El viejo roble (3)

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Meritorio broche de Loach

Todo cuanto sucede y vemos en este filme es consecuencia de crueles realidades sociales: capítulos bélicos o situaciones de fractura laboral e injusticia. La más sangrante es la ola de refugiados sirios provenientes de la cruel guerra civil que asoló ese país, que se cerró con un alarde de fuerza y brutalidad de su presidente Bashar al-Assad, quien, con la ayuda del sátrapa de Moscú, destruyó ciudades y asesinó con vileza a miles de opositores y ciudadanos indefensos, muchos de los cuales tuvieron que salir de Siria para convertirse en refugiados.

Hablé sobre esta realidad en los comentarios del documental Return to Homs (2013), de Talal Derki.

La segunda realidad que asoma en el filme deriva de la huelga masiva de mineros británicos que paralizó la industria del carbón de ese país entre 1984 y 1985, momento decisivo en el desarrollo posterior de las relaciones laborales en Gran Bretaña, el debilitamiento del movimiento sindical y la victoria política de la entonces Primera Ministra del país, la conservadora Margaret Thatcher.

Las zonas mineras quedaron pauperizadas. De modo que ambas realidades, los inmigrantes sirios que llegan a Inglaterra y los marginados descendientes de la crisis del carbón, coexisten en este relato de marcado carácter social de Loach.

La última película

Actualmente, Ken Loach ha cumplido 87 años y ha anunciado que esta será su última película, tras seis décadas en que ha ejercido de infatigable cronista de variadas realidades sociales, políticas y humanas, en el entorno británico mayormente.

Este presunto canto del cisne de Loach es realmente oportuno, de nuevo iracundo y denunciando la decadencia y el declinar de la solidaridad, la falta de compasión británica que, podríamos decir, se hace extensiva a todo el occidente opulento que no quiere ver las duras verdades de otras gentes que vienen de fuera en situación calamitosa; e incluso tampoco a la gente del propio país que también vive en la marginalidad y la decadencia.

Loach nos invita a que nos alcemos contra esta falta de empatía y respaldo rampante. De nuevo hace equipo con el escritor Paul Laverty, autor del guion; recordamos que Laverty ha ganado dos veces la Palma de Oro de Cannes y regresa de nuevo a este festival donde esta fue nominada a mejor película; en la Seminci de Valladolid ha ganado el premio a mejor actor y el premio del público; y en el Festival de Locarno, el premio del público.

En este caso, este guionista estrella ha vuelto con una apasionada respuesta a las políticas de inmigración xenófobas del actual gobierno conservador de Gran Bretaña.

Pieza íntima, está muy bien montada y podría calificarse con todo merecimiento como uno de los dramas más destacados de Loach. Un relato sensitivo, duro y tierno a la vez, siempre atento a los movimientos de la población pobre y marginal.

Historia y desarrollo

Estamos en el norte de Inglaterra, en 2016, cerca de Durham, un pueblo que sigue padeciendo el cierre de las minas de los años 80. Tommy Joe «TJ» Ballantyne dirige el ruinoso pub The Old Oak (que da título a la película), donde los parroquianos se reúnen a diario para beber pintas de cerveza en un ambiente sombrío, a la vez que lamentan el declinar de una comunidad que en otros tiempos era próspera. Hay añoranza, hay enojo, hay queja.

Loach y Laverty consiguen que sintonicemos con las penas y pesares del viejo pub, antes que aparezcan los brotes xenófobos, antes de que nos enteremos que algunos de los personajes pesimistas del pub, por más que afables, son racistas en toda regla y rigor, aunque también personas castigadas y dignas de conmiseración. Además, el propietario se encuentra en una situación mala: un hombre divorciado, deprimido, con sentimientos de fracaso y un hijo que no le habla.

El pub es un lugar que necesita urgentemente una renovación, como el pueblo en general. Los clientes están igualmente furiosos por el colapso en los precios de la vivienda. Se sienten mal viendo que las compañías inmobiliarias están comprando por poco valor las propiedades vecinas, que luego alquilan de manera abusiva, haciendo caer el precio de las casas que los habitantes del pueblo creían tener en valor para sobrellevar mejor sus jubilaciones. Pero ahora son viviendas compradas por fondos buitres y los habitantes no pueden hacer nada, salvo resignarse e ir al pub a beber. Sus casas valen apenas una cuarta parte del precio por el que las compraron.

