La infiltrada (3)

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Sacrificio

Las películas de personas infiltradas en una organización criminal constituyen un subgénero dentro del thriller, con una entidad que gira alrededor de una serie de elementos comunes como es la generación del suspense ante el posible descubrimiento del engaño, la ambigüedad de las partes enfrentadas, el sacrificio personal o la pérdida de identidad debido a la asunción de otro rol.

En la historia del cine tenemos ejemplos que van desde el clásico Encadenados hasta películas como El topo, Donnie Darko, Le llaman Bodhi, La chica del tambor o Infiltrados, entre otras muchas. Una situación extensible a otros géneros como el cine de espías (Aliados) e incluso la comedia o sátira (Infiltrados en la Universidad, Infiltrado en el KKKlan).

Arantxa Echevarría, que hasta ahora había dividido su trabajo en filmes que denunciaban la realidad social (Carmen y Lola, Chinas) o la comedia (La familia perfecta, Políticamente incorrectos), se introduce en el thriller a través de la historia, basada en hechos reales de Aranzazu Berradre Marín, en la película Arantxa (Carolina Yuste), pseudónimo con el que se infiltró una policía nacional en ETA en una operación que duró alrededor de ocho años. Con tan solo 20 años, fue, no ya la única mujer, sino el único miembro del cuerpo policial que convivió con la banda terrorista logrando la desarticulación del comando Donosti.

La infiltrada sigue el esquema narrativo clásico adscrito al género policiaco, centrándose en la última parte de las actuaciones policiales una vez Aranzazu ha conseguido contactar con los miembros liberados de ETA. Antes, a través de diferentes flashbacks, se explica el origen de toda la operación a través del primer contacto entre la agente y el manipulador o los primeros años necesarios para introducirse en el ambiente abertzale (su trabajo en una herriko taberna poniendo copas, los amigos del entorno abertzale) y que terminarán facilitando su aceptación por parte del núcleo duro de ETA para facilitar un piso libre de sospechas.

El entramado del filme se articula en base a la tensión generada por la elevada probabilidad de que la protagonista sea descubierta, estableciendo una serie de escenas que se repiten en esta clase de género (el control policial en la carretera, la necesidad de obtener unos documentos mediatizada por el tiempo antes de que regresen los etarras, los errores que ponen en duda la confianza sobre la protagonista) que van estructurando los diferentes hitos del guion que genera la historia.

En este apartado, Echevarría desarrolla un sólido thriller apoyado en el diseño formal a través del juego que alarga el tempo de las escenas para generar tensión, el montaje paralelo entre las dos partes implicadas (policías y etarras) o el uso de la música. Una serie de elementos que remiten a la estética de los policiacos de los años 70 y 80 que van desde La conversación (el acceso a los sentimientos de los protagonistas a través de la escucha de las conversaciones) hasta El silencio de los corderos, con la figura del manipulador (Luis Tosar) que ejerce un papel que oscila entre el paternalismo y la dureza en relación con la agente novata recién salida de la academia.

Por debajo de este soporte narrativo (cuyo desenlace ya se conoce al estar basado en una historia real), lo que realmente aporta valor a La infiltrada es el juego dramático que proporciona el hecho de que una persona joven, con todo lo que conlleva de expectativas sobre el presente y el futuro, tenga que involucrarse en una organización terrorista durante ocho años renunciando a su modo de vida, estableciendo un juego de rol que le aboca a una soledad de la que únicamente puede salir cuando habla con su superior jerárquico o con los miembros de la organización terrorista.

En las primeras escenas queda claro el deseo de diversión de una mujer joven (cantando una canción) y la tristeza de la soledad en la noche de fin de año recluida en su casa. Una soledad que la película comparte también al joven miembro etarra que, en su contexto, tampoco puede desplazarse por la calle o visitar a su familia.

La equiparación del sentimiento de soledad se extiende tanto al grupo de policías que forman el operativo de la investigación como a los miembros de la banda terrorista, de la soledad ante un trabajo que anula cualquier relación externa más allá de los compañeros asociados a la investigación o a las actividades delictivas. Se establece un paralelismo entre las partes enfrentadas en el que hay una persona joven que depende de sus superiores y donde están rodeados del resto de secundarios. La infiltrada se beneficia del trabajo de un reparto encabezado por Carolina Yuste y Luis Tosar y secundado por el resto de actores y actrices que completan todo el puzle de policías y terroristas (Iñigo Gastesi, Víctor Clavijo, Nausicaa Bonnín, Diego Anido, Pepe Ocio, etc.).

Carolina Yuste en La infiltrada. Foto: Mikel Blasco / BETA FICTION SPAIN

Para ello, junto al aislamiento de todos los personajes que aparecen –no vemos familiares o amigos que pertenezcan a su ámbito privado– la película detalla el ambiente claustrofóbico que rodea a los personajes en el País Vasco; así, tanto la agente infiltrada como el resto de miembros que conforman el grupo policial, sufren la asfixia de moverse en un entorno hostil en los años duros de la violencia etarra que se materializa en el ritual de vigilar si son objeto de un atentado (abren con precaución el buzón, revisan los bajos del coche) o en toda la imaginería gráfica de banderas, pintadas y carteles de apoyo a ETA que aparecen en los planos rodados en exteriores y que rodea de forma permanente a los personajes.

La inmersión de Aranzazu, y la decisión importante del guion de situarnos en el punto de vista de la protagonista –que es el nexo de unión entre el grupo policial y el grupo terrorista– nos desvela la complejidad de ese momento histórico con el origen variado de quienes se acercaron a ETA (aquí representados por el etarra joven más ideológico frente a los etarras mayores convencidos de su heroicidad a base de ejercer la violencia), la preponderancia de la violencia con las pistolas y el asesinato (la dura escena del asesinato de Ordóñez) o los mecanismos del aparato del estado para combatir el terrorismo (disputa entre la Guardia Civil y la Policia Nacional, la tortura en el cuartel de Inchaurrondo).

Con todo, la película sí deja bien clara la diferencia entre unos y otros: cuando Kepa (Iñigo Gastesi) relata las razones de su lucha podemos sentirnos comprensivos pero, a continuación, muestra su frialdad para ejercer el asesinato; tras el acercamiento íntimo de ambos jóvenes –no dejan de ser dos personas solitarias y aisladas– se visualiza la escena de la ducha donde Arantxa se limpia (física y moralmente) de ese contacto con Kepa.

Arantxa Echevarría, en su primer acercamiento al thriller, construye un sólido policiaco que combina el discurso narrativo del suspense propio a esta clase de filmes con un acercamiento íntimo al sacrificio y a la renuncia de una persona de 22 años. En ese equilibrio entre el género policiaco y el drama estriba el hecho de que La infiltrada vaya más allá del tópico para desarrollar un filme que sirve de testimonio de una época dura, oscura, que conviene no olvidar.

Escribe Luis Tormo | Fotos Beta Fiction Spain