Joker: Folie à deux (3)

Published on:

Alma de humo

Quizá la percepción, reforzada por el aplauso del público, de que las escenas más icónicas de la primera entrega de Joker eran las musicales, llegó a convencer a Todd Phillips de que una segunda entrega sobre el loco de Gotham debía incidir en esa variable estilística hasta llegar a convertir lo accidental en sustancial.  

Pero esta convicción no podía ser más que un consuelo onírico en la cabeza de Phillips, del mismo modo que lo eran los sueños de grandeza o los amoríos de Arthur Fleck en la película original: ni el mundo está ya para musicales –o al menos para lo que antes entendíamos como un musical–, ni el personaje de Fleck parece poder emular la magia de Fred Astaire o Gene Kelly más que como trágica parodia.  

Así, consciente de sí misma, entregada como está a la narración posmoderna, la secuela de Joker es un sucedáneo de musical clásico en el que los grandes números de otro tiempo son solo interpretaciones íntimas y casi siempre individuales de temas canónicos. En este sentido, el filme apenas evoca en segundo plano fragmentos de grandes épocas y relatos corales del Hollywood de la edad de oro, y acorde con su condición decadente, todo lo más se atreve a mostrar alguna pieza en un modesto escenario teatral, o en un club de jazz dionisíaco, humeante… toda una metáfora de lo que la vida y los sueños de Fleck constituyen: modestas aspiraciones de fama, estrellato de vodevil, retazos de gloria en una cotidianeidad que no renuncie a lo pequeño.

La película, estructurada en tres actos, va de más a menos hasta un desconcertante, pero para nada incoherente, final en el que todo lo que ha querido sugerir Phillips adquiere sentido. Quienes no sepan mirar en segundo plano, quienes no adviertan la omnipresencia del humo, remedo del hielo seco, de la fama efímera, imagen del alma corrupta, probablemente no entiendan un final en el que se muestra que Arthur Fleck no quiso –ni pudo– llegar a ser nunca del todo el Joker de Batman: esta película era tan solo un preludio necesario, sí, para dar a luz a la némesis del enmascarado, pero eso no quiere decir que Fleck fuera el archienemigo de Wayne. La historia de ese Joker comienza justo donde acaba Folie á deux.

Esta segunda entrega no empieza mal, como una especie de drama carcelario en el que no destaca nada más que un efectivo uso del intimismo, las luces y sombras, la relación de Fleck con sus carceleros y la aparición de una Harley Quinn con el rostro de Lady Gaga del que Phillips ha sabido captar y acentuar muy bien su belleza serena. Una cara auténtica, atractiva en su cálida imperfección, que dota de un singular realismo a un personaje bien interpretado por la diva, pero no excesivamente bien tratado por el guion.

Phillips ha optado por recomponer absolutamente el personaje que conocemos por los cómics o las películas del Escuadrón suicida: no es la psiquiatra que trata a Joker y que queda abducida por su magnetismo desquiciante, sino que en un principio aparece como una paciente más en Arkham Asylum, alguien con una historia parecida a la de Fleck, y tendente a la hibristofilia.

Esto ha despertado las iras de los fanáticos de los cómics, pero sin duda casa muy bien con la personalidad del Joker diseñada por Phillips: un lunático, más que un sociópata; una víctima, más que un verdugo; un soñador para el que las artes escénicas, y no ver el mundo arder, son su propósito final: el Joker de Phillips no manipula, sino que hechiza y seduce. Como sugiere alguna de las canciones que interpreta, hace que todo lo que sucede en un show sea posible en la vida real. Lee (Quinn) es quien busca a Joker, y quien manipula para acercarse a él. No desvelaré más sobre el personaje, pero basten estas pinceladas para señalar que la coherencia no es, por tanto, algo que quepa anotar en el debe de la película de Phillips.

Pero sigamos con el segundo acto, en el que pasamos de drama carcelario a película de juicios. El feísmo de los escenarios ocres o mal iluminados por neones setenteros se mantiene, pero la sensación de angustia estética no se sobrepone a un incipiente aburrimiento. Es esta probablemente la parte menos estimulante del filme, pero también la que desarrolla un conflicto no exento de emotividades: el reencuentro con el amigo que ahora le teme, la autoconciencia de la condición mental de Fleck, la inevitable consecuencia de la asunción de esta realidad trasladada a los seguidores del Joker…

Si bien el vigor narrativo de la película parece resentirse, no lo es menos que en los compases finales del segundo acto el contenido simbólico es mayor que en el resto del metraje, y que las dos películas adquieren su sentido en estas secuencias: Joker ha sido siempre un sueño para muchos, una promesa de libertad con ira, un icono que no casa bien con la triste mediocridad de la persona que lo encarna, y por ello una mente disociada que por un momento recuperase la cordura para darse cuenta de esto estaría condenada a la soledad y la muerte en todos los sentidos, reales y figurados.

Así, la apuesta inicial de Phillips de convertir su drama en un musical es coherente con la poética narrativa de la película.

Alguien ha sugerido que esto es una metáfora perfecta para Folie á deux, y la verdad es que lo parece: las masas querían una película sobre el archienemigo de Batman y Todd Phillips no les ha entregado exactamente eso; consecuentemente, como a Arthur Fleck, la odian y desprecian con todas sus fuerzas.

Pero es que la saga de Arthur Fleck trata sobre la insania mental, sobre la soledad y los sueños de un despojo social; sobre los torcidos ídolos de masas y el humo tóxico que representan, sobre los medios que lo dispersan impunemente para convertirlo todo en un espectáculo infame, desprovisto de arte y encanto.

Así, la apuesta inicial de Phillips de convertir su drama en un musical es coherente con la poética narrativa de la película, puesto que trata de salvar el alma corrupta de una persona intoxicada por su personaje a través de un espectáculo menor, pero auténtico: un hombre que canta en soledad o a dúo, que intenta alejarse de las candilejas y los focos mediáticos que lo corrompen, pero que lleva en sí mismo el germen del fracaso.

Toda esta riqueza simbólica no garantiza que la película esté siempre conseguida. Joker: Folie á deux es atrevida y ligeramente fallida cuando abusa de lo rutinario para hacer avanzar la trama, pero no puede negársele la ambición de haber intentado algo que hasta el momento nadie parece haber intentado: una aproximación al origen de un supervillano.

A mí me convence. Si el precio a pagar para librarse del cada vez más abundante y mediocre cine de superhéroes es humanizar a sus enemigos deconstruyéndolos, lo pago gustoso. La saga de Joker parece haber marcado el camino.

Escribe Ángel Vallejo | Fotos Warner Bros.