La mesita del comedor (3)

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Terror cotidiano

Cuando catalogamos una película como cine de terror —al igual que ocurre con otros géneros— no deja de ser algo más que una etiqueta, una denominación que sirve para encuadrar un determinado producto en un lugar reconocible del amplio espectro cinematográfico.

Es cierto que esta etiqueta marca la difusión en festivales y canales adscritos a un determinado género y también encauza la promoción dirigida a un target de posibles espectadores interesados en un cine concreto.

Comenzamos con esta reflexión a propósito de La mesita del comedor, la película dirigida por Caye Casas, porque la adscripción de un filme a un género es un terreno resbaladizo y hay determinadas obras que desbordan esa clasificación. El filme de Casas es cine de terror —lo veremos más adelante—, pero va más allá para extender su mensaje hacia un terreno más amplio que describe nuestra sociedad actual, hacia un terror social o una sociedad terrorífica.

A estas alturas del partido, el fenómeno protagonizado por La mesita del comedor es conocido por todos. La película se rodó en 2022, fue rechazada por el festival de Sitges y recibió la negativa de los distribuidores de nuestro país. Poco a poco fue teniendo cierto recorrido por festivales nacionales e internacionales, con muy buena recepción crítica, pero parecía que el segundo trabajo de Casas iba a convertirse en una película maldita.

Todo eso cambio de repente en mayo de 2024 con un mensaje en la red social X de Stephen King, en el que se deshacía en alabanzas hacia la película, esto desató la euforia sobre la película —en EE.UU. el filme sí estaba disponible en Amazon Prime—. A partir de aquí, la plataforma Filmin, siempre atenta a buscar este tipo de obras interesantes, que tenía adquirida la película, adelantó su estreno al 17 de mayo para aprovechar el revuelo provocado por el mensaje del escritor americano.

El argumento es sencillo. María (Estefanía de los Santos) y Jesús (David Pareja) acaban de tener un hijo al que han llamado Cayetano —los nombres escogidos tienen toda la intención— y están viviendo en un piso familiar prestado. La compra de una mesita de comedor, objeto de discusión por parte del matrimonio, es el punto de partida para desatar un relato angustioso que en apenas hora y media nos sumerge en un universo terrorífico.

El terror, en este caso, no tiene un origen fantástico. La mesita de comedor no deja de ser un mueble —feo, pero nada más— en el entorno del modesto piso en el que se desarrolla toda la acción. La angustia se desencadena de la situación cotidiana provocada por el terrible efecto del destino; una decisión arbitraria, inocente, que termina provocando un resultado trágico.

La película juega en numerosas ocasiones con elementos reconocibles del género (la música, la presencia de un cuchillo, la tensión entre personajes), pero el terror deviene del drama personal e íntimo que sufre el protagonista. La situación angustiosa tiene que ver con la tragedia que solo Jesús conoce, un personaje que se tiene que relacionar con el resto (con su mujer, con su hermano y su cuñada durante una cena, con sus vecinos) ha sabiendas que carga con un peso terrible que es incapaz de hacer visible.

El hecho de que las personas que visionamos el filme seamos conocedores de la situación de Jesús es lo que nos provoca la desazón y acrecienta la tensión debido a la dilatación temporal dramática que propone La mesita del comedor. Cada segundo, cada minuto que pasa, la situación se hace más insostenible; la tensión se dispara sin tener que recurrir a escenas violentas o sangrientas, simplemente el hecho de estar sentados alrededor de una mesa, hablar de lo que significan los hijos para los padres o conocer la noticia de un feliz embarazo, incrementa la mortificación de Jesús.

Desde el principio del filme, con la secuencia inicial de carácter cómico en la que se encuentra el germen de la posterior tragedia, asistimos a un alargamiento del tiempo que va adquiriendo un efecto insoportable por su carácter de negación de una realidad que sabemos será revelada tarde o temprano; así, cada diálogo entre Jesús y María, la presencia de conversaciones con personajes secundarios o todo lo que sucede durante la cena de las dos parejas —con continuas referencias que no hacen más que recordar la dramática situación— es lo que produce la tensión que termina tornándose irresistible.

Ese terror cotidiano, al que le sienta muy bien el carácter low cost de la producción —muy escasos medios con diez días de ensayos y diez días de rodaje—, se reviste de una pátina de humor negro a través de la cual emerge un retrato sociológico de la sociedad que nos rodea, en el que cabe la dificultad para la adquisición de una vivienda, el peligro de las redes sociales, el deseo de ser madre, la paternidad o la vida en pareja.

Estefania de los Santos y David Pareja en La mesita del comedor. Foto: Filmin

Un costumbrismo que enlaza con la mejor tradición de la comedia negra del cine español y que ya estaba presente en el debut cinematográfico de Caye Casas con Matar a Dios (codirigida junto a Albert Pintó). Un humor negro que se lleva hasta las últimas consecuencias porque el personaje de Jesús, derrotado y hundido, es objeto de alabanzas e incluso de deseo de todos los que le rodean (la vecina adolescente, la amiga de la mujer lo considera muy simpático e incluso el vendedor de la tienda de muebles quiere salir con él).

Todo ello hace que la película funcione en dos niveles. Por un lado, la inocencia de la vida cotidiana mostrada en primer plano con situaciones y conversaciones habituales (el encuentro con vecinas, amigas, la compra de un mueble, invitar al hermano y a su pareja a casa); y por otro lado, la tragedia y el horror que se esconde, de una forma latente, detrás (en la habitación de al lado, debajo del sofá). Dos niveles, dos planos, que al coexistir en el personaje de Jesús produce un dolor insoportable. Frente a otras películas con situaciones reconocibles en el género (oscuridad, escenas violentas, sangre) aquí nos encontramos con un gore psicológico que termina produciendo el mismo efecto aterrador.

La factura sencilla provocada por la escasez de medios no debe ocultar las virtudes de un filme que se sostiene en base a un sólido guion escrito por el director y Cristina Borobia, unos actores y actrices magníficos —protagonistas y secundarios— y una planificación y montaje que acrecientan la tensión.

En apenas hora y media asistimos a un relato que se articula entre dos llantos desgarrados de mujer, al principio y al final, vida y muerte, en el que un hogar familiar termina convirtiéndose en una pesadilla. La mesita del comedor es un ejemplo de cine imaginativo —que se sobrepone a la falta de presupuesto y a la escasa ambición de los grandes distribuidores— capaz de aportar cierta esperanza a un género de terror cada vez más globalizado; y su valor se fundamente en que es capaz de transformar un terror ficticio en un terror real, de tal forma que lo que produce miedo en esta película es que nadie está libre de sucumbir a las ironías del destino.

Escribe Luis Tormo | Fotos Filmin