Disney en presente, pasado y futuro

Sabemos que impera en la industria cinematográfica una afición que hace veinte años atrás era impensable. Ahora vivimos en la cultura del remake, del reboot, de las sagas, de las secuelas, de los spin-off, y así podríamos seguir hasta la saciedad. Y, más o menos, parece que el público responde bien a este fenómeno, aunque ello no deje de subrayar una falta latente de ideas genuinas e innovadoras.
La factoría Disney, aunque nos vaya entregando al año alguna propuesta nueva, tampoco escapa de la moda fílmica de las revisiones. Aunque su tendencia se basa en el live-action o, dicho de otro modo, aquello de poner en personajes de carne y hueso los argumentos que hicieron canónica a la compañía. Además, se atreven con todo. La Bella y la Bestia, El rey León, Mulan, El libro de la selva, son algunas de las que han creado con mayor o menos fortuna. También las villanas clásicas han cobrado vida con Maléfica o Cruella, dando nuevas interpretaciones psicológicas sobre estos personajes.
La sirenita, versión live-action, se anunció en 2016, aunque problemas de preproducción, complicados a posteriori por la pandemia, hicieron que no empezara a rodarse hasta 2021. Pero tan sólo el mero anuncio creó un gran revuelo. Porque estamos hablando de una de esas cintas que cualquiera recuerda con gran cariño (algo así como La Bella y la Bestia, por poner un ejemplo), porque es una de esas cintas que permanecen en el imaginario colectivo del cine animado como una obra entrañable, sensible, grande.
El escándalo llegó cuando se supo que la muchacha elegida para protagonizar la obra era de color, aunque afortunadamente ahora muchas opiniones quedaran silenciadas cuando comprueben que la decisión fue magnífica. Pero aquí viene el eterno conflicto entre pasado y futuro, que se baten a duelo en el presente. Cuando se adapta un clásico, ¿es preferible respetar el espíritu de esa obra o bien es mejor decantarse por una renovación de la misma, ofreciendo un nuevo punto de vista?
La sirenita es el perfecto ejemplo de esta lucha, que opta por hacer malabares con pasado y presente. Porque lo quiere todo. Pretende crear un equilibrio entre el homenaje y la revisión de un filme mítico, a la vez que quiere ofrecer nuevas ideas llevando la narración a un grado mayor. No en vano, la nueva Sirenita dobla en metraje a la original. Si aquella tenía una duración de poco más de una hora, ésta llega a las dos horas y cuarto. Porque hay que cumplir también con los cánones actuales.
Y no sólo hablamos de los cánones de metraje (parece que ahora todos los blockbusters deban sobrepasar las dos horas casi obligatoriamente), sino que también hay que incluir los cánones socioculturales de nuestro tiempo: esto es, otorgar igualdad entre hombres y mujeres (de ahí que el príncipe Eric aquí tenga más recorrido argumental), una multietnicidad representada tanto dentro y fuera del agua, una protagonista de color cuando siempre hemos tenido a la protagonista como una chica de tez muy pálida… Aunque es cierto que esta actualización de cánones se salda con bastantes buenos resultados.
Porque está claro que ha habido un esfuerzo mayúsculo por hacer que esta Sirenita querida por todos no defraudase demasiado, puesto que Disney ha tenido algunos tropiezos sonados en estos últimos años. Y la que hoy nos ocupa no se puede considerar como tal porque ha tenido una conjunción de aciertos que algunos niegan pero que logran salvar la función.
Para empezar, como ya hemos dicho, encontramos un guion trabajado a fondo. Tenemos la historia de base, tal y como la recordábamos, pero también hay ese espacio para nuevas secuencias, para acercarnos mejor a algunos personajes. Hay una mayor empatía por lo que antes resultaba accesorio (Ursula, la villana, y el príncipe, por ejemplo). También encuentra cabida para alguna secuencia espectacular o para una narrativa más extendida y explicativa que podría no haber funcionado y lo hace. Aunque el conjunto no resulte redondo.

A estas alturas ya el mundo sabe que Halle Bailey está perfecta, que canta como los ángeles y que ahora no nos podemos imaginar a otra sirenita después de haberla visto. Y el resto del reparto resulta todo un acierto (personajes y también voces) en su conjunto. Todos parecen entender dónde han caído, y son conscientes de que también deben buscar esa difícil balanza, esta vez entre la comicidad, la caricatura y la emotividad.
Finalmente, tenemos a Rob Marshall, que nunca será Scorsese pero que se maneja como pez en el agua con el género musical (Chicago), infantil (El regreso de Mary Poppins) o el cuento que lo conjuga todo (Into the Woods). Y encima, claro está, es especialista en la casa Disney. Y se nota porque, aunque es cierto que su ritmo tiene momentos de flaqueza, también es cierto que sabe brindarnos momentos emocionantes, que sabe poner la cámara en el sitio adecuado, que sabe manejar al dedillo las secuencias musicales, y que de tanto en cuanto sorprende para bien con sus decisiones visuales (por poner un ejemplo, hay una cantidad inusitada para el género de primeros planos).
La sirenita de nuestros días no es ni mucho menos perfecta, ni será la obra más recordada de la compañía del ratón. Pero es cierto que quizás estemos ante uno de los mejores live-action films de esta mágica casa, y que, a base de mostrar pericia en su mescolanza de nostalgia y modernidad, justifica su existencia.
Escribe Ferran Ramírez
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