Los caminos de la fe
La vida de Ang Lee
Todos conocemos, o deberíamos conocer, a Ang Lee; y todos hemos visto alguna de sus películas, o deberíamos haber visto. A través de los años, ha demostrado una capacidad para enfrentarse a todo tipo de proyectos, de diferente género, en diferentes contextos —asiáticos y hollywoodienses—, con diferentes textos y de muy diversa procedencia.
Ha sido capaz de llevar a la gran pantalla de igual forma una novela de Jane Austen (Sentido y sensibilidad) y un cómic ultra famoso (Hulk); desde una novela que diseccionaba los años 70 en la América más burguesa (La tormenta de hielo) hasta una reinterpretación del género wuxia (Tigre y Dragón) o del mito del movimiento hippie (Destino: Woodstock, claro). Ha dirigido guiones propios y ajenos y por el camino se ha llevado numerosos premios.
Dio la campanada de los Oscar dos veces: primero con esa obra casi canónica rodada en mandarín y con un acentuado sentido fantástico de las artes marciales, la antedicha Tigre y dragón, y después remataría la cosecha de estatuillas con su relato sobre la relación homosexual de dos vaqueros cuidadores de un rebaño en la montaña, Brokeback mountain.
Pero también ha ganado los máximos galardones en festivales como Venecia o Berlín, menciones, premios, nombramientos y demás. Es decir, no sólo Lee se ha llevado el favor del público más selecto e intelectual sino que también se ha ganado prácticamente siempre (sí, sabemos que ha habido alguna excepción) al público de masas. Todo ello sin renunciar un poco a ser quien es él y mantener una enrarecida lógica interna que le da coherencia a su filmografía.
Por eso, la supuestamente inadaptable novela de Yann Martel, La vida de Pi, ha ido a parar a sus manos. Porque su buen hacer ha quedado más que demostrado a través de los años y porque la maquinaria de Hollywood no es nada tonta aunque algunos digan lo contrario. Un proyecto como este necesitaba de una mano maestra, de ésas que pueden con todo y que, además, pueden bien. La vida de Pi es una historia que necesita ser dotada de cierta magia, pero también de cierto realismo, de cierta sensibilidad, y de cierto tono de cuento dibujado a viñetas. Lee, como ya sabemos, reúne todas estas condiciones.
Claro, para Ang Lee suponía el regreso a las mieles de Hollywood, mieles que le endulzan y le superan según él mismo ha declarado. Pero no nos engañemos; la adaptación de la novela de Martel era un bombón difícil de rechazar, aunque también supone una de las cintas menores del realizador, ya lo decimos ahora. Además, supone esta experiencia la primera oportunidad para Lee de trabajar con un formato que marca la tendencia de la industria, el dichoso 3D, que para bien o para mal estamos destinados a tragar.
La vida de Pi es una pieza más de orfebrería en la carrera de Ang Lee, llena de imperfecciones y limitaciones pero suficiente auténtica como para entender que gracias a él tenemos un espectáculo decente que no debemos dejar pasar sin prestarle cierta atención. Sabemos que todo lo que ha hecho antes, o casi, es seguramente superior a lo que este producto de la nueva moda Hollywood meets Bollywood puede brindar. Pero también es un paso más en la vida de Lee. Lo cual ya es mucho decir.
Además, la cinta también es muchas más cosas. Y ahora es cuando empezamos a verla con ojos avezados.
La vida de Piscine
La vida de Pi es una fabulación bonita e inspiradora que esconde un reverso de lo más tenebroso entre sus imágenes bañadas de poesía y esteticismo. Diríamos, en líneas generales, que se trata de una parábola sobre la fe y la religión, y el sentido que tienen ambos términos en la vida de las personas. Todo ello narrado a través de una historia plagada de elementos naturalistas, simbólicos y casi ocultistas. Ang Lee, como ya hemos dicho y todoterreno como es, nos va soltando pistas reveladoras a través de ese camino inmenso e intenso que vivirá ese protagonista perdido en las aguas junto a su tigre.
