La casa Gucci (3)

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Rara vez se enciende, no corona la cima

la-casa-gucci-0Drama criminal del homicidio de Maurizio Gucci en 1995. Nieto del patriarca del imperio de la moda Gucci, apareció asesinado por orden de su ex esposa, la Sra. Reggiani, a la que se conoció desde entonces como la «viuda negra de Italia».

Resulta la historia de la adaptación del libro que escribió Sara Gay Forden en 2001 de título original: The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour and Greed.

Película de metraje un tanto excesivo, de corte clasicista, buena puesta en escena, trama entretenida y relata una historia por demás veraz, con sus pertinentes aliños para hacerla atractiva al gran público.

La historia y el libreto

El guion está escrito por Roberto Bentivegna y Becky Johnson, un libreto claro, bien hilado, centrado en el encuentro, matrimonio y vida en común de Maurizio Gucci y Patrizia, de cómo ella lo busca de manera insistente interesada por su dinero, sus inicios pasionales con alguna escena de sexo intenso y, posteriormente, sus desavenencias, las intrigas familiares y el constante asedio de Patrizia a la familia para hacerse con las riendas el emporio Gucci, conducida la señora por una desmedida ansia de riqueza y poder.

Pero el libreto explora también cuestiones de clase social. Aclara que el clan Gucci es una especie de realeza autoproclamada y en absoluto una aristocracia legítima. De cómo el padre y principal de los Gucci, Rodolfo, enseguida se da cuenta de que Patricia es, amén de una inculta capaz de confundir una pintura de Gustav Klimt con un Picasso, una caza fortunas, y le sugiere a su hijo que se lo pase bien con ella pero que no se case.

Esto precipita el filme por los peores derroteros, pues se casan, pero con el tiempo, pasado el inicial ardor, Maurizio se da cuenta de que su esposa es una mujer vulgar, una persona malévola que no hace más que intrigar y negociar a sus espaldas asuntos de tremenda y fatal importancia para los suyos. Así, la historia hace un dibujo fatídico de esta mujer carnal y sensual, que finalmente deviene voraz e insaciable.

En realidad, no se salva nadie en esta panorámica moral que apunta Scott, pues no hay uno que se libre en la historia en cuanto a mezquindad y anhelos de fortuna por la vía perversa.

Incluso el propio Maurizio, que puede parecer el mejorcito, ha cometido irregularidades fiscales y debe huir a toda prisa desde Milán a St. Moritz, en Suiza, donde se reencuentra con sus amigos ricos de siempre, incluida Paola Franchi (bien Camille Cottin), lo que marca el inicio de su ruptura con su esposa que en ese entorno pasa por una paleta.

Finalmente, divorcio y desenlace trágico con el asesinato del ilustre heredero, crimen por el cual sería condenada su ex esposa, la pitonisa-asesora de esta y los dos sicarios que perpetraron el crimen. Además del texto de Gay Forden, la trama ha obtenido información igualmente de revistas y crónicas de sucesos.

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Estudiando a los ricos

De modo que Scott hace toda una incursión por el mundo de la riqueza y de los ricos, el dispendio y el derroche, que es un apartado importante del filme: los ricos como casta aparte. Un drama sobre una dinastía de la moda del Viejo Mundo, locamente adinerada, euro chic y de poca integridad.

Un abordaje narrativo en forma apasionada, en plan melodrama, puesta la mirada en los aspectos noveleros, sin reparo en el exceso, cierta caricaturización e incluso trivialidad por momentos. Como si hubiera querido mostrar a la vez lo genuino y real de la conocida marca de moda Gucci, y cierta vulgarización del afamado sello. Y los millonetis, omnipresentes.

Los personajes e intérpretes principales del filme son Maurizio Gucci (Adam Driver) y su esposa Patrizia Reggiani (Lady Gaga); el padre, Rodolfo Gucci (Jeremy Irons); su hermano Aldo Gucci (Al Pacino) y el hijo de éste, Paolo Gucci (Jared Leto). Un reparto desigual donde Driver da el nivel de manera solvente con un porte que atrae a la cámara; un tanto explosiva y sobreactuada, quizá eficaz, sublime y tosca también, una Gaga de rostro ávido, abierto y fulgurante; irreconocible e impostado, un Leto muy atacado; y los mayores, Irons y Al Pacino que cumplen meramente, pero sin aportar nada sustancial a la película.

