Los delincuentes (4)

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Película crítica, singular western que engancha

Empieza el metraje con el empleado bancario Morán (Daniel Elías), hombre hastiado de la vida que lleva como cajero en un banco. Detesta su trabajo que hace sin mínima alegría, cansado de la cruda y alienante rutina de contar billetes, cuestionándose su exasperante existencia de fajos de billetes para arriba y para abajo, sin nada imaginativo ni mínimo resquicio para la creatividad o la ilusión; trabajo desquiciante y deprimente para un espíritu libre y afanoso.

Un trabajo plano y sin aliciente. Como apunta Moreno: «La sociedad moderna nos ha empujado a vivir vidas que no queremos vivir. Hay obligaciones, obligaciones formales, obligaciones que nos despojan de nuestras libertades. Ahora, en tiempos de crisis económica, dependemos de las obligaciones más que nunca, pero también dependemos de la tecnología. Nuestra existencia se ha vuelto totalmente dependiente. La decisión de Morán nos invita a deshacernos de ese destino».

Pues bien, el largo servicio bancario de Morán y su manifiesta torpeza y limitaciones, hacen que la dirección le confíe la tarea de transportar grandes cantidades desde las cajas aledañas hasta la caja fuerte central. Pero ha descubierto que puede transferir fácilmente sumas considerables a las cajas fuertes detrás del área de clientes. Una operación chupada para quien está metido en faena a diario dentro del banco.

La cosa es que Morán ha encontrado la salida a su taedium vitae cometiendo un atraco limpio, abierto a la esperanza: abre la caja fuerte, que para eso tiene la llave y las claves, y mete los billetes en su mochila como si tal cosa.

Morán queda con su igualmente aburrido colega Román (Esteban Bigliardi), el más ingenuo, el que tiene más cuajo, el más tolondro de la oficina, para tomar una copa en un bar y con toda tranquilidad le hace una oferta, arrojando a sus pies la mochila llena de dinero: él se entregará en una comisaría y confesará. Calcula que será un modesto tramo de tres años y medio en prisión. En tanto, Román se debe ocupar de guardar el dinero. 

La bolsa tiene tanto dinero como riesgos para la existencia y el bienestar personal y emocional de ambos, sobre todo de Román. Este pobre hombre debe ocuparse esconder la pasta, un capital de miles de dólares hasta que el atracador cumpla la condena, para repartirlo entre ambos cuando salga.

La cantidad del dinero robado equivale a todos los sueldos que ganarían ambos hasta jubilarse. El caco Román cambia tres añitos de cárcel por veinticinco de banco que aún le quedan antes del retiro.

El obsequio al amigo inocentón, por cierto, es un «presente griego», como se dice en la Argentina (en alusión al caballo de Troya), o sea, un regalo que lleva en sí preocupaciones y perjuicios para el obsequiado, e incluso puede conducirlo a su propia perdición o muerte. Con ese regalo compromete su destino al de su compañero. Ambos unidos por una mochila atómica de dólares sustraídos.

La mezcla y el diseño de sonido de Roberto Espinoza aporta una música sensacional, un tema del rockero Pappo (del LP Pappo’s Blues) de fondo y unas flotantes y sugerentes notas, todo lo cual recuerda al cine antiguo, con música orquestal acompañando las escenas, como en las pelis de antaño. No está nada mal la fotografía de Inés Duocastella y Alejo Maglio que ofrece planos muy potentes que se disfrutan en pantalla, a la vez que capta las bellezas de la serranía cordobesa y el norte del país, paisajes agrestes muy bellos.

El reparto está muy bien, con interpretaciones contenidas pero expresivas de Esteban Bigliardi y Daniel Elías, que son los protagonistas agónicos de esta especie de western con atraco y todo. Margarita Molfino, bien como la novia de ambos, alegre y a la vez dramática, que vive junto a su hermana Morna (Cecilia Rainiero). Magnífico Germán de Silva en su doble rol de jefe del banco y peligroso capo en la cárcel. Y acompañando muy bien Laura Paredes, Sergio Hernández, Celia Rainero o Adriana Aizemberg, entre otros.

