Una forma de vida
David Galán Galindo es un escritor, guionista y director que debutó en el año 2020 con Orígenes secretos, un interesante trabajo que combinaba el thriller y el cine de superhéroes y que dejaba entrever la pasión de David Galán por el mundo del cómic. En esa primera película ya se adivinaban algunas claves de su cine, como es el uso de la comicidad, las citas a referencias cinematográficas y la reivindicación de la pasión juvenil, aunque uno crezca, así en Orígenes secretos estaba la inspectora que hacía cosplay o el hijo del policía que era un friki de los cómics.
Si en su opera prima el cómic era el sustrato sobre el que se asentaba la película, en Matusalén es el mundo de hip hop y el rap –la otra gran pasión de David Galán– la que vertebra el relato. En este caso la película se aventura por el subgénero de la comedia universitaria siguiendo el modelo del patrón establecido por el cine norteamericano, aunque finalmente la película bascula hacia una comedia costumbrista anclada en la tradición española, apoyándose en un amplio reparto coral.
Las dos líneas que articulan el guion es, por un lado, la reflexión que provoca la crisis de los 40, una etapa donde parece que se deben haber alcanzado los objetivos de una vida y que implica una presión añadida si uno vive anclado en los ideales juveniles; y por otro, la constatación que conforme se alcanza una edad madura empieza a ser complicado realizar actividades asociadas a los años de juventud.
El Alber es un rapero que a sus 44 años se matricula en la universidad por una apuesta con su padre. Si no aprueba todas las asignaturas deberá dejar el rap y centrarse en la vida. Mientras las personas que están a su alrededor, con su edad, tienen una vida establecida, el Alber sigue fiel al rap como cuando era una joven promesa. Despedido de su trabajo de repartidor de pizzas y obligado a vivir en casa de su padres, el contacto con la universidad le situará en la tesitura de convivir con gente muy joven.
La elección del rap o el hip hop no es baladí —al margen del conocimiento del director— pues lo que trasciende en la película es la pertenencia del protagonista a un entorno concreto, el ser un rapero y crear ese tipo de música implica una filosofía de vida que está reñida con todo aquello que se asocia a la etapa de madurez. La crisis de los 40 actúa como catalizador para desencadenar una presión añadida pues a esa edad es cuando las personas pueden hacer balance de lo realizado en el pasado y afrontar el futuro que se avecina.
Las formas externas —la ropa, la manera de moverse, el modo de hablar— unida a la diferencia de edad provoca la comicidad, con una excelente trabajo de Julián López. Matusalén no inventa nada, y de hecho el humor es reconocible, en un filme que acumula citas y situaciones cinematográficas como la fiesta que termina en una bacanal en la casa de Laia (Lucía de la Fuente) o la celebración de fin de curso; pero sí es honesto en la composición del personaje que encarna Julián López al trasmitir la ingenuidad y la inocencia de quien cree en aquello que hace.
La película se ríe con los personajes y no de los personajes. El mundo del rap está integrado, pero no es el objeto de la comicidad porque al final habla de temas universales extrapolables a cualquier entorno: el efecto del paso del tiempo en las personas, lo que la sociedad espera de cada uno según la etapa de la vida en que se encuentra o la necesidad de madurar a base de abandonar los antiguos ideales.
Esa reminiscencia de las comedias universitarias del cine americano, desde Desmadre a la americana a Infiltrados en la universidad, se funde con la tradición de la comedia española aportando cierto surrealismo, una forma de entender el cine de un director que se reconoce deudor del universo de autores como José Luis Cuerda o Berlanga. Del director de El verdugo tenemos el amplio reparto que reúne a diferentes generaciones de actores y actrices a través del considerable grupo de personajes secundarios y cameos que van apareciendo a lo largo del filme, y en el que se establecen dos grupos de edad que hacen que el Alber esté situado en medio de esas dos generaciones.
El rapero protagonista está en un terreno de nadie, ni tan mayor como su padre y abuelo, ni tan joven como los compañeros de universidad, lo que conlleva que finalmente nos encontramos ante un perdedor que se aferra a unos ideales que nadie a su alrededor entiende. Ese camino de aceptación es el que recorre el personaje principal a lo largo de la película.
El gran reparto se convierte en virtud pero que también contribuye a diluir la caracterización de muchos de los personajes que están simplemente bosquejados pues el guion debe atender al trío de jóvenes que acompañan al protagonista, a su antiguo amor (Miren Ibarguren) o al amigo, pero no puede ir más allá de apenas unos cuantos trazos, y eso a pesar de una duración —excesiva— que se va a las dos horas.
Dentro de gags previsibles y situaciones más o menos estandarizados, David Galán sí introduce algunos elementos surrealistas —ese universo de José Luis Cuerda– donde el líquido de un perfume es capaz de perforar el suelo como un ácido o la aparición de un mazo en las manos del decano; elementos imaginativos que van contra la lógica realista y que aparecen en algunos momentos de la película. Y al igual que esos grandes directores de la comedia clásica española que hemos citado, los actores y actrices —independientemente del tiempo en pantalla— conforman un equilibrado reparto que incluye gran parte de los nombres de varias generaciones del mundo de la comedia.
Si en Orígenes secretos se trasladaba el modelo de cine de superhéroes a la realidad española, en Matusalén —no de una forma tan redonda— se utiliza la comedia universitaria y el mundo de la música urbana para mostrar unos personajes que muestran su pasión por un modo de vida y donde las segundas oportunidades todavía son posibles. El cine de David Galán Galindo nos deja una forma particular de concebir el cine, con un estilo propio y que, sin grandes estridencias, utiliza modelos universales de género para adaptarlos a nuestro entorno cercano.
Escribe Luis Tormo | Fotos Flins & Piniculas