El más caído de estos hombres es Charlie, el amigo más antiguo de TJ, un hombre amargado, con su esposa en silla de ruedas, en su aflicción atacará a los refugiados sirios al modo de chivos expiatorios. En una de las primeras escenas, Charlie y sus compinches refieren el escándalo del daño producido por los promotores inmobiliarios, y defienden sus cosas frente a la gente que viene de fuera. Loach quiere establecer que estas personas tienen problemas legítimos, pero han cometido el vil error de atacar a los extranjeros que vienen de la vil guerra, volcando en ellos sus propias falencias y desilusiones.

Pensemos que el título de la película tiene un peso simbólico: el Old Oak evoca fuerza, arraigo y el concepto agradable de la Inglaterra feliz, mientras que el roble social de esta película está arruinado, envenenado y necesitado de reparación urgentemente.

Pensemos que el título de la película tiene un peso simbólico: el Old Oak evoca fuerza, arraigo y el concepto agradable de la Inglaterra feliz.

Llegan los refugiados

La cosa toma un punto de arranque crucial cuando llega al pueblo un autocar lleno de refugiados sirios a los que se les ha asignado alojamiento en el lugar. Hay una recepción hostil por parte de algunos oriundos, con una andanada de burlas e insultos xenófobos.

Los protagonistas de este escenario son un coro de patanes prejuiciosos, algunos de los cuales son los clientes habituales de TJ y el alma de su pub. Hombres que proyectan y desplazan hacia los sirios, cual chivos expiatorios, el enfado, la rabia y el resentimiento de años de negligencia económica referida a ellos y a su micro sociedad de hijos de mineros que en su momento fueron «descartados» por el sistema.

Tal como se explica en psicología social, un chivo expiatorio es una persona o grupo en quien se descarga la ira y la mala baba que tendría que ir destinada a otros estamentos. En un momento, TJ interviene cuando un matón que viste una camiseta de fútbol destroza la cámara de la joven fotógrafa siria Yara.

A pesar de estos sucesos, Loach no presenta a esta gente como «mala» o perversa, sino como villanos de pantomima, con diálogos transcritos de un manual de clichés racistas. Hay muchos murmullos, cervezas que impulsan la violencia y un ultimátum dramáticos cuando The Old Oak se convierte en el centro de una guerra territorial.

Pero, digo, Loach no deja mal a esta gente que, aunque racista y xenófoba, son clase trabajadora del pueblo. Al contrario, piensa en términos de globalidad y los trata con simpatía, pues son iguales que sus víctimas. Son las fuerzas del mercado y los intereses geopolíticos quienes los han puesto en la misma posición que los miserables inmigrantes sirios, y se les ha alentado a odiar para sentirse bien consigo mismos.

Este episodio es captado a través de los ojos de una recién llegada, la joven Yara, una muchacha siria alojada con su hermano y su anciana madre, desesperada por tener noticias de su padre encarcelado por el régimen del tirano Bashar al-Assad. Las fotografías de Yara, en blanco y negro, sorprendentemente creadas para la película por Joss Barratt, proporcionan un contundente montaje de inicio que es, sin duda, un cambio estilístico para Loach. Como intérprete, Ebba Mari aporta una vivacidad sincera al personaje de Yara, convirtiéndola en una fuerza impulsora para la integración social, entre otras.

A todo esto, TJ le muestra el pub a la joven Yara, a quien acompaña a la trastienda para ofrecerle ayuda y reparar su dañada cámara de fotos, tan valiosa para ella. Allí cuelgan fotos de las huelgas mineras de los ochenta. Ante ellas, TJ reflexiona para sí y toma una frase que está escrita en una de esas fotos, la idea de que quienes comen juntos aprenden a vivir juntos.

Loach no presenta a esta gente como «mala» o perversa, sino como villanos de pantomima, con diálogos transcritos de un manual de clichés racistas.

Es pues que TJ hace una positiva amistad con la muchacha Yara, una relación singular en el cine: la amistad platónica entre un hombre mayor y una mujer más joven nacida del mutuo compañerismo y respeto, pero que puede llegar a ser malinterpretada y despreciada por algunos hombres cerveceros del pub. Esa amistad se convierte en un intercambio cultural que poco a poco se expande para incluir a los habitantes del pueblo.

