Sobre la vida ejemplar del Sr. Winton
Sir Nicholas Winton fue un filántropo británico, de origen judío, que salvó a 669 niños judíos de una muerte cierta a manos de la Alemania nazi, justo antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial en 1939, dentro del episodio llamado Kindertransport o esfuerzo organizado de rescate de niños del territorio controlado por los nazis durante los nueve meses previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Este joven corredor de bolsa, Nicky Winton (Anthony Hopkins), ayudó denodadamente y con toda su sapiencia para gestionar situaciones límite, para rescatar de las garras de Hitler a cientos de niños, con la inestimable ayuda de su madre (Helena Bonham Carter).
Este acto heroico y compasivo a la vez fue mantenido en secreto y fue prácticamente olvidado durante 50 años. Pero la esposa de Winton descubrió un día una maleta con información de cientos de niños checoslovacos. Su marido entonces le contó que años atrás hizo cuanto pudo para salvar de una muerte segura a cuantos niños le dio tiempo en aquel país.
Un amigo suyo le pidió a finales de 1938 que viajara a la Checoslovaquia ocupada para que viera las condiciones en las que vivían los judíos. A partir de entonces, Winton se desvivió por conseguir fondos y permisos de diferentes lugares del país para, pocos meses después, empezar a sacar a niños del peligro. El último de sus trenes, con 250 niños a bordo, coincidió con el comienzo de la Guerra y desapareció con todos sus ocupantes, sumándose estos inocentes a los 15.000 niños judíos checoslovacos asesinados durante el Holocausto.
De modo que cuando fue descubierta su proeza, el mundo se rindió ante esta hazaña. Mientras, Nicky aún vivía atormentado por los fantasmas de cuantos niños no pudo rescatar, culpándose incluso por no haber hecho más.
La historia de Winton ha servido de inspiración para dos filmes anteriores: All My Loved Ones (1999), del director checo Matej Minác; y Nicholas Winton: El poder del bien (2002), de Lukáš Přibyl,documental que ganó un Emmy. Y en 2022 dio comienzo el rodaje de la película que ahora comento, adaptación del libro If It’s Not Impossible: The Life of Sir Nicholas Winton, 2014, escrito por su hija, Barbara Winton.
Como modelo explicativo
Me permito un par de ideas que pueden servir de análisis a lo sucedido en esta obra.
La socióloga y gerontóloga norteamericana Matilda Riley (1911-2004), en su Teoría de la Estratificación de la Edad, propuso una interpretación para entender la vida del ser humano. Según su modelo, hay una irreductible interacción entre cada biografía y los cambios sociales (económicos, culturales, políticos, etc.) en los cuales se vive.
Sugiere Riley que la sociedad está sujeta a constantes cambios con el tiempo. Es decir, no se puede entender el devenir de la vida individual, incluida una vejez como la de nuestro protagonista Winton, sin conocer la historia que le tocó; y cada cual tiene la suya. Riley solía decir: «La gente no crece ni envejece en los laboratorios; crece y envejece en sociedades cambiantes». Así es, hay en nuestro devenir aspectos transversales y longitudinales, una constante dialéctica entre la persona y sus contextos socio históricos.
Dice Serrat en una de sus letras: «No hay otro tiempo que el que nos ha tocado». Somos quienes somos, de un lado por una tendencia evolutiva natural marcada por la edad cronológica y sus avatares. Pero mientras cumplimos los años, hay otro vector que igualmente nos determina: el tiempo histórico. En el caso de esta película, el personaje, que vivió 106 años, vivió su juventud en una época muy intensa y dramática de nuestra historia reciente: la II Guerra Mundial y sus devastadoras consecuencias. Esto marcó la existencia de Winton, de las personas que le rodearon y cuanto vemos en la película.
Cualquiera que vaya a esta película se encontrará con dos películas. La primera está ambientada en el tiempo antes y después de la II Guerra Mundial, un paso previo al escarnio y el crimen, y un paso después, el momento en que Hitler invade Polonia y cientos de niños quedaron empantanados en diversos países europeos, sin poder salir y sin duda muertos por la ciénaga del nazismo; esos niños que tanto penar y culpa sembraron en Winton.
Esa primera parte de la cinta recoge la época cuando el mundo asistía atónito y perplejo aún, a los movimientos de Hitler sobre el terreno europeo, los prolegómenos de la guerra tras la anexión de Austria, la crisis de los Sudetes y la amenaza nazi sobre Checoslovaquia, y lo que vendría luego. Hasta ese entonces el filme es una obra histórica convencional muy académica, aunque plena de valor. Paralelamente la aventura y el riesgo para un grupo de niños judíos, que finalmente, en un número de 669, fueron salvados de una muerte segura.
La segunda parte se desarrolla en los años ochenta y enfoca al bienhechor Winton, un exagente de bolsa ya mayor, jubilado, llena su casa de papeles y archivadores de otros tiempos. Para él aquella intervención nazi y entrada en la guerra terminó en un instante y otras aventuras la suplantaron. Mucho más tarde este episodio reapareció en su vida y desde entonces, le habría de traer visitantes de todo el mundo ansiosos por conocer su historia, también variados reconocimientos.
