermeer y conservador del Rijksmuseum de Ámsterdam. El año previo a su jubilación, Weber se empleó a fondo en lo que era su gran sueño: conseguir la mayor exposición de Vermeer nunca realizada antes. Weber consideró la «joya de la corona» de su carrera la adquisición de tantas pinturas de Vermeer para una exposición muy completa.
La planificación y ejecución de esta retrospectiva de Vermeer es el tema central de este documental de Raes, que se despliega en una fascinante exploración de 79 minutos por parte de expertos, con debates que interactúan con el artista y su legado. Junto a Weber, una serie de entusiastas expertos van en busca de lo que realmente hace que un Vermeer sea un Vermeer.
Relatado el filme por Jonathan Janson, intervienen especialistas como Pieter Roelofs, Abbie Vandivere, Betsy Wieseman, Gregor J. M. Weber y Anna Krekeler. Acompañado ello de una hermosa y envolvente música de Alex Simu y una brillante y sensacional fotografía Viktor Horstink.
A pesar de ser un ícono artístico holandés, muchas de las obras de Vermeer, incluidas las reconocibles La lechera o El arte de pintar, forman actualmente parte de colecciones permanentes en museos extranjeros. Weber y varios colegas del Rijksmuseum, incluido el historiador Pieter Roelofs, consiguieron obtener prestadas esas pinturas para esta exposición.
Viajaron al Frick y al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, al Kunsthistorisches Museum de Viena, al Museo Herzog Anton Ulrich de Alemania e incluso al vecino museo holandés Mauritshuis de La Haya. Cuando hubieron conseguido las telas para la muestra, la investigadora y conservadora Anna Krekeler las colocó bajo su microscopio, pudiendo, además, disfrutar los detalles de las pinceladas de Vermeer de cerca. Una exposición que, como sostiene Weber, debería cambiar nuestra visión del mundo.
Vermeer trabajó en la ciudad de Delft como artista y comerciante de arte, tuvo 15 hijos de los que cuatro murieron prematuramente, pintó unas pocas docenas de cuadros (pequeñas piezas, en su mayoría pintadas en la misma habitación de su casa) y murió a los 43 años en tiempos convulsos y arruinado. Reconocido como una figura revolucionaria en el arte barroco, sin embargo, en vida fue un artista menor, apenas conocido fuera de su ciudad natal y completamente eclipsado en la Edad de Oro holandesa por sus pares Rubens y Rembrandt.
Uno de los grandes enigmas es saber cuántos cuadros pintó realmente. Fue este unos de los desafíos, entre otros, de esta gran exposición. Desafío al que se enfrenta Weber y el historiador y conservador de la exposición Peter Roelofs. Como es sabido, el conservador de pinturas es el encargado de inventariar catalogar y clasificar una colección, de su estudio y documentación, así como de su conservación, protección y su difusión. Pues bien, eso hace Roelofs, mientras se va montando la exposición. Suzane Raes se encarga de la intrigante narrativa mientras recorre la galería: definir qué es un Vermeer.
El documental muestra los desafíos que implica acoger una exposición de esta magnitud, apenas 34 pinturas que se encuentran dispersas por todo el mundo. También aborda las controversias en torno a la «autoría», particularmente con un par de pinturas en disputa. Ambas partes exponen sus argumentos sobre por qué una obra es o no un Vermeer, lo propio para un pintor que, tras su muerte, pasó los dos siglos posteriores en un limbo casi absoluto.
La exposición no ha sido meramente colgar los cuadros en las espaciosas paredes del museo, profundiza en el entendimiento de su autor, intentando resolver el debate sobre el discutido Vermeer, sobre sus cánones morales, su religiosidad, sus conceptos de la justicia o del amor y otros.
Weber relata cómo fue su encuentro con Vermeer la primera vez que vio un cuadro suyo en su adolescencia: «De hecho, me desmayé». Pues, aunque es un señor elegante y ponderado, las emociones siguen aflorando en él, pues siente pasión por Vermeer, con comentarios tan significados como: «parece saber que la cálida luz amarilla tiene frías sombras azules». Y así, la película está llena de tomas casi microscópicas de la obra de nuestro pintor, las pequeñas grietas en la pintura, las pinceladas oscuras, un acercamiento a los detalles. Roelofs viajando a museos por todo el mundo para negociar el préstamo de «sus» cuadros para la exposición. Es una aventura fascinante, no exenta de negocio a un nivel muy elevado.
Junto a estas preocupaciones prácticas, existen «guías» que ayudan a situar a Johannes Vermeer en un contexto más amplio. Personas como Abbie Vandivere y Jonathan Janson, pintor y experto en Vermeer respectivamente, que abordan detalles de sumo interés como las arrugas del chal amarillo de uno de los cuadros, detalles que parecen toscos y no tan interesantes como deberían, etc. Y se une Weber para discutir estos temas sobre pinceladas, colores, sombras y cuantos misterios aún rodean la figura de Vermeer, su época, su vida y su obra.
Hay un trabajo intenso cada vez que se saca una tela de su marco para restaurarla o escanearla. El escaneo es importante, es la oportunidad para reunir todos los Vermeer confirmados –o al menos aquellos sobre los cuales existe suficiente consenso académico– y observarlos, pincelada a pincelada, pigmento a pigmento, capa a capa, quitando restauraciones y añadidos posteriores para analizar y especular sobre la metodología pictórica del maestro.
