Ferrari (2)

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Intermedio y breve momento en la historia Ferrari

En Módena todos están perdiendo: el club de fútbol, ​​las mujeres, los Ferrari. Es la primavera de 1957 y el ex corredor convertido en empresario Enzo Ferrari, también conocido como Il Commendatore, lleva el peso de la ciudad sobre sus hombros. Y mucho más: el futuro de su importante empresa.

Pero acecha la bancarrota a esa sociedad que él y su esposa Laura hicieron florecer prácticamente de la nada diez años atrás. Porque Enzo no es un vendedor de autos. Vende coches sólo para competir, y no vende muchos. De hecho, necesita desesperadamente vender más autos si quiere permitirse la vida que lleva y su amor por el deporte automovilístico. En el momento en que transcurre nuestra historia, Ferrari apenas produce 100 coches al año y Enzo sabe que necesita un socio potente como Ford o el gobierno italiano, para financiar su exiguo nivel de producción y sus carreras.

Para más, su matrimonio, ya turbulento, está en crisis severa. La pareja no ha superado la muerte de su hijo Dino, fallecido a los 24 años por una distrofia muscular en 1956. Un duelo cargado de regaños y culpa y Laura reprochando a su esposo de la muerte del hijo. Es en esta crucial etapa, cuando Ferrari tomará decisiones arriesgadas apostándolo todo a una única carrera que atraviesa mil millas a lo largo de toda Italia: la Mille Miglia. Corría el año 1957.

Además, en la historia oficia de preferida de Enzo su amante Lina Lardi, su amor, su devoción y un hijo pequeño, Pietro, no reconocido, y desconocido para su esposa. Y presente siempre, su dignidad.

Maserati, Jaguar y el resto de las marcas han dejado atrás a Ferrari en la competencia reciente. Sus empleados hablan mal de él en el periódico local, por lo que los despide a punto de entrar a la fábrica. Sus conductores caen uno tras otro.

Está la ética vertiginosa de Enzo de competir con una sentencia de muerte para cualquiera lo suficientemente loco que quiera pilotar para él: «Dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo». O sea, apura la frenada para largar al contrincante fuera de la trazada o muere. Crudo, pero es así el reto. De hecho, Ferrari, un hombre de negocios legítimo, era apodado, por su inclinación a llevar sus coches y a sus conductores más allá de los límites, «asesino», «fabricante de viudas» o «Saturno industrial devorando a sus propios hijos», como escribió un periodista de la época.

A propósito, y en este punto, cabe subrayar las escenas que recogen el accidente fatal de Ferrari, cuando De Portago, tras romper un neumático, pierde el control de su auto cerca del pueblo de Cavriana saliéndose de la carretera, accidente en el que murieron el propio piloto, su copiloto Edmund Nelson y nueve espectadores, cinco de ellos niños. Hay en el filme una escena muy cruda rodada con un realismo que asusta.

Enzo fue acusado de once cargos penales por homicidio involuntario, pero más de tres años después, un juez convocó a un panel de expertos que concluyó que no hubo negligencia. Enzo fue absuelto de todos los cargos. No vemos en pantalla cómo la tragedia afectó personalmente al personaje; es como si el director, el octogenario Michael Mann, hubiera contado la parte de la vida de Ferrari que quería contar, no más.

Mann, en lugar de desarrollar la biografía lineal de Il Commendatore, junto con el guionista Troy Kennedy Martin, extraen del libro biográfico Enzo Ferrari: The Man and the Machine, de Brock Yates, un episodio en la historia de Ferrari, crucial, pero acotado.

Abre la cinta con imágenes de archivo de carreras de la década de 1920 con un Enzo metido en un auto de carreras. Adam Driver superpuesto a la historia. Es un prólogo alegre que inmediatamente se encuentra con los tonos metálicos de la tragedia.

En la historia, Enzo reúne un equipo liderado por el veterano piloto italiano Piero Taruffi (Dempsey), el piloto británico Peter Collins (O’Connell) y el número uno español Alfonso de Portago (Leone), el cual por cierto en ese momento tenía un romance con la actriz Linda Christian (Gadon).

Enzo fue acusado de once cargos penales por homicidio involuntario, pero más de tres años después fue absuelto.

A todo esto, Enzo opera en la historia con una determinación inquebrantable rechazando las sugerencias de los hombres del dinero que aconsejan que Fiat o Ford fagociten Ferrari y lo aúpen; tampoco duda en poner toda su fuerza para evitar que su esposa Laura (que tenía una participación del cincuenta por ciento en la propiedad de la empresa) haga algún movimiento drástico para vaciar las arcas; y de otro lado trata por todos los medios, formas y maneras de calmar a Linda, quien presiona a Enzo para que reconozca públicamente a su hijo. Enzo espera el éxito en la alta competición. La Mille Miglia puede ser su salvación.

