Testimonios de alegría y libertad intramuros

Película espiritual, yo diría que para todo público medianamente sensible a la temática o, sencillamente, interesado por otras opciones humanas de autodesarrollo y autocrecimiento, como diría el conocido psicólogo Abraham Maslow. Historias y testimonios de monjes y religiosas de clausura, que exponen su experiencia y su íntimo sentir, desde una sensibilidad tan cristiana como sincera. Sin adornos ni sentimentalismo, acuden a la búsqueda del espectador, desde la manifestación de sus creencias y maneras de enfocar la vida.
En este documento queda claro que el ser humano está conformado por un equilibrio cuerpo, mente y alma en comunión permanente. Desde hace siglos, España ha sido cuna de la vida contemplativa, su poesía mística (Fray Luis de León, Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz) y su trayectoria católica de más de cinco siglos son muestra de ello.
En esta película hay un viaje al interior del ser humano, franco y austero, que permite entrar y hablar con personas que, por lo común, no suelen pronunciar palabra y habitan espacios monacales que están cerrados al mundo: monasterios y conventos.
Tiene una meritoria dirección de Santos Blanco, un libreto bien trabado de Javier Lorenzo, apreciable música de Oscar Martín Leanizbarrutia y una muy grande y esplendente fotografía de Carlos de la Rosa, que es un punto y aparte en este documental con tomas interiores impresionantes y maravillosas panorámicas de los entornos monacales.
La dirección de fotografía de Martín es fuera de serie, maravillosa, un valor sustancial para este documental. Martín Leanizbarrutia se luce y me dejó profundamente impresionado, aúpa el filme a un nivel, ya que estamos en ello, visual-místico. Algún fraile dice que la naturaleza es muestra de la belleza que Dios nos brinda, y la fotografía recoge este extremo de manera incontestable.
Entre los lugares donde entra la cámara están las comunidades benedictinas de los monasterios de Leyre (Navarra) y del Valle de los Caídos (Madrid), de las monjas cisterciensesdel Monasterio de Las Huelgas (Burgos), de los monjes cistercienses del Monasterio de Oseira (Orense), del monasterio de las Oblatas de Cristo Sacerdote en Madrid, o la comunidad de Monjes trapenses de San Pedro de Cardeña (Burgos). También se asoma la mirada de esta cinta a la peculiar vida de los ermitaños camaldulenses del Yermo de Nuestra Señora de Herrera (Burgos), con una espiritualidad cercana a los cartujos.
Testimonios
La película entra en estos monasterios de clausura españoles para mostrar la vida y las historias de monjes y monjas, desde algunos que se casaron y tienen hijos, hasta otros que sentían que su vida profesional y personal no les llenaba, y encontraron en su fe en Dios un sentido a su existencia.
Personas que cuentan su historia llegando a conmover. Pero no una conmoción meramente sentimental, sino con el estremecimiento de quien palpa algo sensacional que algunos califican de milagroso.
Entre los testimonios destacan el de una religiosa que estuvo casada y es madre de familia numerosa. Cuando ya era mayor, cuenta que un día, haciendo oración, sintió que Dios le decía: «Déjalo todo, vente conmigo». Según cuenta, sus hijos e hijas siguen sin entender del todo que su madre, la misma que se ponía tacones y mechas, haya entrado en el convento.
Un fraile franciscano inglés narra que tras una infancia difícil llegó a ser un gran artista que pintaba cuadros y los exponía en galerías, desde Nueva York hasta París. Precisamente en la capital francesa se casó con una cantante de ópera y tuvieron una hija, que ahora tiene 28 años. Su mujer y él se separaron hace 20 años y él se mudó a Toledo. donde se le «abrieron las puertas de los monasterios». Vivió el suicidio de su hermano, de su padre y de su suegro, y el divorcio de su mujer. «La conversión es algo inexplicable, muy potente, es cuando sueltas el miedo, un momento de libertad», asegura este monje en pantalla, quien añade que su encuentro con Cristo le «descubrió la belleza que siempre había buscado y la alegría verdadera».