En una escena conmovedora, TJ lleva a Yara a ver la catedral normanda de Durham (por cierto, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura románica normanda en Europa) y la joven se siente profundamente emocionada al escuchar cantar al coro, a la vez que maravillada por el edificio milenario. Todo lo cual le hace reflexionar sobre el hecho de que sus hijos nunca verán el templo de Palmira, construido por los romanos y destruido por el Estado Islámico en 2015. Y aunque Yara afirma que la «esperanza es perversa», admite igualmente que, si no tuviera esperanza, su vida sería poco menos que un erial.

Tommy Joe, en fin, hombre que siempre ha dado la bienvenida a los sirios y los ayuda, comete un fallo con sus convecinos y asiduos: se niega a permitir que sus clientes hagan uso de la trastienda del pub, inactivo largo tiempo, para una especie de reunión antiinmigración y para expresar sus quejas. Ello le granjea la enemistad de estos.

Paralelamente, continúa su amistad con Yara. Ella y Laura, una mujer local comprometida en ayudar al contingente de inmigrantes, empiezan una labor humanitaria, organizando comidas gratuitas que sirvan a modo de ayuda, no sólo de los sirios, sino también para los lugareños en dificultades, todo lo cual colabora a cimentar el mutuo entendimiento entre ambas comunidades.

Pues bien, cuando Yara pregunta a TJ si pueden usar esa trastienda y que sirva de comedor para alimentar a los necesitados y como punto de encuentro, y al decir este que sí, ocurre que esto provoca la ira de los clientes a los antes TJ negó el uso de ese espacio.

De otro lado, Loach pone en marcha una trama secundaria que gira en torno a todo el operativo para reparar las tuberías, la electricidad, los suelos, la cocina y las goteras de la trastienda, un interesante escenario donde todos colaboran para poner en funcionamiento el proyecto, todo un plan de trabajo colaborativo.

De este modo, la trastienda de TJ, santuario viviente de las luchas mineras y de la forma y entresijos en que se produjo el desmantelamiento de tal industria, y de cómo eso fragmentó a las comunidades y se sembró la semilla de la discordia y también de las actitudes racistas en Gran Bretaña por el Brexit, ahora irá destinado a alimentar a la población inmigrante.

Con todo esto, Loach y Laverty quieren sostener que a través de la solidaridad y el reconocimiento de intereses genuinos, los británicos —y en general las personas de cualquier nacionalidad y origen— pueden mostrar de manera natural compasión hacia los inmigrantes y refugiados, aunque sus religiones y cultura sean distintas.

En general, esta es una declaración poderosa sobre tiempos difíciles que no tienen un final claro a la vista.

Mensajes

Mientras que algunas películas de Loach-Laverty han ofrecido un consuelo emocional demasiado fácil frente a los males sociales, su trilogía final de dramas del noreste ha sido más dura al reconocer la dificultad de superar los desafíos. La melancolía políticamente realista de Yo, Daniel Blake (2016) y Sorry We Missed You (2019) están muy vigentes aquí, en esta cinta que se resiste a soluciones simples o complacencias fáciles.

La película es singularmente rica en mensaje y testimonio porque, aunque se centra en un protagonista central (como en Yo, Daniel Blake, un hombre de mediana edad preocupado es el centro moral del drama), esta película es en gran medida una pieza de conjunto. No solo representa el encuentro de dos comunidades diferentes, sino que también ofrece un coro de voces individuales que encarnan sus propias contradicciones y matices. 

Un ejemplo es el viejo amigo y cliente de TJ, Charlie, cuyos problemas a largo plazo no justifican ni disculpan, más que en parte, por qué se inclina a ponerse del lado de los xenófobos del pub, cuyo cabecilla Vic, es interpretado con precisión y mesura por Chris McGlade.

En general, esta es una declaración poderosa sobre tiempos difíciles que no tienen un final claro a la vista, aunque en la secuencia última ondea la bandera (y, de hecho, es el estandarte de la procesión) de la esperanza y de la solidaridad en imágenes que devuelven la ficción al marco de la realidad. Una Gran Bretaña universal.

Reparto

En general, el reparto produce una sensación de conjunto natural y contundente a la vez, con el exbombero y dirigente sindical Dave Turner aportando gran energía, pero en lo profundo del drama, preocupado por los acontecimientos. También cuenta con el apoyo carismático de la organizadora benéfica Claire Rodgerson, muy bien como Laura, mujer comprometida y dispuesta a dar un fuerte empujón a TJ cuando su voluntad flaquea.

