Del revés 2 (2)

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En construcción

Vuelve Del revés, casi diez años después del estreno de la primera entrega, y alentando la previsión de que quizá haya una tercera. Riley, la protagonista, ha crecido y ahora es una niña de trece años que de la noche a la mañana entra en la adolescencia.

En lo que hasta el momento ha sido la principal virtud de la saga, que es su capacidad para metaforizar el funcionamiento de la mente humana, Del revés 2 no decepciona: con la irrupción de la pubertad, todo se vuelve caótico, impredecible e ingobernable. Todo está a medio hacer, y los protagonistas no saben muy bien cómo orientarse en la nueva situación. Nada mejor para ejemplificar eso que una obra con sus grúas, operarios que lo dejan todo por medio y a medias, y un desorden generalizado que se sigue imperativamente del proceso de destruir para construir.

En la nueva personalidad en construcción de Riley aparecen nuevas emociones como Ansiedad, Envidia, Vergüenza y Aburrimiento o «Ennui». De todas ellas, Ansiedad es casi la única que tiene un verdadero protagonismo: excesivo y tiránico, se diría, que llega a ilustrarse como una especie de Gran Hermano con la tensión alta y el pelo encrespado. Vergüenza es un secundario digno de su personalidad, que apenas barrunta palabra, aunque tiene un cierto peso en la trama, y tanto Envidia como Ennui son personajes casi de relleno que ni siquiera parecen responder a su propia definición: la primera más bien representa un gregarismo o seguidismo de ánimo prosocial y la segunda tiene una clara inclinación al cinismo y la desgana.

Con todo, la más entrañable de las nuevas emociones aparece tan solo en un par de ocasiones, y a fe mía que en todas lo borda: Nostalgia, que se apodera de la pantalla cada vez que se hace presente en forma de viejecita tejedora de ganchillo. Un verdadero hallazgo que nos habla de la virtud de la simplicidad y la oportunidad a la hora de confeccionar un buen guion.    

Dentro de estas innegables virtudes que también atesora Del revés 2, debemos señalar la capacidad para jugar con el espectador y con sus previsiones, con su tendencia a pasarse de listo. Y digo esto porque es fácil torcer el gesto cuando el nuevo icono que representa el árbol de las creencias de Riley –y el hecho de que lo que configura su personalidad se denomine «creencias» también rechina en su inconcreción, por la carga intelectual y no solo emocional del concepto– repite constantemente el mantra «soy una buena persona».

A uno tiende a subirle la disneyrubina cuando lo escucha, pensando que de nuevo la marca del ratón ha metido su redonda nariz en la aguada picardía de Pixar. ¿Acaso alguien puede tener tan alto e indubitado concepto de sí mismo sin ser un absoluto estúpido arrogante, henchido de superioridad moral?, nos preguntamos cada vez que semejante aserto resuena en la conciencia de Riley.

Sin embargo todo se explica, como sucedió en Del revés, por un exceso de celo de Alegría, y lo que parecía un dislate disneyrubínico acaba por ser base de la moraleja de la película: si en la primera entrega se nos advirtió de la necesidad de valorar la Tristeza, ahora se nos previene sobre… bueno, mejor que lo vean ustedes mismos. Simplemente diré que caí en la trampa por exceso de desconfianza y me resultó reconfortante saber que los guionistas habían jugado conmigo y logrado ganar la partida a mi ceño fruncido.

Pero del mismo modo –ataca de nuevo el recelo– tal premisa parecería asumir un determinismo excesivo, que dejaría a Riley –y a cualquier otra persona– como una marioneta en manos de las emociones que controlan el cuadro de mandos. No obstante LeFauve y Holstein, guionistas avezados, salen también de esta: hay momentos en los que Riley parece guardar si no un resquicio de libre albedrío, al menos sí un pizca de resistencia, que impide que las emociones avancen impertérritas hacia el dominio total de su entidad psicofísica.

La inevitable sensación de hallarse ante algo ya visto, que no tiene la frescura del original y que solo sorprende a ratos.

Así, Riley acaba por transformarse, con todas sus imperfecciones, en un auténtico prototipo –no olvidemos que hablamos de una adolescente– de ser humano, que calibra dialécticamente el conflicto perpetuo entre razón y emoción merced al autoconocimiento de sus límites y potencialidades.

Pero precisamente este recurso a la moraleja basado en los prejuicios del espectador deja también la inevitable sensación de hallarse ante algo ya visto, que no tiene la frescura del original y que solo sorprende a ratos. No puede negarse que hay algunos chistes bien elaborados y ocurrentes, pero también algunos clichés con los que se quiere homenajear a su predecesora no excesivamente trabajados y que a veces logran lo contrario de lo propuesto: allá donde Bing Bong lograba alturas emotivas bien consistentes, aquí la riñonera de resonancias dóricas solo consigue replicar el hastío que produce la mochila de la exploradora en que se inspira.

Lo mismo sucede con el supuesto viaje alucinante al fondo de la mente a través del flujo de la conciencia: no cumple con la satisfactoria emulación de una road movie que tan bien ejemplificó la película original, ni presenta paisajes psíquicos tan estimulantes.

Pixar debe seguir haciendo lo que siempre había hecho: contar buenas historias desentendiéndose de los flujos de la «buena conciencia».

Pero más que de las cuestiones de detalle, quizá debiéramos hablar también de la atención y el cuidado hacia todas las tramas, porque toda esta en el fondo bien construida metáfora sobre la mente adolescente no puede ocultar el hecho de que la historia de Riley en el «mundo exterior» es terriblemente arquetípica, previsible y aburrida… en una palabra: apresurada y descuidada, indigna de los escritores de Pixar. 

Aquellos desajustes menores de traducción o interpretación (envidia / aburrimiento / creencias), unidos a la deficiente escritura de la historia que provoca las ansiedades de Riley, hacen que Del revés 2 no esté en absoluto a la altura de su predecesora, y que deba ponerse las pilas para darle continuidad a la saga con una posible tercera entrega. Si en ella aparece el amor como emoción y algún personaje masculino que cumpla al menos con la cuota de secundario digno sin ser estúpido o malvado, no podremos menos que dejar de sentir un tipo de recelo que quizá sea también infundado, pero indudablemente nutrido por el signo de los tiempos.

Pixar debe seguir haciendo lo que siempre había hecho: contar buenas historias desentendiéndose de los flujos de la «buena conciencia». Está claro que cuando la «despierta» Alegría actúa sin cortapisas, procurando conseguir un bien absoluto, se producen catástrofes inimaginables.

Acaso esta sea la verdadera moraleja de la película.   

Escribe Ángel Vallejo | Fotos Disney España