Recomendable película para pensar, reflexionar y debatir
Esta película es, sin duda, una obra muy interesante, en línea intelectual, psicológica e incluso teológica y vital. El psicoanálisis de Freud y posteriores ha sido siempre un tema atractivo para el cine.
También, el psicoanálisis es una forma de terapia de los trastornos psíquicos, a la vez que una hermenéutica de la vida, una forma de análisis de la realidad humana, cultural y social en su más amplio sentido. No en vano fue una de las teorías más revolucionarias, influyentes y controvertidas nacidas en el siglo XX.
Heridas narcisistas
Según Freud, apuntó tres grandes heridas al narcisismo humano en el curso de la historia reciente.
Nicolas Copérnico puso a la humanidad en su lugar de humildad con su teoría heliocéntrica, luego confirmada por Galileo Galilei, según la cual es la Tierra quien gira alrededor del sol y no viceversa. Después de esta verificación, nuestro planeta dejó de ser el centro del universo (primera herida narcisista infringida al ser humano).
Posteriormente, Charles Darwin explicaría la especie humana como fruto de un largo proceso de evolución de especies elementales (segundo gran palo a nuestro narcisismo, ya no éramos la cándida imagen de un Dios que moldea al ser humano del barro).
No tardó en llegar Sigmund Freud, quien nos advirtió que nuestra presumida «libertad» es una quimera, siendo que nuestra conducta está dirigida por ideas, anhelos y pulsiones que escapan a nuestra voluntad, o sea, son inconscientes (tercera herida narcisista).
De modo que en los últimos siglos el ser humano ha sufrido tres humillaciones: una cosmológica, otra biológica y la última psicológica.
Temas que aborda
Pero en esta película no solo se apuntan elementos provenientes de estas tres heridas narcisistas sino que, además, se suman y se registran docenas de temas como la existencia de Dios, la humana necesidad del ser humano de comprender lo que le sucede (sentido de la vida), el concepto de pulsión que en la cinta es señalado con el nombre «anhelo», la identidad sexual femenina (la de la hija Anna F.) y su vinculación con un anómalo apego con la figura paterna, la muerte y el más allá o más acá, la interpretación de los sueños y la importancia del principio de realidad, de cómo el humor se relaciona con el inconsciente, la mitología griega y la mitología bíblica, la figura de Jesucristo vista por un judío, cuestiones de lenguaje, etc.
Desde luego no hace falta ser especialista en psicoanálisis para ver y entender esta película. Lo que se necesita es estar atento a cuanto se dice y en disposición de aprender y a pensar. Pero quizá sirvan algunos conceptos para comprender mejor la trama.
De un lado, quienes conocemos este capítulo de la Psicología sabemos que para formarse y ejercer como psicoanalista, es necesario psicoanalizarse con un psicoanalista acreditado como «analista didacta». También hay que estudiar la teoría y llevar en modo de supervisión, al finalizar, al menos media docena de pacientes cuando se comienza a ejercer, diván por medio.
Esta formación viene a durar de seis a ocho años, más o menos. O sea, es una profesión exigida y exigente, por lo cual el psicoanalista deviene profesional con enorme responsabilidad y embajador lúcido de la realidad para con sus pacientes.
El título
La última sesión hace referencia, según lo entiendo, a una experiencia que los que hemos pasado por este proceso no olvidamos: ¿Cuándo y cómo el analista decide que se ha cumplido el ciclo y el aspirante puede volar a su aire? ¿Cuál es su última sesión? Incluso yo mismo me he preguntado: ¿Cómo fue mi última sesión?
El mismo Freud escribió sobre lo que él denominaba «análisis terminable e interminable”», que, si tuviera que resumir, diría, parafraseando al mismo Freud, que hay tres cosas que no tienen final, sino más bien son de curso indefinido: la educación, la política y el análisis.
En la película, Freud entabla una conversación (ficticia, o sea, no ocurrió tal) con un teólogo e intelectual, C. S. Lewis. Esta relación y este personaje sirven para ir analizando aspectos complejos del propio Freud y, claro está, del profesor que le acompaña.
Por otro lado, pensemos que Freud, al haber sido el padre del psicoanálisis, no tuvo nadie con quien psicoanalizarse, salvo consigo mismo (autoanálisis, concepto que popularizó Karen Horney).
Además, lo de la «última sesión», en el caso de la historia, se relaciona con el hecho de que Freud, tras su exilio en Londres, debido a su grave estado de salud, está a punto de poner fin a su análisis, a su propia historia y a su vida. Moriría poco después de la fecha en que se desarrolla la película, por lo que hablar de la última sesión suena también a sarcasmo.
Enmarque histórico
Está ambientada la cinta en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, cuando Freud, ya al final de su vida invita a Lewis a un debate sobre la existencia de Dios y docenas de asuntos más.