En fin, como suele ser habitual en él, Loach reúne un elenco de actores inexpertos que aportan naturalismo a sus personajes. Turner encarna muy bien al solitario propietario del pub, hombre de valiente bondad y creciente sentido de protección hacia los inmigrantes recién llegados. Interpreta muy bien a alguien que abre su corazón a Yara, la recién llegada, una Ebba Mari vibrante, fotógrafa siria de veintitantos años cuyo padre está desaparecido y presuntamente asesinado. Turner y Mari hacen un trabajo tan encomiable como memorable.

Meritorios trabajo de interpretación de otros actores y actrices aficionados como Debbie Honeywood (como Tania), Andy Dawson (Micky), Trevor Fox (bien como Charlie, miembro racista del pueblo y amigo de TJ), Neil Leiper (Rocco), Chris McGlade (Vic liderando la xenofobia), Laura Daly (como Rosie), Reuben Bainbridge (Choper’s Owner), Jordan Louis (Garry) o Andrea Johnson (en la peli, Amy).

Loach se muestra como un adalid del realismo social en el cine. El feroz portavoz de la indignación política.

Algunas conclusiones

Loach se muestra como un adalid del realismo social en el cine. El feroz portavoz de la indignación política. Lo hace con un estilo poco irónico y sin adornos, fotografiado por Robbie Ryan con sencillez a la luz del día, utilizando a principiantes y no profesionales frente a la cámara.

Excelente banda sonora de George Fenton, habitual colaborador de Loach, en la que predominan las cuerdas y tiene varios leitmotivs magníficos. Recordamos que Fenton es el autor de algunas de las bandas sonoras más conocidas de la historia del cine y de la televisión, aunque también ha escrito para el teatro. Ello para acompañar un lenguaje cinematográfico sin mínimo tono cínico y la impresión de un Loach minimalista. Si fuera esta su última obra, se podría decir que ha concluido con una contundente declaración de fe y compasión por los oprimidos.

Con un diagnóstico realista y una radiografía pesimista, a la vez que lúcida, resuena en este filme el convencimiento de quien sigue creyendo en la necesidad de la solidaridad entre los desposeídos y la unión de los débiles para afrontar el egoísmo de los «poderosos», amén de reivindicar la necesidad de batallar por estos nobles ideales y confiar, al menos en alguna medida, en el poder del cine para alcanzar estos objetivos.

Él mismo ha declarado al respecto: «El cambio está en qué haga cada uno al salir del cine. Yo espero que estas películas ayuden a quienes quieran ese cambio, a pedirlo, a exigirlo. Espero que el público se haga preguntas, que sean como una pequeña sacudida al establishment. Eso es lo que me gustaría, pero la realidad es que hacemos pequeñas películas europeas, somos una voz en un coro que pide un cambio radical, pero hay un ruido mucho mayor, más fuerte, de aquellos que quieren mantener las cosas como están, porque se están beneficiando de ello. Son los que controlan la prensa y difunden su hipocresía, sus mentiras y su racismo. Lo que podemos ofrecer nosotros es que la gente pueda ver la realidad de sus vidas, y que la solidaridad es la clave. Esa es la fuerza. Es lo máximo que podemos hacer».

Teniendo en cuenta que su filmografía es netamente moral, y que ha llenado un vacío como cine genuinamente reivindicativo, no podríamos reprochar sobre su cine cierta falta de nivel artístico, tampoco en este filme, lo cual sería tan abominar de algo tan dudoso como cosmético. Me parece que su sincero relato de hermandad con los refugiados hace que nos debamos preguntar si el gusto netamente estético importa tanto cuando se abordan temas de desesperación política, como el que trata esta película.

La fuerza sigue siendo intensa en un Ken Loach que nos entrega una película apasionada y humana, una crónica sintética, pero conmovedora, sobre el choque cultural en un pequeño pueblo, un último grito por la solidaridad y una vital parábola social y conmovedora, cargada de vibrante relato para los resistentes y un meritorio broche para Loach, una pincelada exacta en pos de la misericordia y la justicia.

Como dejara escrito Tennessee Williams: «Creo que el odio es un sentimiento que solo puede existir en ausencia de toda inteligencia».

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Vértigo Films