Su valerosa acción saltó a la fama porque su esposa hizo aflorar una cartera llena de fichas de niños con sus fotos y datos. Un programa de la BBC británica lo dio a conocer. Momentos de emoción hasta rozar las lágrimas y Winton, estupefacto ante la presencia de sus hijos salvados, los hombres y mujeres que fueron aquellos niños aterrorizados en Praga, ciudad de la que partieron con lo puesto a otros hogares de acogida; sus padres quedaron ya para siempre en el recuerdo. Menos ese padre Salvador al que llamaban Nicky que siempre los acompañó en el recuerdo y al que ahora podían saludar personalmente.
Es digno de mención que el director James Hawes, adopta un enfoque visual distinto para cada uno de los períodos: el trabajo de cámara en la década de 1930 tiene una sensación de urgencia agitada y portátil. La paleta de colores, sobre todo en la parte de Praga, favorece los grises fríos y adversos. Por el contrario, la cámara en los segmentos de la década ochentera es más firme y contemplativa, y los tonos de color se tornan cálidos y agradables.
Winton, para llevar a buen puerto su proyecto, creó una organización a la que bautizó con el nombre de El Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia, Sección para Niños, que en un principio solo contaba con él mismo, su madre, su secretaria y unos cuantos voluntarios.
La película
Considero buena la dirección de un James Hawes entre clasicista, convencional, que crea una obra tintada de reporterismo e historia. Cuenta de manera ágil y emotiva la historia de nuestro protagonista. Vertebrado ello con un guion predecible y en alguna medida manipulador emocionalmente, escrito por Lucinda Coxon y Nick Drake, adaptando la biografía sobre Nicholas Winton del libro de su hija Barbara, en español Una vida: Los niños de Winton. El libreto está bien construido, va atrás y adelante en la historia con fluidez, sin interrupciones y la narración engancha, se hace entretenida y es una emocionalmente muy cargada.
El reparto es un pilar del filme con un sensacional Anthony Hopkins que a sus 86 años no parece haber perdido un ápice de su magisterio como actor que conmueve, que mantiene su distintivo perfil de intérprete profundo, psicológico y elaborado, incluido el punto de inflexión en el cual Winton pierde su inocencia, cuando descubre la maldad implícita en el ser humano. Hopkins hace muy creíble su rol de Winton, como si se hubiera mimetizado con el héroe británico, no en vano Hopkins tiene también una vena filantrópica y de ayuda importante a grupos y colectivos. Hopkins consigue una de las interpretaciones más conmovedoras de su trayectoria, incluso sin miedo a romperse en llanto ante la cámara, algo bastante arriesgado, como sucede en las escenas de ¡Así es la vida! en el estudio de la televisión británica.
Johnny Flynn está igualmente muy bien en el papel del joven Winton, manejando con firmeza la inocencia y determinación del personaje. De sensacional para arriba está Helena Borham Carter como madre del protagonista. Acompañan muy bien un grupo de actores y actrices como Jonathan Pryce, Ramola Garay, Lena Olin, Ziggy Heath, Alex Sharp, Marthe Keller, Samantha Spiro, Adrian Rawlins, Emily Laing o Angus Kennedy. Los extras que componen la recreación de la audiencia del programa de la BBC son los hijos reales de aquellos que Winton había salvado de las garras de Hitler.
Muy bien una música sugerente de Volker Bertelmann, con notas que van de la exaltación a la melancolía. Estupenda la fotografía de Zac Nicholson, así como la puesta en escena y cuantos detalles de vestuario, automóviles, trenes de época, etc., jalonan la parte de la guerra, pero también la moda y recreación de los usos y costumbres de los años ochenta.
Me ha traído el visionado de la película el recuerdo de la lectura de una revista gráfica de mi infancia que se llamaba Vidas ejemplares, publicada por SEA / Editorial Novaro, una serie de cómics de producción autóctona y finalidad didáctica, que presentaba biografías destacadas de personalidades del cristianismo. El caso de esta obra es distinto (el protagonista ni siquiera es creyente, es agnóstico), pero me ha parecido una película aleccionadora y recomendable para quienes necesiten recuperar la fe en la humanidad.
O sea, es un ejemplo de película estimulante, una de esas de las que podemos seguir aprendiendo hoy cuando cada día las rotativas o la TV nos enfrentan a una crisis humanitaria cruel sin precedentes, movimientos migratorios masivos por doquier e incluso actitudes xenófobas como las que antaño tuvieron tantos habitantes europeos contra los judíos.
Se me ocurre también que el filme comparte elementos con una gran película: La lista de Schindler (1993), que igualmente es un grito sobre el gran drama maléfico del pasado siglo, el Holocausto, y que narra igualmente la gesta de un personaje excepcional, una de esas personas que hacen creer en la humanidad, un Moisés contemporáneo.
Pero, a decir verdad, la película que ahora comento no alcanza a tener la calidad cinematográfica ni el potente discurso de la obra de Steven Spielberg. A cambio, tanto Schindler como Winton fueron valientes y figuras salvadoras para una pobre gente cuyo fatal destino habría sido un horno crematorio. Como se puede leer en el Talmud, libro judío: «Quien salva a una vida salva al universo entero».
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Diamond Films