En ese sentido puede comprenderse la radical contradicción en los colores y matices interpretativos, sobre todo de un Irons apagado y sin fuelle; Al Pacino decadente, en clave humorística y fuera de lugar, incluso irreconocible; Leto que se excede como primo idiota del trágico protagonista. Bien Salma Hayek como Pina, pitonisa barata de programas de televisión que aconseja a Patrizia en su venganza (interesante parte del filme en que ambas mujeres conversan y juegan en una sauna dentro de un baño de lodo).

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Pero quizá sean un Driver con justeza y medida (quien crea su personaje por medios más finos) y junto a él Lady Gaga (en su loco papel de astuta mujer metida de lleno en el melodrama), quienes mejor están. La Gaga, a pesar de sus excesos y el impulso feroz que imprime al personaje, como esposa abandonada, vengativa y ansiosa de poder y gloria, sirve a modo de «norte» para encontrar el derrotero emocional que la película de Scott busca.

Digamos que la contención de Driver y el desorden de la cantante y actriz Gaga se salvan e incluso presentan su debida justificación, en sintonía con el guion. Aunque como apunta Martínez: «La evolución dramática de los personajes corre más a cuenta de la buena voluntad del espectador que de la lógica fuera de norma de un libreto que simplemente se limita a cubrir etapas».

En mi caso, tras visionar los 157 minutos de metraje, tengo la convicción de haber asistido a un enorme culebrón, «entre el gran drama y la ópera bufa» (Rooney). Si alguien lo duda que vea la película y extraiga sus propias conclusiones.

Estupenda la música de Harry Gregson-Williams; además, suenan fragmentos de ópera: La Traviata de Verdi, La flauta Mágica de Mozart, así como música ochentera: Eurythmics, David Bowie, Donna Summer, George Michael, Blondie, etc.

Muy acertada la fotografía de Dariusz Wolski, que mezcla el brillo con una apariencia de época desvaída para lograr un efecto decadente. Fabuloso diseño de vestuario, producción de época, ambientación y localizaciones interesantes. Yendo y viniendo de Milán a Nueva York, entre otras.

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De qué habla la película

La obra habla de amores inadecuados, de una poderosa y rica familia que recuerda la incursión de Scott en la familia Guetti en su filme de 2017: Todo el dinero del mundo, con un sembrado Christopher Plummer.

Es también una historia de anhelos, afanes, ambición y nuevos proyectos empresariales, a la vez que un retrato sobre el espíritu humano; e igual, la semblanza de una época y de manera subrayada, sobre el espectáculo cambiante del poder como eje vertebrador del filme.

A pesar de sus defectos e irregularidades, que los tiene, la película subyuga, pues a lo largo de sus más de dos horas y media somos partícipes de un desastre de estrategias en el afán de la familia por controlar el negocio, tontos engreídos, decisiones erradas, hábiles mercaderes aspirantes al trono, estilos de vida torcidos e incluso delincuenciales, amores interesados, falta de inteligencia de los protagonistas, desbarres clamorosos en la vida, y la presencia de una mujer turbadora y ladina.

El desastre alcanza de lleno a esta familia de privilegiados que no aciertan a gestionar sus vidas y menos su empresa de alta moda que acabará en manos árabes: la Bahreimn Investcorp.

Cierre

Si tuviera que resumir mis sensaciones diría que la peli entretiene, sobre todo por los enredos de familia, el análisis del dinero y el lujo extemporáneo, el cáustico análisis de los millonarios y sus ángulos oscuros de engreimiento, vanidad, dispendio y otros peores que incursionan en el delito a todo nivel o cómo el poder bascula a un lado y otro al punto de que hoy ningún Gucci se sienta en el consejo de administración de la marca.

De igual modo, también quiero añadir que la película me ha parecido una cinta confusa que, aunque lo intenta, rara vez se enciende; tampoco acaba por coronar la cima de un producto sólido, cinematográficamente hablando. Apenas toca la fibra sensible del espectador.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

  

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