Inmortales esculturas

«Lo profundo es el aire».
(Jorge Guillén)
Con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento del artista Eduardo Chillida (1924-2002), el pasado Festival de San Sebastián proyectó un notabilísimo documental de Arantxa Aguirre, Ciento volando, sobre la vida y la obra del insigne escultor vasco. En este mes de enero de 2025, el trabajo audiovisual de Aguirre ha llegado a las salas de cine.
Durante la hora y media de metraje, los espectadores pueden sumergirse en las claves artísticas y vitales de un creador que exploró con maestría las múltiples posibilidades de los metales en sus esculturas. La actriz Jone Laspiur nos guía, por medio de las entrevistas que realiza y a través de su voz en off, en un conmovedor recorrido por el inmenso universo creativo de Chillida, ofreciendo un vívido retrato del artista y del ser humano, dos dimensiones inseparables en el caso de este escultor.
Este entrañable viaje artístico arranca y concluye en el conjunto escultórico más conocido de Chillida, El peine del viento (1976), ubicado en la playa de Ondarreta de San Sebastián. Desde su infancia, Chillida amó el mar Cantábrico, y no es casualidad que la que posiblemente sea su obra cimera adquiera su verdadera trascendencia bañada por las olas de aquel mar querido de su niñez.
No obstante, el eje del documental lo encontramos en el Chillida Leku, el museo al aire libre que, a mediados de los años 80, Chillida y su mujer, Pilar Belzunce, empezaron a configurar en las afueras de Hernani. El Chillida Leku se articula como un espacio artístico que sintetiza la extraordinaria riqueza creativa del gran escultor y, asimismo, potencia la vertiente retrospectiva, memorística, de la propuesta fílmica de Aguirre.
Ciento volando tiene en la polifonía de testimonios una de sus máximas virtudes. Por medio de las palabras de familiares, amigos, artistas, colaboradores, trabajadores del Chillida Leku, vamos conociendo la idiosincrasia de un creador único. Chillida defendía que el ser humano no está acabado del todo y, por eso, siempre puede intentar obras nuevas.
En su trabajo con el hierro, recogió una tradición de varios milenios para abrir innovadores caminos expresivos destinados a pervivir en el tiempo. Esta mezcla de tradición y modernidad constituye una de las claves de la grandeza artística de Chillida. La variedad de declaraciones en torno a su figura nos da a conocer a un hombre muy laborioso, familiar, que tuvo amistad con el poeta Jorge Guillén y que consideraba a Johann Sebastian Bach como el compositor más grande de la historia de la humanidad.
En su juventud, Eduardo Chillida vivió en París y en otras urbes europeas, pero regresó al País Vasco, ya que en su tierra natal radicaba su energía, su inspiración y su esperanza. César Alonso de los Ríos afirmaba que hay creadores con territorio, poniendo el ejemplo de Delibes y Castilla. Podemos decir que el territorio de Chillida, donde emanaba su aliento creador, era el País Vasco, como Valencia para Francisco Brines o Galicia para Álvaro Cunqueiro.
El documental de Aguirre, que firma también el guion, posee, a su vez, una bellísima fotografía a cargo de Rafael Reparaz, Gaizka Bourgeaud y Txarli Arguiñano. Una fotografía espléndida, sensitiva, que recoge imágenes de todas las estaciones del año —como hicieran Bertolucci en Novecento (1976) y Mario Camus en Los santos inocentes (1984)—, con planos del cielo, el mar, los árboles, los animales, en días soleados o lluviosos, en jornadas cálidas o tormentosas, vinculando ese transcurrir temporal a las esculturas de Chillida.
En este sentido, quizá el referente fílmico fundamental sea El sol del membrillo (1992), magistral en la vinculación de la climatología —y las modificaciones de luz que esta comporta— y la creación, aunque en la película de Erice el foco de atención se halle en una pintura de Antonio López, en un cuadro que el pintor manchego va componiendo según se desarrolla el filme, mientras que en Ciento volando Aguirre se ocupa de la globalidad artística de Chillida, no de una obra determinada.
Por citar otra diferencia significativa: en El sol del membrillo, el protagonista ostenta una presencia explícita en el largometraje, el propio pintor da cuenta de las esperanzas y los desalientos que le generan su propia pintura del árbol; por su parte, en Ciento volando, la presencia del protagonista es implícita, al modo del Kane de Welles, evocada por varias personas que lo acompañaron en los distintos ámbitos y períodos de su vida.

El filme de Aguirre nos revela también otras vertientes menos conocidas de Chillida: la xilografía o la escritura. Sus propios hijos nos muestran los grabados que compusiera en relación con la poesía de Jorge Guillén o la música de Bach.
A Guillén, que tenía al sustantivo «aire» como una de las claves de su lírica, con todo su caudal metafórico de vida, humanismo y porvenir, le dedicó también una preciosa escultura, ubicada en la ciudad del poeta: Valladolid. La tituló con un verso del propio Guillén: Lo profundo es el aire. Posiblemente, el verso guilleniano pueda condensar, asimismo, el impulso creador de Chillida, cuyas esculturas anhelaron captar la profundidad de la existencia, la simbiosis entre la naturaleza y los seres vivos. Podíamos decir, parafraseando a Antonio Machado, que las creaciones de Chillida son metales esenciales en el tiempo.
En lo que respecta a Bach, el cineasta sueco Ingmar Bergman le llama en reiteradas ocasiones «mi maestro» en su libro de memorias Linterna mágica (1987). De hecho, la música de Bach articuló la maravillosa despedida cinematográfica de Bergman: Saraband (2003). Eduardo Chillida decía que Bach era «la banda sonora» de su vida. Chillida dedicó a Bach estas palabras, acaso iluminadoras de su propio arte escultórico: «Saludo a Bach, moderno como las olas, antiguo como el mar, siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual».
En conclusión, Ciento volando supone un documental muy brillante, donde Arantxa Aguirre transmite el respeto y el entusiasmo por las obras de un artista clásico e innovador.
«Más vale ciento volando que pájaro en mano».
(Eduardo Chillida)
Escribe Javier Herreros Martínez | Fotos A Contracorriente