Hay un momento en el cual Vandivere, conservadora e investigadora del Museo Mauritshuis de los Países Bajos, describe la primera vez que sostuvo la obra de Vermeer La joven de la perla en las manos, la euforia y el asombro que experimentó, el recuerdo hace que sus ojos brillen. Así es con cuantos participan de este evento, conocedores, expertos en lo más alto de sus campos, que han mantenido su pasión y amor por el tema.
Es curioso que sepamos mucho más sobre Rembrandt, el contemporáneo de Vermeer. Rembrandt fue prolífico y versátil; su trabajo estaba claramente influenciado por los maestros italianos (enormes retratos sombríos y más) y casi obsesivamente están plasmados en pinturas, prácticamente un selfie de la Edad de Oro holandesa. Rembrandt experimentó mucho éxito en su vida.
Vermeer, sin embargo, tuvo un éxito modesto y no fue muy prolífico. Sus pinturas tienen un formato bastante pequeño y presentan las mismas habitaciones, eso sí, exquisitamente representadas hasta el más mínimo detalle. En cada uno de los cuadros se ven las mismas fuentes de luz, los mismos utensilios y tal vez incluso las mismas personas. Porque, claramente, pintó a personas que conocía íntimamente, con un predominio de temas con personajes femeninos (ocho de sus vástagos eran mujeres). No hay idealización ni halagos abiertos. Se las ve en ambientes hogareños, haciendo encajes, aprendiendo música, tasando joyas o bebiendo el vino ofrecido por un pretendiente. O sea, no son pinturas para la Corte o la alta aristocracia.
Quienes saben o han conocido a expertos en alguna materia, entienden la emoción, la sorpresa y la turbación que les producen sus hallazgos o descubrimientos. El tratamiento cuidadoso y respetuoso que estos sabios hacen de la obra. Puede tratarse por ejemplo de un librero y cómo busca la página de los derechos de autor mientras trata el libro con sumo cuidado. Por eso es muy reconfortante escuchar en esta cinta compartir conocimientos, lo cual nos ayuda mucho a los legos a comprender por qué algo, como la obra de Vermeer, es especial, única o valiosa.
En un mundo de prisa y superficialidad, donde la experiencia está cada vez más devaluada, los expertos de esta cinta son un grupo encomiable y reconfortante. Saben mucho, comparten lo que saben y nos ayudan, no sólo a mirar un Vermeer, sino que nos enseñan, en general, a mirar con ojos curiosos, atentos y llenos de sorpresa.
De otro lado hay cierto tono de «drama» en el documental, pues en ningún momento en su desarrollo parece falso ni que tienda a aprovecharse para rentabilizar la cámara. A través de los obstáculos burocráticos y toda la politiquería del mundo del arte tras la orquestación de esta exposición, Raes arroja algunas luces sobre el mundo de las bellas artes en su conjunto de modo natural y genuino.
Además, mientras atraviesa una especie de pared infranqueable al respecto, analiza los antecedentes artísticos de Vermeer y por qué su trabajo fue tan estimado. Arroja luz sobre el protocolo de preservación del arte y elimina el término adquisición (por parte de los museos), para mostrar las decisiones de conservación y préstamo.
Es decir, más allá de otras consideraciones la película permite una conexión genuina entre los espectadores y los expertos-actores de la película, permitiéndoles debatir y hablar las maravillas de un artista que la mayoría sólo conoce por La joven de la perla, La lechera o Vista de Delft. «Quiero entender cómo pudo pintar estos maravillosos cuadros», reflexiona Krekeler mientras contempla la obra de Vermeer, La callecita, de 1658, y añade: «Tomemos por ejemplo esta contraventana roja, posiblemente la más bella de la historia del arte».
Al principio, esta declaración puede parecer exagerada; pero cuando la cámara de Raes se concentra en ese detalle y luego muestra a Krekeler mirando la pintura con sumo conocimiento, su fervor es sencillamente contagioso. De repente, incluso el más superficial de los aficionados a la pintura podría convenir e incluso verbalizar con convicción (quizás exagerada) que esa contraventana es la más hermosa jamás plasmada en un lienzo. He ahí cómo nuestros expertos sintonizan con el espectador.
Agradable y contemplativo, Cerca de Vermeer narra la exposición de un maestro del que tanto artistas como especialistas o historiadores saben poco, considerando el profundo impacto que ha tenido en el arte y en la pintura. «Sería interesante saber cómo era realmente», le dice Krekeler a Weber mientras contemplan una pieza que alguna vez se creyó que era un Vermeer auténtico (un autorretrato). «Creo que necesitamos este enfoque personal», le dice antes de concluir: «Todo lo que tenemos son sus pinturas».
Pero incluso sin los detalles personales de la vida de Vermeer disponibles, sus obras ricamente pigmentadas hablan por sí solas tres siglos y medio después. Y cuando no pueden, un grupo de académicos e investigadores dedicados hace todo lo posible para hablar en nombre del arte y del artista.
Para acabar, es una obra técnicamente impecable, muy bien documentada y llevada por especialistas del mejor nivel. Y hay un algo enigmático, esto es, se respira un aire de emoción contenida e intriga que le va muy bien a la película debido a dos aspectos: las combinaciones de la exhibición y las muchas incertidumbres y misterios que representa una figura como la de Vermeer.
Escribe: Enrique Fernández Lópiz | Fotos: Filmin