Los caballeros del Zodíaco (1)

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Tras los pasos de la diosa

los-caballeros-del-zodiaco-0Aparente inicio de una saga. Los caballeros del Zodíaco (Tomasz Baginski, 2023) intenta seducir a los fans del animé con una tónica de relato anclada en pasajes de combate fuertemente acoplados a la impronta de un videojuego. Cámara lenta, estruendos, golpes remarcados a fuerza de pausa, espectaculares caídas, explosiones que destrozan lo interpuesto a su paso, componen la clara señal que nos acerca a una modalidad de diversión afín a espectadores ávidos de fuertes emociones.

No obstante, la experiencia caduca ante la aparente respuesta de un público («especializado en la temática») que ha expresado su descontento en las redes sociales.

El animé original es oriundo de Japón y fue exhibido desde el 11 de octubre de 1986 hasta el 1 de abril de 1989; un total de 114 episodios en 3 temporadas derivado del manga creado por Masami Kurumada.

Live action que se propaga sin ton ni son hacia lugares comunes, la intención recala demasiado en el origen de algo que se propone continuar. Todo el tiempo nos aborda lo esperable, la ausencia de originalidad se derrama en el tránsito tedioso hacia lo previsible.

Es la historia de muchachos que deberán continuar una batalla de otros tiempos, la diosa Athena retorna a la Tierra encarnada en la niña Sienna; Seiya es el predestinado protector de la divinidad, por ser el elegido deberá desarrollar las habilidades que le otorga el cosmo.

El filme resalta el camino hacia la determinación de los preferidos originados en vidas mundanas. Un despertar a la conciencia inundado en el recuerdo, Seiya es introducido de manera gradual; es el despertar del héroe, la asunción de un compromiso. Por eso, la película gira en torno a estas cuestiones preparatorias, eso sí, siempre en medio de múltiples combates con efectos visuales que exageran las vicisitudes de un héroe en proceso de autoaceptación y reconocimiento.

La historia se banaliza al quedar paralizada en la circunstancia; solo quedan los efectos visuales, habitual común denominador en la naturaleza del género: golpes, explosiones, destrucción. La película cumple sin descollar, ¿cuánto más podríamos pedir a una película de superhéroes?

La calidad adolece del ingenio necesario en aras de una preocupación comercial con proyección a futuro; se queda en lo ordinario. Una historia insulsa y aburrida llena de pasajes convencionales forzados a la conquista de un pretendido gran público. Protagonizada por actores acartonados que resuenan tan artificiales como el propio guion, un camino de obstáculos sin sorpresa.

La continuidad se ve afectada por circunstancias de agregación artificial donde los protagonistas insinúan poderes que todos sabemos, en algún momento aparecerán. La frustración de Seiya en la montaña, el entrenamiento con Mina se siente amateur, pero no desde los procedimientos y procesos, sino desde la torpeza de una falsa frustración.

Arata Mackenyu no convence, pretende vendernos momentos de esfuerzo no creíble, expresiones afectadas en la ausencia de espontaneidad. Rituales forzados, una cuasi ausencia volatilizada en idas y venidas de poderes sujetos a la concentración y confianza de una conciencia que debe aprender a funcionar de manera decidida.

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Sumatoria de sucesos que sirven para poner a prueba a Seiya en su aptitud ante el desafío y su capacidad de relacionarse con la diosa encarnada en un mortal. Todo es en función de ese eje temático egocéntrico, vivencia de una trama, solo al servicio del heroísmo de un personaje que, quizá, en el futuro, reciba un tratamiento más complejo y completo; por ahora, solo es la presentación, si usted quiere ver más, tendrá que volver al cine.

Sienna y Seiya, una convergencia que, por momentos, semeja episodios de telenovela, sumatoria de aptitudes imbuidas de emociones y descontrol, pasos necesarios a un autodescubrimiento que no alterarán el vínculo, continúa navegando en premisas infantiles donde el amor está sugerido desde una atracción secundaria atada a la sagrada misión.

Lo sacro no irrumpe, no contagia; sentimos el deber de lo heroico sumido en permanentes batallas que involucran las bondades de un poder que necesita madurar. Y en eso nos quedamos, Seiya en lucha consigo mismo, lo físico y emocional se conjugan en consagración a la diosa; todo en una absoluta carencia de solemnidad que deriva en el brusco discurrir de sucesos harto trillados en películas de acción de esta clase.

Un filme vacío de contenido relevante, una preparación hacia algo que se pretende continuar. Emociones no creíbles se decantan en frases hechas aceleradas por el pasaje a lo que «realmente importa»: tiempos de acción, violencia desatada en combates donde el «bueno» siempre triunfa a pesar de las dificultades.

Los sueños de Sienna son irrespetuosamente tratados, la película desperdicia flashbacks que bien podrían ser explicativos de circunstancias actuales, se empecina en avanzar para reforzar la lucha de Siya con su propia inexperiencia, y el riesgo que presupone ante el futuro.

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El sentido se centra en ese punto: ¿estará nuestro héroe a la altura del desafío?, ¿podrá vencerse a sí mismo? En función de esta propuesta, todos los combates se transforman en la típica prueba que insta a dudar de un resultado indudable; valga la paradoja. El espectador necesita ser situado ante la identificación transitoria del desafío, es la duda de un éxito que, en el fondo, sabemos que llegará.

Sucede que, en este caso, el planteo peca de excesivo y recurrente; como leitmotiv, típico del género, se pierde en el énfasis desmedido. Ausencia de clímax, se nos brinda acceso a una experiencia de videojuego. Los combates son aparatosos y estrepitosos, impresionantes caídas que todo lo destruyen. Se intenta exhibir la imponente resistencia física de los personajes. Un cúmulo de sucesos expuestos para demostrar las posibilidades de los protagonistas.

Se van diluyendo instancias de conflicto más allá de la violencia en el contacto físico. Los propósitos caen en saco roto, se apuesta a la conformación de una saga. No es explotada la creciente generación de expectativa, se diluye en la espectacularidad típica del género que, sin suficiente originalidad, recala en una especie de funcionamiento circular, donde el centro de atracción solo se remite a la puesta a punto de las capacidades de Seiya.

Trama coja, carente de clarificaciones acerca de motivos y razones; no alcanzamos a saber el porqué de tanto despliegue en la protección de la diosa, cual es su misión específica; todo se vuelve ambiguo, y más diría, confuso; la historia se debilita en un desmedido interés por la acción que «motive» al espectador, y lo prepare para desarrollos futuros.

El camino es erróneo, el filme se vuelve un monótono ejercicio de efectos visuales expansivos, poderosas energías que amenazan la constitución de los héroes del planeta.

Una obra menor, con ambición meramente comercial, fracasa en la pertinencia por excesos que sumergen el producto en las fronteras de lo reiterativo, vano intento por situarse en la mística propia del género; el resultado: un producto pretensioso que no logra evitar su bajo perfil.

Escribe Álvaro Gonda Romano