Hace dos años, el actor Adam Driver protagonizó una película que describe las disputas y los éxitos de una familia italiana famosa en el terreno de la moda, La casa Gucci, de Ridley Scott. Y ahora, Driver, actor físico y de fuste, ha tenido una nueva oportunidad como personaje en este tipo de sagas y personas de la Italia brillante, e interpreta nuevamente a un personaje que es historia de Italia. Algo que llama la atención es que Driver, que apenas roza los 40 años, ha tenido que ser maquillado y peinado sutilmente para convencernos de los cincuenta y tantos del personaje que interpreta. 

A decir verdad, su trabajo actoral tiene una especie de fuerza en forma de hombre de elevado porte y como caballero taciturno, lo cual compensa el dudoso maquillaje. Driver expresa un carácter intenso con sus aristas afiladas llevadas con una gracia decidida.

Penélope Cruz está muy bien como Laura, su esposa, una italiana morena emprendedora y de carácter intenso que sobrelleva su tormento por la lenta y trágica muerte del único hijo que tuvo en su matrimonio; en algún momento Cruz exprime drama y patetismo (que casi hace brincar al respetable) en un ataque de celos; una mañana, cuando su marido llega a casa tras haber pernoctado con su amante le espeta: «Me importa un carajo con quién jodas o con cuántas putas vayas. ¡Tienes que estar aquí antes de que llegue la criada!». Y sacando una pistola le mete un tiro que por poco pasa por alto de su cabeza.

Enzo espera el éxito en la alta competición. La Mille Miglia puede ser su salvación.

Penélope hace una actuación importante basada en un estado de amargura y un dolor arraigado en las entrañas, como reinventando el arquetipo de la mamma dolorosa que no excluye estallidos en monólogos cáusticos y mordaces: transparencia a la hora de romperse, con enorme poder para colocar al espectador al lado de sus lágrimas.

La tercera pata importante del reparto es Shailene Woodley que hace de Lina, la amante amada veramente por Enzo, mujer escondida en una casa de campo y con un hijo pequeño de Ferrari, Piero. Desde luego Cruz tiene más fuego latino que una Woodley a la que difícilmente imaginamos como mujer italiana.

Completan el reparto actores y actrices como Sarah Gadon, como la bonita actriz Linda Christian; Gabriel Leone, estupendo como el piloto Portago; Jack O’Connell, como el piloto Peter Collins; Patrick Dempsey, muy bien como Piero Taruffi; Herik Haugen, Lino Musella, Valentina Vellè, Giuseppe Bonifatti, Leonardo Caimi o Tommasso Basili.

A medida que avanza la película, Mann une estos hilos dispares en una especie de síntesis y conclusión: la aceptación del error y sus consecuencias es, en las actividades de la vida, el único camino a seguir.

La fotografía de Erik Messerschmidt tiene un brillo de porcelana vintage centelleante, que resulta apropiado en un filme de época. La luz del día posee un brillo argentino y veraniego que recorre las calles de Módena, dividiéndose a través de pequeñas ventanas construidas para dejar entrar la menor cantidad de luz posible, dando a las habitaciones una sensación de espacio cerrado, con la tenue depresión de luz de la tarde. También vemos en pantalla colinas bañadas en ricos verdes, dorados mantecosos y rojos toscanos que se mezclan en una neblina matinal en gradiente.

Adam Driver envejecido con el maquillaje para interpretar a Ferrari.

Tiene la obra una gran puesta en escena, estupendos decorados, efectos especiales medidos pero impactantes de choques de autos a velocidades extremas, ello junto con una música que bien acompaña, de Daniel Pemberton.

La película biográfica de Mann vive en la pista de carreras, la carretera abierta y la campiña italiana. De alguna manera parece que fuera una película que no se toma a sí misma demasiado en serio. Demuestra un enfoque riguroso y a la vez relajado de un Mann muy centrado en las secuencias de carreras que hacen estremecer al espectador, impulsadas por efectos prácticos y réplicas meticulosamente conseguidas de autos Ferrari y Maserati de época. Pero el drama en sí queda desdibujado.

Estamos ante una película que es una historia dividida en dos, que equilibra la tensa determinación de Ferrari de que uno de sus autos gane la exigente y peligrosa carrera Mille Miglia (y así, con suerte, darle a la compañía un impulso crucial en las ventas) y su complicada vida doméstica donde tiene que equilibrar las demandas y el furor de su iracunda esposa, con las aspiraciones y amorosas palabras de su amante, que anhela que su hijo sea reconocido y apellidado Ferrari para la posteridad.

Al principio, los títulos de crédito nos dicen que Ferrari y su esposa Laura, con quien se casó en 1932, fundaron Ferrari Spa en 1947; luego se nos dice que la película está ambientada en 1957. Resulta que han pasado muchas cosas en esos 10 años.

La pregunta es si esta no es una producción a medias, una breve mirada introspectiva a un momento intermedio en la vida de Enzo Ferrari. O sea, si no se queda corta. Un biopic sui generis.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Diamond Films España