Se habla del encuentro en sí, a la vez que se explora la relación de Freud con su hija Anna, a la sazón lesbiana y con pareja, Dorothy Burlingham (excelente Jodi Balfour) y el romance poco convencional de Lewis con la madre de su mejor amigo muerto en la guerra. Con estos ingredientes se entrelaza pasado, presente y ficción, para lo cual intercala numerosos flashbacks.
Por medio de imágenes de situaciones pretéritas aprendemos de cada personaje a través de sus experiencias vividas. Está la infancia de Freud, con un padre judío severo y exigente, su vida en Viena como investigador y psicoanalista, y la difícil relación con su hija Anna, que acaba abrazando el psicoanálisis y psicoanalizándose con su padre.
De Lewis somos testigos de sus recuerdos infantojuveniles, de sus paseos por el bosque; de su tiempo en el campo de batalla en la I Guerra Mundial y su amistad con Paddy Moore. Hacen la promesa de que quien salga con vida, debe regresar y asegurarse de atender a la familia; Paddy muere y Lewis cumple esa promesa sobradamente, metiéndose en una complicada relación sexual con la madre de Paddy, Janie Moore (Orla Brady). También vemos su amistad con otros gigantes literarios a través de su pertenencia a The Inklings.
Guion y dirección
Mark St. Germain es el autor de la obra teatral que alumbra este filme, la cual a su vez toma su directa inspiración en las conferencias de Harvard del Dr. Armond M. Nicholi Jr. y su libro La cuestión de Dios: C. S. Lewis y Sigmund Freud debaten sobre Dios, el amor, el sexo y el significado de la vida (2002).
En la obra, este profesor de psiquiatría quiso poner a debatir a Sigmund Freud, que tanta importancia tuvo en nuestra cultura (se ha hablado largo del siglo XX como el siglo de Freud). Y de la otra parte del ring epistémico, a C. S. Lewis, un célebre catedrático de Oxford, considerado por sus obras literarias y religiosas, el defensor más popular del siglo XX de la fe basada en la razón. Juntos, Lewis y Freud, el creyente y el incrédulo, representan lados conflictivos de nosotros mismos. Ambos son portavoces elocuentes e incisivos de la visión que el otro ataca.
Así que interesante película teatral de Matt Brown, en la que este hace que todo funcione como una película en lugar de una obra de teatro filmada.
Pero es adaptación de la obra de Germain, sostenida por un sugestivo guion del propio Germain, que mantiene en vilo al espectador con una bien dosificada esfera de ideas y reflexiones de estos ilustres pensadores: el mismísimo Freud y C. S. Lewis, un teólogo, apologista cristiano anglicano, medievalista, y escritor británico, reconocido por sus obras de ficción, especialmente por Las crónicas de Narnia.
Están también en la trama Anna Freud, la hija, psicoanalista importante en el terreno de la infancia y en mecanismos de defensa; el biógrafo del maestro Ernest Jones, galés, primer psicoanalista británico, que pretendía inútilmente a Anna.
Reparto
Las dos interpretaciones principales y el casting no podrían ser más acertados, con un Anthony Hopkins que hace suyo un Freud creíble y sensacional, creado por el propio actor seguramente; Hopkins parece disfrutar indagando en todos los rincones y grietas de Freud.
Matthew Goode encarna a C. S. Lewis muy bien. Ambos contrastan, debaten y reflexionan sobre sus respectivos puntos de vista con entusiasmo y buenas dosis de profundidad, y muy creíbles en sus roles.
Entre los secundarios vemos a una eficiente Liv Lisa Friess como Anna Freud, Jodi Balfour como Dorothy Burlingham, Stephen Campbell Moore como J. R. R. Tolkien, Jeremy Northam como Ernest Jones, Orla Brady como Janie Moore; y Padraic Delaney, Rhys Mannion, Tarek Brishara, Anna Amalie Blomeyer.
Siempre me ha parecido que los actores y actrices británicos son sensacionales, y con estos trabajos actorales me ratifico en ello.
La existencia de Dios
Cuando se debate el tema de la existencia de Dios, entre Freud y Lewis hay acuerdo en ciertos puntos. Comparten la admiración por grandes escritores, como Milton, y ambos dan a entender que la cuestión de la existencia de Dios es de vital importancia para el ser humano.
Freud aporta un argumento psicológico: Dios es una proyección de un deseo infantil de protección del padre, y afirma que toda creencia religiosa no es más que la satisfacción de un deseo. También ofrece el argumento del sufrimiento humano, pues tanto el ser recto y cumplidor como el maléfico, sufren; por lo tanto, no hay ningún Ser que recompense por obedecer sus preceptos.
