Lo carga el diablo (3)

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Un viaje diabólico

La inevitable apisonadora del progreso, el peso de la evolución social y económica y la importancia de obtener el éxito hacen que esta sociedad termine dividida en triunfadores y perdedores, con personas que permanecen dentro del sistema y otros outsiders que pululan por sus márgenes.

Una sociedad moderna que tiende a concentrarse en torno a las ciudades en las que se encuentran todos los medios y servicios; una característica que deja grandes espacios geográficos –eso que conocemos como la España vaciada– donde es evidente reconocer la mella que ha hecho el paso del tiempo.

Carreteras secundarias, polvorientas, trufadas de construcciones que se convierten en testigos de un éxito pasado del que ahora solo quedan los restos. Bares de carretera sin apenas clientes, moteles en ruinas, carteles de anuncios viejos o gasolineras vacías. Lugares que albergan a esas personas que pertenecen a otra época; apenas separados por unos cientos de kilómetros de los núcleos urbanos, son gentes que se encuentran a una distancia emocional y social mucho más alejada de la puramente geográfica.

En este paisaje agreste, extraño por su atemporalidad, se desarrolla Lo carga el diablo, la opera prima de Guillermo Polo –un proyecto largamente acariciado y que tiene su origen casi una década atrás– que aprovecha el simbolismo de unas localizaciones para establecer un relato que sigue el modelo de una road movie.

Tristán (Pablo Molinero), un escritor frustrado que sobrevive creando frases para los sobres de azucarillos, debe transportar el cuerpo congelado de su hermano Simón desde Asturias hasta Benidorm para cumplir la última voluntad del difunto y, a su vez, recibir un incentivo económico de 20.000 euros, un dinero que puede posibilitar editar su deseada novela. Los lazos que unen a su hermano con la delincuencia hacen que el traslado tenga que ser discreto, fuera de los cauces legales, introduciendo una atmósfera de cine negro surrealista a través de una subtrama mafiosa.

Con la estructura de road movie como elemento sustancial, la película utiliza el viaje como soporte para mostrar una serie de personajes marginales –casi irreales– que configuran una fauna de perdedores, de seres que conviven mimetizados con el paisaje ruinoso por el que transitan. Tristán, desencantado y acomodado en su desgracia ve como su universo salta por los aires; arrastrando los traumas de la infancia y de una vida sin ilusión –su madre los abandonó de niños para realizarse como escritora, la relación con su hermano era inexistente, su padre murió– se enfrente a ese viaje que pondrá patas arriba su vida.

La sensación de derrota se amplifica pues todos los personajes que aparecen en la pantalla se encuentran en una situación muy similar a la de Tristán. En una sociedad que prima el éxito económico, el triunfo social; la película es un muestrario de una serie de vidas fracasadas, de perdedores que no terminan de encontrar su sitio en el mundo, encontrándose en un entorno asfixiante.

Bajo un tono tragicómico que se adorna de los elementos propios del thriller, el catálogo de personajes disfuncionales nos presenta a Álex, una desquiciante chica, adicta a las pastillas, a las raves, que acompaña al protagonista acrecentando su vértigo y desconcierto de Tristán; una mujer que representa todo aquello que Tristán añora: la libertad, la independencia y la capacidad creativa ante la vida. El resto de los personajes acompaña esa imagen de derrota, desde la matona que encarna Antonia San Juan – siempre acompañada de su padre, un anciano senil– a la extraña pareja que conforman los dos policías que investigan los asesinatos.

Lo carga el diablo apela a múltiples referencias reconocibles para el espectador, que van desde el universo de Tarantino pasando por el de los hermanos Coen o David Lynch; unas citas que tienen su traducción en un estilo que transforma el paisaje local en un contenedor que bebe del cine americano donde la carretera es un elemento fundamental (Punto límite: Cero, Loca evasión, Thelma y Louise).

Mero González y Pablo Molinero en Lo carga el diablo. Foto: Begin Again Films

El empleo de las carreteras secundarias flanqueadas por montañas, el paisaje polvoriento de aspecto desértico y el coche que remite a los vehículos norteamericanos, junto con un ritmo y un montaje frenético –incluidos sorpresivos giros de guion– nos introducen, sin perder el costumbrismo typical Spanish, en un delirante relato en el que pueden convivir el cartel del toro de Osborne, las gasolineras de los años 80, las cabañas de un camping para hippies denostados y el skyline de Benidorm; todo ello en un combinado estético acrecentado por la fotografía cálida y el uso del gran angular que consiguen esa imagen caricaturesca.

Al igual que ocurría en El misterio del Pink Flamingo, el debut de su hermano Javier –aquí en labores de producción– en Lo carga el diablo hay un juego con la estética kitsch, un deleite en la fealdad, que se acentúa con el punto de vista gamberro que le emparenta también con la tradición berlanguiana, con un reparto amplio de personajes secundarios, donde la sátira y el humor negro terminan de pincelar unos seres disfuncionales.

Del subgénero de road movies que tienen como soporte argumental el traslado de un cadáver, y en el que hay que destacar cierta predilección de los guionistas por terminar el viaje en la Comunitat Valenciana –recordamos ahora mismo Cuatretondeta de Pol Rodríguez o Un mundo normal de Achero Mañas–, la película dirigida por Guillermo Polo destaca por su especial adscripción a un relato histriónico, con elementos del cómic (el carácter caricaturesco de los personajes),en el que se conjugan nuestras raíces costumbristas con los modelos foráneos ya citados.

A pesar de que Lo carga el diablo se reconoce como un filme que fija su aspiración en el divertimento, al final, quizá fruto de su conjunto de guionistas y el largo periodo de maceración del proyecto, la película termina siendo una amalgama de temas en la que se habla de las disputas entre padres e hijos, las relaciones fraternales, la frustración de los sueños incumplidos, la creación literaria y la necesidad de cortar con los lazos que nos unen al pasado para ser capaz de afrontar el presente. Un conjunto temático que queda engarzado de forma adecuada en una trama delirante recargada de un humor negrísimo que no concede respiro al público.

Lo carga el diablo inauguró la 39º edición del festival Cinema Jove de Valencia.

Escribe Luis Tormo | Fotos Begin Again films