Desconocidos (3)

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El reencuentro con el pasado

Esta película del director Andrew Haigh se ha basado en la novela Strangers, del japonés Taichi Yamada, escrita en 1987 y de la que existe una versión anterior, Verano con un extraño (1988), de Nobuhijko Obayashi.

Premiada en los galardones del cine británico y presentada en varios festivales, es un filme que ha sido interpretado de varias formas, entre otras como una historia de fantasmas. Por supuesto, ni es una película de terror, ni de humor, y los tales fantasmas solo existen en la cabeza del protagonista (Adam), de la misma manera que Joanna Hogh hizo en La hija eterna: el reencuentro de la protagonista con su madre muerta, en un recordatorio de las estancias de ambas en un hotel al que iban todos los años.

Hay que decir algo que parece ser nadie ha tenido en cuenta, que en filme de Haigh, lo mismo que en el de Joanna, la protagonista escribe un guion. Ambas son historias de amor, diferentes por supuesto. Aquí el amor se extiende a los padres del protagonista, muertos hace 30 años, así como el encuentro con otro amor, el de un vecino, lo que supone aceptar completamente su homosexualidad.

La película va mucho más allá porque habla de soledades, de cosas que han quedado suspendidas en el tiempo. A nivel estético el filme es por momentos demasiado preciosista, eso sí, están muy bien definidas las distintas tonalidades del color, según nos encontremos en el presente o en el pasado. Excelente fotografía, pues, en todo momento, al igual que la música, en la utilización de diversas canciones conocidas como apoyo a ciertos momentos.   

Si hubiera que definir la película brevemente habría que citar el tiempo como algo fuera del tiempo. Lo que hoy se vive está condicionado por todo el pasado. Y también cómo la muerte de un ser querido siempre formará parte de la vida de los que sobreviven: el recuerdo vence a la muerte.

Desconocidos plantea, sobre todo, además del amor, el tema de la soledad, esa que no existirá cuando se encuentre el amor y se cierren aquellas cosas pendientes del pasado. El comienzo es claro: Adam (Andrew Scott) vive en un gran edificio al que todavía no ha llegado más que otra persona, que además vive en otro extremo, Harry (Paul Mesca, al que veremos como protagonista de Gladiator 2).

Adam es un escritor y guionista de cine, sobre una de las mesas de su apartamento veremos el guion que va a empezar a escribir: la página primera está totalmente en blanco. ¿Acaso la escritura del guion sea la historia que se cuenta? El pasado y el presente y quizá el futuro se alían como reflejos de los espejos en los que se multiplican los dos personajes principales, sobre todo en su segundo encuentro en el ascensor. Imágenes de ambos sobrepuesta hasta el infinito como señalando el valor de un tiempo que no tiene una única realidad, un único momento.

La primera secuencia es modélica para explicar quién es Adam, cómo lleva su soledad, abrigada por una gran tristeza, en ella bajará a la calle porque acaba de sonar una alarma, quizá la de un coche. Y allí, en un contrapicado, contemplaremos el gran edificio, casi fantasmagórico, donde una luz permanece encendida. Son pues dos únicos apartamentos los que se encuentran habitados.

En la soledad total se busca la compañía y por ello alguien toma la iniciativa de conocer al vecino. Será Harry quien llame a la puerta de Adam. Quiere conocer al vecino del edificio, le invita a una copa (lleva una botella en la mano) y le sugiere que le deje pasar para que puedan hablar. Adam se niega. Se despiden con un apretón de manos, pero en ese contacto hay más que un apretón, es una caricia. Está claro lo que desea Harry y lo que en principio no admite Adam.

Adam es lo contrario de Harry. El primero, Adam, se nos muestra triste, abatido, sin encontrar ideas para comenzar a escribir algo en esa página en blanco, mientras que Harry es juguetón, siempre sonriente. No posee los conflictos de Adam o los ha superado.

Sea como sea ambos llegaran a encontrase, a enamorarse. Mientras Harry vive sin complejos su homosexualidad, Adam la reprime. Es su caminar hacia el pasado el que le lleva a aceptarla plenamente y vivir con Harry una historia de amor, que le llevará fuera del tiempo, porque si el tiempo no existe, tampoco habrá separación, ni muerte. Hay una escena en la que ambos descubren sus cartas en la conversación que tendrán sobre las palabras gay, queen, homosexual.