Lewis sostiene que el universo, con su inmensidad y complejidad, está lleno de indicios y misterios insondables que señalan con inequívoca claridad una Inteligencia más allá del hombre.
Freud no cree que exista una ley moral universal, sino que, más bien, elaboramos nuestro código moral como introyección de normas e ideales (superyó). Lewis, a cambio, afirma que existe una ley moral universal y que la descubrimos de la misma manera que descubrimos las leyes de las matemáticas.
Dos mentes brillantes hablando sobre su creencia religiosa central: el científico Freud, no creyente declarado, contra el escritor y teólogo Lewis que adopta un enfoque más esperanzador y espiritual, en desacuerdo con su anfitrión.
Brown entreteje imágenes de los bosques que atraviesan la mente de Lewis, así como los estudios de Freud sobre visiones más oscuras e imágenes oníricas.
Es de interés comprobar, siguiendo un poco las vidas de Freud y de Lewis, la fuerza conformadora de las respectivas cosmovisiones, tanto en el ámbito personal como social y político: influye en el modo como se perciben a sí mismos, en la manera de relacionarse con los demás, en la capacidad de afrontar las adversidades, en la concepción de la identidad personal y en el sentido de la propia vida.
Duelo de titanes
La forma que adopta este intercambio Freud-Lewis, la confrontación entre dos posiciones opuestas y los diálogos, tiene gran valor. Una sucesión de intercambios dialécticos en un encuentro de ideas que evidencia las contradicciones de ambos puntos de vista, sus fortalezas y flaquezas, en un ir y venir de declaraciones cruzadas y a la vez complementarias.
Como escribe Freud al final en la dedicatoria de un libro que obsequia a Lewis, El regreso del peregrino, donde el protagonista Lewis aprende de la vida y reflexiona sobre su aprendizaje: «De los errores nacen las verdades y de la oscuridad nace la luz»; o, como dijera Nietzsche: «A lomos de todas las paradojas se cabalga hacia todas las verdades».
Conforme van ahondando en su conversación, pasado, presente y cierto grado de onirismo se dan la mano; un discurso libre, ocurrente, abierto, tal como Freud dispuso en su método de la «libre asociación», es decir, dialogar con las menos barreras, abriendo paso a las ocurrencias e ideas conforme avanza el discurso.
Mientras que Freud confiesa cómo es su relación con Anna, su hija lesbiana, Lewis tiene que admitir también, no sin cierta incomodidad, toda una serie de contradicciones íntimas respecto a su pareja, la madre de su mejor amigo, Janie Moore.
En ambos casos Freud y Lewis se encuentran contra las cuerdas, en situaciones comprometidas y difíciles a nivel social, con «resistencias» evidentes a hablar de esos temas pues, ni la homosexualidad ni los romances con mujeres mayores, y menos familiares de amigos, eran asuntos bien vistos en la época, y conjugarlos con la fe y otros pensamientos de calado es todo un reto.
Aunque no es sustancial que lo diga, pero dejo la referencia de que Freud y Lewis nunca se conocieron. Solo, como antes dije, el profesor de Psiquiatría de Harvard Armand Nicholi publicó The Question of God, obra que confrontaba el pensamiento del Dr. Freud con el de Lewis.
Otros datos técnicos
Acertada fotografía tipo ocre de Ben Smithard, como aproximándose a los ambientes domésticos de la época o aventurando el principio de la II Gran Guerra (se oye por la radio hablar del «discurso del rey», alusivo a Jorge VI, recuerdo la película de Tom Hooper, 2010, El discurso del rey).
Salvo algunas escenas que nos retrotraen la infancia o sucesos concretos de los protagonistas, o algún corto episodio en centros académicos, la mayor parte de la película se desarrolla en la casa de Freud, casa y despacho recargados y elegantes que él mismo se ocupó de decorar para que se pareciera lo más posible a su vivienda y despacho en Viena.
Es meritorio el esfuerzo de Brown, por momentos exitoso, de hacer cuanto está en su mano para que toda esta maniobra intelectual dialogada sea visualmente interesante.
Lo logra en gran medida, siendo que es tarea difícil para un filme que se centra en las palabras, las ideas y las reflexiones. Y hay que estar atento todo el tiempo. Alguien me preguntó si era «lenta», calificativo para una película que no me agrada nada pues, hay películas, como esta, en las que pensar es toda una tarea interior o, como decía Piaget: «el pensamiento es acción internalizada». Al salir de la sala, pues, es como si hubieras corrido una trepidante maratón… de ideas. No, no es lenta.
Pero eso sí, quien vaya a ver esta cinta que se prepare para someterse a este fascinante encuentro ficticio donde encontrará mucho material para la reflexión, mucho en qué pensar y bastante para debatir a posteriori.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Selectavision films