Igualmente destaca el testimonio de un monje joven que en su vida anterior estaba «enganchado a los libros esotéricos, el satanismo y el heavy metal» y que «admiraba a los asesinos en serie», finalmente salvado por la oración perseverante de su madre (como decía San Agustín), que le llevó a la vida contemplativa y de oración.
O el de una monja joven de aspecto sonriente y jovial que tenía el sueño de formar una familia o triunfar en el ámbito profesional, pero a la que le «faltaba algo», lo cual encontró intramuros del convento en la presencia de Cristo que a partir de entonces es su único e insustituible amor.
Otra de las religiosas cuenta que su entorno no entendía su decisión de entrar al convento y su hermano le decía que iba «buscando una jubilación dorada» o que se marchaba allí porque el paisaje es bonito. «Cuando limpio los baños de la hospedería me acuerdo de mi hermano», bromea.
En la cinta también interviene el prior del Valle de los Caídos, Santiago Cantera, que habla sobre el sentido de la vida, sobre la muerte y el sufrimiento y otros temas trascendentes que aborda con profundidad y elocuencia.
Está la historia de una monja anciana, pero aún novicia, a la que diagnostican un cáncer terminal. Ella testimonia la alegría que experimentó cuando supo que en pocos meses se encontraría cara a cara con su Señor. «Le dije a la madre superiora que me iba porque sería una carga». Pero las hermanas fueron una por una a hablar con ella a decirle: «No permitas que se vaya». Y le dijeron: «Te vamos a acompañar hasta el final», recuerda la religiosa emocionada.
Está el caso sencillísimo de un cisterciense que llevaba una divertida existencia en el mundo: trabajaba, salía de fiesta, viajaba con sus amigos y amigas y lo pasaba en grande. Fue así hasta que se encontró con Cristo y experimentó tal alegría que decidió entregarle su vida en el Císter.
Además de mostrar su día a día, los protagonistas comparten sus reflexiones sobre la sociedad actual. Según uno de ellos, existe «un gran vacío existencial», mientras que otra constata que la gente vive en una sociedad «súper acelerada en la que no da tiempo a parar» y un tercero lamenta que «el problema hoy es que nadie escucha a nadie».

Asimismo, otro de los monjes se refiere al problema de la violencia en el mundo, tanto a las guerras como a la violencia machista. «Dios no está en el hombre que hace violencia de género sino en la mujer que lo sufre, Dios está con los que sufren, con los últimos», declara.
Frente a esa sociedad acelerada, los monjes y monjas proponen el silencio, la soledad y un estilo de vida monástica que definen como «democrática», en la que «todos aprenden de los oficios de los demás» y se entregan a la comunidad.
«Somos como la zona verde de las ciudades, que no hacen nada, pero la ciudad se ahogaría si no las hubiese. Te refrescan el alma», asegura una religiosa, al tiempo que otra defiende que no son un grupo de solteronas, como dijo el papa. Además, a quienes piensan que están locos, los protagonistas les aseguran que, por el contrario, son «los más felices y libres del mundo».
Capítulos de la obra: alegría y libertad
El documental está dividido en tres capítulos: Camino, Verdad y Vida, y el conjunto nos ofrece un rosario de experiencias que van armando una hermosa vidriera que recoge lo esencial de la vida cristiana. No solo de la vida contemplativa como algo limitado a unas pocas vocaciones muy específicas, sino de la vida cristiana en general.
La película nos dibuja la alegría, la paz, la relación cercana con Cristo, la confianza en su providencia, la esperanza, la certeza, el amor, el gozo de los sacramentos, la ilusión en el trabajo, en el servicio a los demás, sin censurar ni obviar la experiencia compleja de la convivencia comunitaria, las heridas del pasado que aún supuran o el dolor de la propia infidelidad.
Podemos echar en falta una mayor profundización, apuntada, no obstante, de la vida comunitaria, que como cualquier relación entre personas tiene sus dificultades de desconfianza a veces, recelos o pequeñas rencillas que se sobrellevan con oración y trabajo diario. Pero también se refiere la relación fecunda que emana de estos monasterios y que tiene su fin puesto en velar por el mundo.