Tiene un formato western, género poco explorado en Argentina, pero que tiene un potencial inmenso, recuerdo aquí, a propósito, uno austral magnífico: Un oso rojo (2002), de Adrián Caetano.

Pero en este caso alternan entornos urbanos con otros agrestes, en los pueblitos del interior del país, por Salta, en la extensa y rocosa Córdoba de la Nueva Andalucía, en el norte árido. Y qué mejor que un western con dilemas morales, con aspectos y notas que gustan, cosas que atañen al argumento, o más bien, a la filosofía que maneja el autor.

De lo cual resulta que un western, con atraco, con paisajes silvestres y caballos, de corte austero e incluso por momentos minimalista.

Desde luego, en pantalla, cine de atracos, pero reducido al máximo, porque lo que menos importa es la ejecución del atraco, más interesante es su capacidad para producir un relato que puntualmente se bifurca en la pantalla partida, por un lado el ladrón que es un oficinista bancario que se entrega a la policía y a la justicia, y de otro lado su cómplice forzado, pues no le ha quedado otra, prácticamente, pues el ladrón lo ha elegido para que le guarde la plata mangoneada durante los años que durará su encarcelamiento.

Además, si Román delata, le dice Moran que dirá a las autoridades que estuvieron juntos en el golpe. Asombrado y atolondrado por el vértigo de los acontecimientos, siente Román que no le queda más remedio que llevarse la bolsa de dinero a casa y esconderla en el modesto piso que comparte con su novia, profesora de música, e iniciar, así, su nueva vida secreta de delincuencia.

Así que todo obedece a un plan absurdo, pero es que estos delincuentes mueven sus pseudópodos como las amebas, por impulsos, y los cálculos de Morán llegan a ser tan poco precisos como lo son las del espectador, que a cada vuelta de la historia verá rotas sus expectativas. Porque junto a la complicidad de los bancarios, se van tejiendo dos líneas dramáticas sustanciales, que siguen los acontecimientos que transitan estos dos personajes, y, en otro plano, se desarrollan un conjunto de roles secundarios que interceden y motivan las decisiones de los delincuentes.

Asistimos a la proyección de El dinero (1983), de Robert Bresson, dos pitillos que se encienden en escenarios diferentes y simultáneos (la pantalla dividida en dos), junto con sillas que chirrían y un poema de Ricardo Zalayarán (La gran salina), recitado en una lejana y cutre cárcel, todo a modo de cuento de Borges o relato de Cortázar: «La locomotora ilumina la sal inmensa, / los bloques de sal de los costados, / yuyos mezclados con sal que crecen / entre las vías. / Yo vacilo… / y callo… / porque estoy pensando en los trenes de carga / que pasan de noche por la Gran Salina».

En fin, el relato queda liberado prácticamente a su suerte y así lo ejecuta la excelente dirección y el curioso guion de Rodrigo Moreno, todo lanzado a la belleza del desvío e incluso de la fuga como mecanismo operativo, llevado por la opción de la libertad a tutiplén y entregado a la sorpresa del mundo.

De lo cual resulta que un western, con atraco, con paisajes silvestres y caballos, de corte austero e incluso por momentos minimalista, deviene especie de cuento infantil donde la gente se baña en unos saltos de agua, se ama, juegan a los acertijos y a las palabras que se encadenan unas con otras, y así, como quien no quiere la cosa, hace acto de presencia el amor, un amor gracioso y pasional también, luego el amor se esfuma y finalmente se vuelve a abrir el filme a modo de milagro o fantasía onírica, otra vez al cine del oeste, jinete que galopa por las pendientes rocosas sin un objetivo cierto («el caballo en la montaña»).

Filme profundamente extraño, absolutamente especial, distintivo, seductor y fantástico donde hay amores, robos, huidas, cárcel
Filme profundamente extraño, absolutamente especial, distintivo, seductor y fantástico.

Filme profundamente extraño, absolutamente especial, distintivo, seductor y fantástico donde hay amores, robos, huidas, cárcel, el rocoso e inmisericorde sistema bancario al completo, la mentira, las verdades, el anhelo por vivir en manera volátil, actores muy bien, música sintónica, paisajes bellos, el caballo y el jinete por parajes de riscos y torrentes… y un director argentino, Rodrigo Moreno, que consigue llevar tantos ingredientes a buen puerto.

