Un cántico a la amistad

«They give you care and attention…»
(Queen)
El nuevo largometraje de Eric Besnard, Las cosas sencillas (Les choses simples), supone un lúcido acercamiento contemporáneo a una temática de largo recorrido en el cine y en otras manifestaciones culturales: la amistad.
La película, que tarda algo en despegar, va creciendo según avanza el visionado. En mi opinión, este crecimiento artístico se basa en las interpretaciones del dúo protagónico: Lambert Wilson, en el papel de Vincent, y Gregory Gadebois encarnando a Pierre. Esplendorosos los dos. El trabajo actoral de ambos intérpretes es maravilloso en su contraste. Más introvertido y lacónico, en el caso de Gadebois; más espontáneo y cercano, en el personaje de Wilson.
La obra de Besnard, que también firma un guion excepcional, muy fordiano, donde los diálogos, los silencios y las miradas se complementan a la perfección, plantea cómo personas bastante alejadas entre sí —el filme irá descubriéndonos también sus puntos en común— pueden convertirse en amigos.
Otro de los méritos de esta creación fílmica se asienta en la multiplicidad de asuntos que aborda a partir del núcleo básico de la amistad. Porque Las cosas sencillas también habla, sin dogmatismos y con un enfoque amplio, libre, de la soledad de los individuos en nuestra era, una época de digitalización y comunicaciones internacionales, pero en la que las personas cada vez se encuentran más solas, más tristes, más aisladas.
Asimismo, existe un humanismo muy en la línea de Truffaut para tratar la manera en la que los seres vivos pueden hacer frente a pérdidas muy cercanas, esto es, cómo podemos seguir viviendo con ilusión pese a las ausencias. En este sentido, el personaje de Camille, muy bien interpretado por Marie Gillain, se establece como la esperanza de Pierre para abandonar una vida demasiado hermética, para dejar atrás su cárcel de tristeza.
Por su parte, el largometraje refleja con profundidad el estrés laboral de nuestros días, la presión creciente a la que son sometidos muchos trabajadores en la actualidad, y cómo eso repercute en diversas problemáticas anímicas: la falta de autoestima, la ausencia de tiempo libre, las frecuentes coyunturas melancólicas. Vincent no sólo va a encontrar en Pierre a un amigo, sino que también halla una forma de vida, de mayor sencillez y claridad, con la autenticidad de una vida pegada a la naturaleza y respetuosa con el medio ambiente. Salvando las distancias —las que hay entre un buen filme y una obra maestra del cine—, Las cosas sencillas remite en algunas secuencias al aire libre a Dersu Uzala (1975), de Kurosawa.
A nivel artístico, de una antítesis clara en el inicio de la película, la establecida entre los caracteres de Pierre y Vincent, vamos, progresivamente, percibiendo que ambos comparten una tristeza interna, que los dos se ven solos en la vida. La trama gana en enjundia con el tratamiento temático del doble, del doppelganger, pues Pierre no deja de ser un Vincent que ha abandonado una trayectoria laboral de fama y prestigio, que ha decidido alejarse de las urbes, del poder del dinero, de todo el universo de máscaras e intereses que recorre las empresas en este siglo XXI. Y dónde busca su refugio, su lugar en el mundo: en la naturaleza, en las montañas, junto a ríos y manantiales.
A su vez, Vincent ve en Pierre la recordada figura de su padre, ebanista, hombre sencillo, sin grandes pretensiones, que sentía verdadera veneración por los trabajos manuales. Pierre se ha convertido en una especie de señor Cayo a la francesa: trabaja la madera, labora en el huerto, pesca, cocina, se maneja en las labores de albañilería, repara los vehículos averiados.

Toda la fotografía del largometraje, la captación de la luz natural en exteriores resulta magnífica y refuerza enormemente el enfoque humanista de la historia y de los personajes. Vincent vive enclaustrado en despachos, coches, hoteles, maratonianas reuniones. En el campo, junto a Pierre, podrá respirar en libertad. En esa dicotomía de la vida en la ciudad y en el entorno rural, y en suponer un bello cántico a la amistad, Las cosas sencillas conecta con la preciosa película italiana Las ocho montañas (2022), de Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch. Si esta abordaba la historia de dos amigos a través de las distintas etapas existenciales, Besnard se decanta por focalizar las problemáticas de la edad adulta, en plena madurez.
El cineasta galo comenta sus impresiones con respecto a la película: «Quería probar algo diferente. Me gustaba la idea de partir de un encuentro. Y crear, a lo largo de un fin de semana, las condiciones necesarias para que un simple encuentro, aparentemente fortuito, se convirtiera en el punto de partida de una profunda amistad. De hecho, mientras escribía, me di cuenta de que todos mis elementos eran los de una comedia romántica. Y cuando releí el texto, me dije que la película más parecida a la mía en términos de construcción era, sin duda, Le Sauvage, de Jean Paul Rappeneau».
Y cuando la primavera da sus primeros pasos es alentador ver un largometraje como Las cosas sencillas: nos recuerda que, pese a sus dentelladas de sombra, el mundo sigue girando y alberga mucha luz, la luz de dos desconocidos que comparten una tortilla y un vaso de vino en mitad de la naturaleza, respirando un aire puro, escuchando los sonidos de los pájaros, iluminados por el brillo de un sol que siempre vuelve a aparecer.
«¡Amistad verdadera, claro espejo
en donde la ilusión se mira!».
(Juan Ramón Jiménez)
Escribe Javier Herreros Martínez