Deseo femenino

En la primera escena de la película la cámara se acerca a una niña que permanece sentada en una cama de espaldas al espectador. Por los gestos de la niña intuimos que está explorando su sexo mientras una voz grita su nombre, Mila. En la escena siguiente Mila, ya convertida en una mujer adulta, llega con su pareja a la antigua casa familiar; la protagonista entra en la habitación, que reconocemos como aquella en la que estaba la niña, y sobre la cama Mila se fija en unas arrugas que quedan en la cama justo en el sitio donde se sentó en su momento cuando era niña.
De una forma directa, visual, a través de ese encadenamiento ficticio, Elena Martín (actriz, coguionista y directora de Creatura) deja expuesto el eje central de su película: las huellas de la infancia, personificadas en esas arrugas en la cama que perviven metafóricamente con el paso de los años.
Mila, en la treintena, sufre un bloqueo que le impide disfrutar del placer del sexo, un obstáculo que ahoga su deseo y que distorsiona la relación con su pareja. Una herida mental y física, que deja huellas en su propio cuerpo, marcando el vínculo con las personas que le rodean. El regreso a la casa familiar donde pasó los veranos durante la infancia y la adolescencia, con la esperanza de recomponer una historia de amor que se atisba fracasada, activará la conexión con un pasado cuyas consecuencias se hacen presentes en la actualidad.
La presencia del mar como elemento que facilita el viaje emocional entre las tres épocas en las que se desarrolla la película —infancia, adolescencia y edad adulta— a través de una inmersión física en el agua, pero que también simboliza el hecho de bucear en el pasado, irá desvelando las causas de un trauma que hunde sus raíces en la infancia.
Detalles, conversaciones, testimonios, fragmentos de una vida que la memoria recupera aquí y allá, vivencias tristes y alegres, discusiones con los padres, que terminan conformando un doloroso territorio que Mila debe transitar para reconciliarse con su cuerpo. La estructura de flashbacks nos retrotrae a la adolescencia, el primer deseo sexual, las primeras experiencias y la frustración de sentirse constreñida por mostrarse libre (el buen amigo que cuando Mila toma la iniciativa en el sexo la tilda de “guarrilla”).
La película no se ciñe al relato de coming-of-age ni pone el foco únicamente en la adolescencia, un terreno más conocido y explotado por el cine, pues en ese afán de buscar la carencia que afecta al deseo femenino, Mila continúa descendiendo hasta llegar a la infancia, el periodo donde se gestan los primeros deseos primarios, muchas veces a través de un simple juego, un movimiento, unos roces, que no es más que una expresión de cariño. La Mila de cinco años es alegre, juguetona y disfruta del amor que siente hacia su padre hasta que los condicionantes sociales, la confusión de los sentimientos, los tabúes y un entorno patriarcal que condiciona a todas las personas, convierten la inocencia en culpabilidad.
La mirada de Elena Martín, que comienza desde la coescritura del guion junto a la también cineasta Clara Roquet, y continúa con una planificación y dirección muy medida, esquiva radicalmente cualquier exposición morbosa apostando por un acercamiento tierno y luminoso a la infancia. Un equilibrio en el que se desecha la existencia de un hecho puntual que sirva de detonante ni que enfatice dramáticamente la historia pues precisamente lo que se expone son esos pequeños detalles, las micro represiones que reproducidas una y otra vez van acumulándose, a modo de capas, hasta que terminan marcando una vida.

La película adquiere una mayor complejidad al huir de un esquematismo en el que la culpabilidad recaiga en personas concretas. En este sentido, los hombres que rodean a Mila —como son su padre o su pareja— no son culpables en un sentido estricto. Todo lo contrario. Se muestran comprensivos, dubitativos y exponen su propia fragilidad porque, aunque el personaje de Mila es central, las carencias y heridas emocionales se extienden prácticamente a todos los personajes; incluso el entorno familiar de Mila no está cargado de connotaciones negativas, son una familia progre donde en apariencia se fomenta el diálogo y el respeto.
De ahí que es toda la serie de factores sociales, generacionales, que fermentan en el poso de una sociedad machista, patriarcal, los responsables de una represión soterrada que con el paso del tiempo acaba generando una situación traumática que afecta a Mila, incapacitándola para relacionarse con su cuerpo y su sexualidad.
La cámara flota, moviéndose entre los personajes, para acompañar la búsqueda de las causas que fomentan su bloqueo, interrogando a los personajes con el uso de los primeros planos y dando el protagonismo no a la acción sino a las consecuencias de esa acción; de esta forma vemos la impresión que le causa a las adolescentes la visión de la escena de sexo por el ordenador a través de sus rostros o cómo en las escenas de sexo de la Mila adolescente o adulta es su rostro el que focaliza y aporta el sufrimiento y la asfixia.

Pero Creatura no es un filme de tesis. Es una película expositiva, que capta aquello que se encuentra en el ambiente pero que nadie comenta; poniendo en imágenes la vivencia y el sufrimiento de una mujer que ha terminado somatizando la frustración del deseo sexual. Es también un relato que se abre a otros temas como la comunicación intergeneracional en la familia, las relaciones de pareja, las carencias afectivas, la normalización del sexo o el peso de la memoria.
Repleta de simbolismos que revelan el dolor, desde las pesadillas —ese sueño en el que Mila descubre que no tiene sexo— hasta la urticaria que estigmatiza su cuerpo, la película adquiere en su parte final un tono casi mágico que acaba en la explícita —y necesaria— escena final que cierra el círculo que se abría al inicio de la película; un viaje que finaliza otra vez en ese espacio reconocido por Mila en el mar, en el agua, en el entorno cercano y sanador del mar.
Elena Martín —tras su meritorio debut en el cine con Júlia Its— avanza un paso más en su filmografía para confeccionar un filme íntimo, personal, capaz de sobrevolar con equilibrio sobre aspectos considerados tabú, incómodo, oscuro en ocasiones, luminoso en otras, para radiografiar un personaje femenino que tiene la necesidad de rastrear en el pasado para retroceder a aquellos lugares que explican el origen de su herida, del agujero emocional que le impide disfrutar del deseo sexual, del placer.
Escribe Luis Tormo | Fotos Avalon Cine