En la soledad total se busca la compañía y por ello alguien toma la iniciativa de conocer al vecino.

La maleta de Adam, debajo de la cama, está llena de juguetes, de cuadernos de cuando él era niño. Real o imaginario, el encuentro con Harry y con esos juguetes le llevarán al pasado, a la casa donde vivían sus padres.

Haig, el director, como muestra del pasado siempre vivo, cita en una entrevista que había vuelto al lugar donde vivió y se encontró con la casa igual que cuando él se marchó. Es lo mismo que ocurre a Adam en su viaje al pasado, un pasado que recoge en varias visitas a la casa, donde no sólo la encuentra a como antes sino también a sus padres. La diferencia entre el ayer y el hoy es quen mientras su imaginación le lleva a ello, no es capaz, con el paso de los años, de ponerse el pijama de cuando era niño.

En estas visitas quiere saldar cuentas con sus padres y recibir su reconocimiento porque hay cosas que nunca les dijo y necesita su aceptación, su cariño. Por eso habla de su homosexualidad, de lo terrible que fue para él, el colegio donde los compañeros le atacaban y ridiculizaban porque era un marica. Sus padres tenían que saberlo, necesitaba su aceptación, de eso y quizá de más cosas, sobre todo de haber muerto sus padres en un accidente de coche sin que pudiera despedirse de ellos.

Vive como Adam, pero como si fuera un niño. Recordemos que Bergman en Fresas salvajes utiliza un método parecido para señalar el pasado: el profesor tiene la misma edad de ese momento, mientras en sus recuerdos su familia aparece con el aspecto en el ayer. De acuerdo con ello Adam, teniendo la edad actual, es tratado como un niño, recordando perfectamente el momento anterior a la muerte de sus padres en el que quiso retenerles. Pero eso no es una despedida para siempre. Tiene que llevar a cabo ese acto, donde sus padres están pero no están en esa cafetería donde entran a comer. Y después de la despedida desaparecerán sus padres para siempre. El presente ha ganado al pasado, pero no está claro que el futuro no se una al pasado en un tiempo que no existe.

Frente al amor de sus padres está el de Harry, que le ha enseñado a vivir, con el que irá a la discoteca para bailar juntos.

Frente al amor de sus padres está el de Harry, que le ha enseñado a vivir, con el que irá a la discoteca para bailar juntos, a besarse sin miedo alguno, a hacer el amor en el apartamento, a perseguir su figura porque cree que está allí en una estación del metro. Un mundo, el de Adam, que se tambalea en un mundo que acaba de descubrir. Ya no habrá adioses, aunque la muerte aparezca, seguirá viviendo eternamente su historia de amor.

Lástima que el final, tratando de emular ese amor por encima de todo, se convierta en una especie de nueva estrella en un cielo totalmente estrellado, o simplemente quiere decir que en todos los lugares, más allá de la Tierra, el amor hace posible el mundo con su belleza. Bonito final, pero inadecuado dentro de esta historia donde la muerte y la vida forman un todo único

La película, si adolece de algo, es sobre todo de ese afán por utilizar una preparadísima estética en ciertos momentos (la escena de amor entre Harry y Adam, por ejemplo) pero, eso sí, haciendo que el color se ajuste a los distintos momentos o historias de la película, al pasado y al presente.

Han dicho algunos críticos que estamos ante una obra maestra. No creo que sea para tanto, ni siquiera los giros entre el hoy-hoy y hoy-pasado. Por supuesto, tampoco como alguien ha escrito, esta es una historia de fantasmas. Es, como creo ha quedado dicho, el intento de saldar cuentas con ese pasado en el que no pudieron tenerse, además de despedirse, determinadas conversaciones con los padres, la única manera de liberarse y de poder ser realmente quien no era, sino que ocultaba en su tristeza aquello que no pudo decirse. Sobre todo, descubrir que sus padres le querían y le querrán siempre, así como el encuentro con Henry, que le ha llevado a conocer el amor.

Escribe: Adolfo Bellido | Fotos 20th Century Studios