Podría decirse que la constante de esta sinfonía de testimonios es la alegría. Y se repite también la palabra libertad. Alegría y libertad, palabras cristianas olvidadasen el lenguaje pastoral contemporáneo, en las homilías y en las palabras de esos severos sacerdotes que predican un Dios castigador al modo del Antiguo Testamento, olvidando la liviandad de estos sentimientos y sensaciones de alegría y libertad, que dicen experimentar estos hombres y mujeres que se han encontrado con un Cristo-amor, lo cual transmiten en este documento entrañable.

Comparación con Gröning: El gran silencio
Es inevitable para mí comprar esta obra con El gran silencio (Die grosse stille, 2005), de Phillip Gröning:
Aquella película proclama: «¡Oh Señor! tú me sedujiste y fui seducido». Fue en 1984 cuando el director alemán Phillip Gröning solicitó permiso a la Grande Chartreuse, monasterio de referencia en los Alpes franceses de la legendaria Orden de los Cartujos para rodar dentro del monasterio.
Le respondieron que era demasiado pronto y pasaron dieciséis años antes que recibiera la llamada para decirle que había llegado la hora. Prueba de que en aquella cinta el silencio lo inunda todo y que dentro de la cartuja no contaba el tiempo social, el tiempo extramuros, sino intramuros. Se trata de una cinta austera que se acerca a la meditación, a la oración y, sobre todo, al silencio en estado puro. En toda la película prácticamente no se habla.
Esta que se estrena ahora es más testimonial, los monjes hablan a los espectadores y para alguno podría parecer que el misterio de la vida monástica de clausura queda desdibujado (contrariamente al filme de Gröning).
Sin embargo, son dos obras distintas, en esta se proclama el amor de Dios, la fe, la paz y la libertad que sienten los protagonistas. Hay menos oración y cánticos del gregoriano benedictino, o el sonido de la azada de los trapenses.
Pero a su manera, estos testimonios nos llevan a la montaña o al rumor del río; hay un silencio tras las declaraciones, hay misticismo igual. Y también Santos Blanco nos introduce en la vida de cada convento, a pesar de que el guion, en honor a la verdad, queda un poco corto. Pero, aunque me repita, a la fotografía sí le doy un sobresaliente, una dirección de fotografía para los Oscar.

Concluyendo
La película viene coronada por la belleza arquitectónica de los monasterios, de la armonía, fecundidad y belleza de sus huertos, y la imponencia de los paisajes naturales que los rodean. Una película que devuelve la alegría del encuentro cristiano.
Es un filme interesante, sobre todo para quienes tienen inquietudes espirituales; aunque pienso que puede interesar a cualquier espectador sensible y aventurado por los aspectos que van más allá de lo material, lo económico y el consumo. Un joven fraile dice: «Aquí necesitamos muy poco, y de eso, más poco todavía».
Como apunta Engel: «La película, que se construye como un convencional publirreportaje de la reclusión, no necesita un contrapunto crítico, confía en la inteligencia del espectador. Y se revela como un reguero de perlas, así como una poderosa herramienta para la reflexión. Casi dan ganas de descolgar los hábitos».
O como poco, da para repensar la vida de esta sociedad tan centrada en la inmediatez del goce, en exprimir las cosas para rentabilizarlas y en propio disfrute, esa visión mercantilista y megahedonista imperante, esa forma de comunicación con mensajes sencillos y casi infantiles de los tuits, la pseudocomunicación a través de chat, Facebook y las redes en general, la apetencia por lo virtual o el consumo desaforado que tanta insatisfacción genera, la violencia, las guerras, etc.
Puede que la paz, la alegría y la libertad que titula el filme, esté, como se muestra en esta cinta, en la naturalidad. Recordando unos versos de León Felipe, ser libre sin duda esté vinculado a una cruz: sencilla, / carpintero… / sin añadidos / ni ornamentos… / que se vean desnudos / los maderos, / desnudos / y decididamente rectos / los brazos en abrazo hacia la tierra, / el astil disparándose a los cielos (…).
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Bosco Films