Piscine y Richard Parker, humano y animal respectivamente, son dos personajes memorables. De ésos que seguramente pervivirán en la memoria de los espectadores atentos. Su relación es extraña, agresiva, equidistante pero también es un vínculo fraternal, afectado, poderoso. Quien no conozca demasiado sobre el desarrollo de este filme, que no espere mucho más que lo que uno puede ver en el tráiler oficial, porque no hay más salvo unos prolegómenos un tanto atolondrados —el constante y pesado vaivén entre la entrevista a Pi y el novelista ansioso de inspiración para su próxima narrativa— y el epílogo revelador que descubre lo que tenemos detrás de tanta cosa bonita expuesta en pantalla.
Porque sí, se ha dicho hasta la saciedad y aquí tampoco lo omitiremos. La vida de Pi es una cinta intensamente bella construida como una cascada torrencial de imágenes fascinantes. Desde luego, Lee no ha escatimado en recursos plásticos para crear algo que quizás no veíamos desde Avatar en cuanto a su aparato visual. Todo en la vida de Pi, la que él explica, está tocado por la ensoñación, por unos colores abandonados a la más pura fantasía, al cuento indio con moraleja incluida —aunque ésta sea terrible—, lo que remite a esa sensación de cautiverio que Pi comparte con el espectador y el oyente.
Al unísono, la razón dice que la historia que nos narra Pi pertenece a un estadio irreal pero el corazón la hace creíble hasta límites insospechados. Y esa quizás sea el gran logro de este cuento, el hacer creer en lo mágico, porque esa es la esencia que podría resumir en una frase toda su historia.
Por otro lado, podríamos definir La vida de Pi como una especie de cruce entre Naúfrago, Slumdog millionaire y Más allá de los sueños, por citar sólo algunas de las obras a las que remite directamente esta película. Dicho de otro modo, tenemos esa doble dialéctica entre el retrato de un universo sumamente onírico conjugado con toda la parafernalia de la supervivencia que Piscine consigue aplicar durante más de doscientos días y el cuento de reminiscencia india que contiene moraleja con poder divino contenido. Y hasta ahí la parte de sueño y vigilia que nos propone Yann Martel en su novela, pasado por el tamiz de Ang Lee en celuloide.
Porque una cosa es atender esta historia en su formato original, sobre el papel, y otra muy distinta es trasladarla a una pieza de dos horas de duración. El resultado es estimable, no hay duda de ello, pero deja una sensación inequívoca de que le falta algo más para ser una obra redonda. Como las que Lee nos ha brindado antes. Y es que la historia, por bonita y meritoria que resulte, no da más de sí, aunque resulte una ópera completa. No olvidemos que hemos llenado dos horas con una introducción endeble, un desenlace trascendental que parece sacado de Las mil y una noches y un cuerpo que únicamente contiene un bote salvavidas, un adolescente moribundo y un tigre majestuoso, por lo que tampoco se podía pedir tanto.
Ang Lee ha hecho seguramente lo mejor que ha podido con el material de base, que para eso es quien es. Incluso él ha declarado sus dudas durante el rodaje de la cinta por pensar que estaba haciendo algo que podría acabar en bodrio rematado. Afortunadamente, no ha sido así, y nos regala algunas de las imágenes más impactantes que se recuerdan en el cine reciente, como la contemplación del hundimiento. Por favor, elijan pantalla gigante para disfrutar la película y escojan el formato 3D, pues ésta cinta nos recuerda la validez del mismo.
Por contra, el doblaje al español es pasmosamente espantoso, lo que creará la duda de elegir versión original o decantarse por su visionado tridimensional, pues las dos cosas no suelen ir cogidas de la mano. Pero La vida de Pi es puro sueño, la magia del cine, así que a dejarse llevar tocan.
Escribe Ferran Ramírez
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