Como Dios manda (2)

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Apuesta por la pluralidad

La comicidad suscitada por la desubicación de un personaje en un lugar, ante una situación concreta o frente a un hecho inesperado, tiene un largo recorrido en la historia de la comedia cinematográfica.

Enredos provocados por la dificultad de adaptación a un entorno, por las tensiones derivadas de la diferencia social o por el choque cultural entre personas, que con la intermediación de la comedia provocan la burla, la ironía o la sátira a la hora de describir las diferentes formas de afrontar la vida.

Como Dios manda se adentra en este terreno a través de la historia de Andrés Cuadrado (Leo Harlem), un funcionario mayor chapado a la antigua del Ministerio de Hacienda que debido a una sanción es trasladado de manera forzosa al Ministerio de Igualdad, unas oficinas que contrastan ya desde su propio aspecto exterior.

El protagonista es un hombre tradicional –el apellido Cuadrado no es baladí– al que el guion reviste de todos los atributos asociados a la casta funcionarial más rancia y al machismo más recalcitrante. Escondido en una caduca moralidad, exhibe con orgullo su desprecio por el ciudadano que se acerca a las oficinas públicas y deja patente su incomprensión hacia otras formas de entender la vida.

De ahí que el hecho de situarlo en el Ministerio de Igualdad, un lugar que representa el lado opuesto de su ideología y de su forma de comportarse, será el detonante para dejar al descubierto todas sus contradicciones.

Frente a la formalidad de Andrés (traje clásico,  maletín, actitudes decimonónicas), su nuevo trabajo supone un cambio radical con dependencias abiertas sin despacho, personal joven a su alrededor con una presencia mayoritaria de la mujer y donde debe enfrentarse a la realidad social de la gente de la calle.

La película explota todos los tópicos que acentúan las diferencias entre Andrés y sus nuevos y nuevas compañeras como son el uso del lenguaje inclusivo, la presencia de la comida vegana saludable en el office, la diversidad sexual o la crítica al discurso hetereopatriarcal; elementos que sirven para escenificar los conflictos entre el Andrés más tradicional y el Andrés que debe –aunque sea por obligación– adaptarse a los nuevos tiempos para volver a su zona de confort que es la tradición representada por el  Ministerio de Hacienda.

Todo un catálogo de situaciones que favorecen una descripción sociológica de los últimos cambios acontecidos en nuestro país en relación con las políticas de igualdad y al que Leo Harlem –y un amplio reparto de personajes secundarios– consiguen insuflar cierta veracidad para trasladar desde la comedia la problemática de la atención a personas desfavorecidas, la situación de las víctimas de la violencia de género, el problema de los sin papeles, etc.

Dentro de su humor blanco, con algún que otro chiste facilón, la película, al menos, evita caer en el uso de los tópicos (los tics asociados al entorno funcionarial, la exageración del lenguaje inclusivo) para burlarse de los personajes y de los mensajes que estos representan. Como Dios manda esquiva ese escollo repartiendo la crítica casi a partes iguales entre los dos modelos confrontados, la tradición y la nueva realidad social. Dos formas opuestas que terminan encontrando un punto en común desde el que se lanza un discurso sobre la necesidad de convivir basado en el entendimiento y en el respeto.

De ahí que plantee la evolución de unos personajes que se mueven desde el inicial inmovilismo a una razonable convivencia. Las diferentes tramas secundarias (la historia de amor de amor entre una pareja de funcionarios, la delicada situación de una inmigrante sin papeles, la denuncia de la violencia de género de una madre con dos hijas o la incomprensión de Andrés hacia su propia situación familiar) ayudan a visualizar los mensajes optimistas que acompañan todo el relato.

El protagonista es un hombre tradicional –el apellido Cuadrado no es baladí– con todos los atributos asociados a la casta funcionarial más rancia.

El guion de Marta Sánchez, una especialista en traducir a la comedia esa realidad casi sociológica basada en situaciones de la calle (Siete vidas, Aída, Hasta que la boda nos separe, etc.), es puesto en imágenes por Paz Jiménez, que debuta en el largometraje tras una larga experiencia como asistente de dirección en filmes de Alberto Rodríguez o Manuel Martín Cuenca, acudiendo a un estilo visual de comedia americana de los años 60.

El uso del formato panorámico, los colores brillantes, los títulos de crédito iniciales con la pantalla partida –un efecto que repetirá en otros momentos del filme– son elementos que nos retrotraen a un modo de representación clásico en el que se pone en valor los diálogos entre los protagonistas y el gag como recursos destacados de una dirección que apuesta por la sencillez de unos interiores, en los que transcurre tres cuartas partes del filme, completados por la banda sonora (y las canciones) que, junto a la presencia de unos exteriores rodados en Málaga, terminan envolviendo este caramelito dulzón.

Como Dios manda es una feel good movie, en la que todo se ve venir de lejos, con situaciones esperadas y un escaso tratamiento de personajes, pero que es capaz de plantear un mensaje positivo sobre la convivencia pacífica, apostando por la pluralidad basada en el respeto –con la que está cayendo– y que al menos cumple con el objetivo primordial de una comedia que es vender el mensaje provocando  la sonrisa. 

Escribe Luis Tormo | Fotos: Warner Bros. Pictures España

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