El cuco (3)

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Sabor clásico

El intercambio de casas es un fenómeno que surgió  en los años 50 del pasado siglo limitado a una élite que podía desplazarse por todo el mundo. Sin embargo, sería con la aparición de Internet cuando se difundió masivamente pues antes se realizaba mediante correspondencia y catálogos. En los últimos, años, con la tendencia alcista de un consumo colaborativo se ha convertido en un recurso utilizado para viajar de una forma asequible, asentado en un principio de confianza entre los propietarios basado en el cuidado y el respeto de la casa ajena.

Partiendo de la ingenuidad de las personas, amplificada por el uso de Internet como plataforma de contactos, la directora y productora Mar Targarona (Secuestro, El fotógrafo de Mauthaunsen, Dos)  plantea un filme de género fantástico basado en la historia de Anna (Belén Cuesta), en su última fase de embarazo, y Marc (Jorge Suquet), un matrimonio que decide intercambiar su casa con una pareja de jubilados alemanes que han conocido por Internet.

El desarrollo argumental de El cuco se ve venir de lejos. La amabilidad inicial y las bondades del intercambio van dejando paso a pequeños detalles que alertan al espectador de una situación anómala; espectador que va por delante de los personajes al enterarse de datos y situaciones que estos desconocen, generando la primera sensación de inquietud que nos va introduciendo en el género de terror.

Sin embargo, a pesar de la falta de originalidad –más adelante citaremos numerosas fuentes de la película–, El cuco funciona gracias a su afán de mostrarse como un producto clásico. Una película de género que marca perfectamente los tiempos y utiliza las herramientas cinematográficas para contar una historia en imágenes.

El guion, escrito por Roger Danès y Alfred Pérez Fargas –que ya habían colaborado con Mar Targarona en El fotógrafo de Mauthaunsen–, establece tres actos claramente definidos: un primer planteamiento, en el que nos encontramos con una historia casi costumbrista en la que se describe la situación del matrimonio con Anna en el papel de una mujer que asume la responsabilidad que se le viene encima mientras Marc es un marido aferrado a la vida de juventud, más interesado en su trabajo y en los juegos que en el compromiso con su pareja. En este apartado, incluso dentro del esquematismo con el que están escritos los personajes, hay un intento de mostrar la parte oscura de la protagonista al tener una historia que oculta a su marido o un comportamiento no muy recomendado dado su embarazo.

El segundo acto se centra en el desarrollo de la historia, transitando entre el thriller y el género de terror, estableciendo un paralelismo entre la pareja española y la pareja alemana; y la tercera parte, que nos conduce a un desenlace en el que se introduce un giro importante pero que resulta acorde con lo que se nos está contando. Cerrar la película de una forma coherente debería ser normal, pero no es lo habitual en este tipo de productos.

A partir de esta estructura, la película plantea una reflexión sobre el paso del tiempo asociándolo al tema de la identidad, sin perder de vista la importancia que la maternidad tiene a lo largo de toda la película. ¿Qué somos? ¿En qué nos queremos convertir? ¿Qué tipo de vida queremos llevar?

El uso del cuco, primero como especie que tiene una manera peculiar de incubar los huevos tras la reproducción; y segundo, el juego con el reloj de cuco –originario de la Selva Negra– sirven para afianzar simbólicamente la tesis de la película. Junto a este referente del cuco, la película establece su conexión con algunas películas clásicas siendo el caso más claro La semilla del diablo, por la temática –una joven pareja con la mujer embarazada, un nuevo hogar, los ancianos–, pero también por el look que luce Belén Cuesta que recuerda a Mia Farrow, la protagonista del filme de Polanski; de igual forma también aparece citado Hitchcock, a través de la escena que reproduce la celebérrima ducha de Psicosis. Por último, El cuco tiene una apreciable coincidencia temática con La abuela, la película de terror de Paco Plaza que juega también con la temática de la identidad.

Belén Cuesta y Jorge Suquet en El Cuco

Junto a estas referencias fílmicas, la directora utiliza los elementos típicos del género de terror pero transformándolos para dotar a la historia de un aire luminoso, estéticamente bello, que rehúye de la oscuridad, pero que termina resultando igual de inquietante. Contribuye a este aspecto el hecho de que El cuco no emplea efectos digitales pues el terror nace de las situaciones cotidianas, lo que da verdadero miedo no son unos monstruos fantásticos sino aquellas personas que podemos encontrar en nuestro devenir diario.

Frente a interiores lúgubres, la localización principal es una lujosa casa en la Selva Negra, un espacio bañado en luz, de amplias dimensiones y desprovista de cualquier connotación negativa, enlazando con la consideración de una apariencia externa que deslumbra con su lujo y su brillo superficial,  un hogar de diseño muy alejado del hogar de la pareja española. Otros elementos que refuerzan esta idea son el vistoso reloj de muñeca que le regala Hans a Marc, el espectacular deportivo que tiene a su disposición la pareja española o la presencia del inquietante personaje de Lili (Chacha Huang), que encarna la fascinación que ejerce la juventud.

Mar Targarona, conocedora del cine de género, pone en imágenes el guion cuidando la narración, aportando toda la información al espectador para hacer creíble una historia –dentro de la irrealidad del cine fantástico–, de tal forma que determinados detalles que se van facilitando, en principio sin mayor importancia, son necesarios para justificar las escenas que veremos más adelante. Un tratamiento visual que convierte a El cuco en un atractivo ejercicio de thriller fantástico.

Escribe Luis Tormo