Hay otras ramificaciones narrativas que se subdividen de manera un tanto surrealista. Morán y Román (el par de nombres anagramáticos que insinúa universos paralelos y coincidencias que ni siquiera adivinan) tienen un jefe malvado en el banco llamado Del Toro, interpretado por el veterano actor argentino Germán De Silva; y en la cárcel, Morán es aterrorizado por un jefe de pandilla apodado Garrincha, también interpretado por un Germán De Silva que se luce como «el bandido doblemente armado».

Mientras está en prisión, Morán le dice a Román que, de hecho, él también ha escondido algo de dinero cerca de un arroyo en el remoto Alpa Corral (en el norte cordobés, próximo a Río IV), y que Román debería recuperarlo. Pero hete aquí que la cinta se adentra en un territorio de comedia pastoril, momento en el que Román se distrae en su peligrosa misión. En un tiempo en que debería estar huyendo con gran angustia, a cambio se enamora de una mujer de la zona, Norma (Margarita Molfino), que tiene una pequeña propiedad allí y está ayudando a un amigo a hacer una película en aquellos curiosos y asilvestrados lares (cine dentro del cine).

Por cierto, hablando de cine, la cinta rinde homenaje al viejo cine argentino. Como declaró Moreno: «Hay una vieja película argentina que trabaja con la idea de los empleados robando dinero de su propio trabajo para dejar así de trabajar y ser libres:  Apenas un delincuente (1944), de Hugo Fregonese. Bauticé a Morán pensando en ese personaje, que también se llamaba así, pero las dos películas sólo comparten ese punto. Es un vínculo ligero con el viejo cine argentino. De alguna manera, mis películas anteriores estaban aisladas de la historia del cine argentino, y no me sentía cómodo con eso, así que en esta quería dialogar con nuestra propia historia».

Esto es, claro, un giro más que llamativo pues crea Moreno un cosmos extraño y afín. Desde luego muchas de las locuras argumentales y lagunas en el guion pueden ser fácilmente rebatidas, pero no son las preocupaciones realistas las que cuentan en la película, pues la peli es como que tuviera vida propia y al modo de los sueños, se desparrama y fluye en manera delirante.

Son personas que tienen su vida, que son pasmosamente triviales, que obviamente tienen una vida interior vívida y emocional como cualquiera.
Es tan aplastante la falta de lógica de la historia que incluso el asunto del atraco se ve subvertido desde el comienzo.

Esta comedia western locuela toma su propio rumbo en forma confiada y excéntrica. Es tan aplastante la falta de lógica de la historia que incluso el asunto del atraco se ve subvertido desde el comienzo por la manera tan relajada en que se muestra el robo.

De modo que el salpimentado serio-cómico-demente de esta obra hay que saborearlo como una bebida apetitosa y espirituosa. Es la manera en que nos iremos dando cuenta de que hay algo que atrae y seduce en esta improbable aventura. Lo que vemos en pantalla es que estos bancarios se parecen mucho a tantos seres que conocemos de refilón y a los que apenas prestamos atención, seres normales e incluso anodinos. No hay épica alguna, estos «forajidos» son lo menos forajido que se despacha.

Son personas que tienen su vida, que son pasmosamente triviales, que obviamente tienen una vida interior vívida y emocional como cualquiera. El guion de Moreno reescribe poéticamente la identidad de estos personajes y nos va llevando por un camino tan estrambótico como reconocible, tan chocante como visto mil veces.

Esta cinta es una reflexión sobre el tiempo, sobre la libertad en un sentido lato, sobre el destino, un porvenir abierto e impredecible, sobre el tiempo y qué se decide hacer con él, el agobio, la rutina, película mutante, con gozosos laberintos narrativos en los que no queda más remedio que dejarse llevar. Nada se deja al azar y, sin embargo, todo parece posible.

Lo que para algunos puede llegar a ser una película insoportable y pesada, a otros, es mi caso, nos produce sensaciones estratosféricas y llenas de un brillo tal que no me cabe duda de que será, con el tiempo, un clásico de culto.

Escribe Enrique Fernández Lópiz