Missing (2)

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Intriga de pantalla en pantalla que concluye con sorpresa

missing-0Esta película tiene su precedente en Searching (2018), de Aneesh Chaganty, en la cual una hija adolescente desparece abriéndose una investigación policial, en la cual el padre acaba buscando en el ordenador portátil de la joven, rastreando sus huellas, un thriller que se desarrolla en la pantalla de una computadora.

Ahora, según el estándar del género tenemos una secuela digna, que es más un seguimiento independiente que una mera continuación. No se necesita haber visto Searching para disfrutar de Missing, resultando alegre y serpenteante meterse en esta película que es a la vez mordaz, astuta y sorprendente.

La propuesta de los directores Nicholas D. Johnson y Will Merrick está llena de ritmo, donde vemos el uso increíble del ordenador, con las búsquedas rápidas en Internet, videollamadas por facetime, seguimiento de ubicaciones, cámaras de vigilancia, etc. A su vez, los autores del guion, adaptación de una historia de Aneesh Chaganty y Sev Ohanian, que ya participaran en el libreto de Searching, han creado una historia inteligente, llena de pistas falsas y otras a medias, consiguiendo crear un misterio que atrapa. Lo cual deviene en un thriller interesante y entretenido.

El filme cuenta una historia de género, de secuestros y de persecuciones, eso sí, no se sale nunca de la pantalla de ordenador o del teléfono móvil, por lo cual el argumento es virtual y no tiene contacto visual con la vida real. Su desarrollo es a través de capturas de pantallas diversas.

Una forma de mostrar el lado de la vida de un personaje que fácilmente podría perderse en los márgenes con cualquier otra historia. Tanto la búsqueda como la desaparición se cuentan en su totalidad desde los teléfonos, cámaras públicas o, en la mayoría de los casos, pantallas de ordenador; y aprendemos sobre los personajes principalmente a partir de su actividad en Internet. Por este medio podemos ser quienes queramos ser, y este tipo de películas explora las muchas identidades y vidas que viven los protagonistas a través de la tecnología.

Cuando el espectador ve un personaje es porque el personaje está usando un chat de video; si recibe exposición, por lo común es a través de la navegación web y la apertura de archivos. Es un mundo de constante mediación, donde cada toma debe filtrarse mediando algún tipo de tecnología.

Esa es la diversión: ver a los protagonistas abrirse camino en un enjambre digital retorcido de cuentas de correo electrónico pirateadas, fotos sospechosas y trabajos extraños e inesperados.

Tiene de singular el relato que al espectador se le permite olvidar ese extremo porque la trama tiene intensidad suficiente para imponer el recurso narrativo de reemplazar la pantalla grande por la diversidad de las pequeñas pantallas. No es una idea innovadora, pero Chagansty y Ohanian hacen que el filme tenga interés y mantenga la atención.

Como advierte el título, estamos ante la desaparición de una madre mientras anda de vacaciones con su novio por Colombia. Su hija June investiga sin obtener respuesta por la excesiva burocracia internacional, quedando ella atascada en Los Angeles, a miles de kilómetros.

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Para salir del atolladero, la chica hace uso del ordenador, móvil, etc., pues urge el asunto, necesita encontrarla antes que sea demasiado tarde. Pero cuanto más ahonda en su búsqueda, esta investigación digital hace que surjan más preguntas que respuestas. Cuando June descubre secretos sobre su madre, se da cuenta de que nunca la conoció realmente. El rastreo de su paradero es, así, con sus complicaciones y vueltas, lo que compone el desarrollo argumental.

Lo más curioso y llamativo es que la auténtica protagonista de la historia es la tecnología. Con ella, la infinidad de posibilidades de conocimiento que están al alcance de cualquiera que se sumerja e investigue por la Red.

Ritmo vertiginoso, con el añadido de que nada ni nadie escapa al ojo ilocalizable pero omnisciente de la información virtual. Una mirada que posee nuestro ADN social al completo, cada uno de nuestros pasos e incluso muchos de nuestros deseos y pensamientos más secretos.

Los directores aciertan a dosificar la doble intriga que propone la película: encontrar a la madre y al novio desaparecidos y esa especie de tutorial de dónde buscar y cómo entrar. Aspectos que resultan muy entretenidos si se sabe mantener el sosiego ante la casi incapacidad de asimilar la enorme cantidad de información que se va recibiendo. De modo que, más que hacer el intento de procesar los innumerables giros y posibilidades, lo que hay que hacer es disfrutar con ellos, de esta historia laberíntica que puede llegar a ser apasionante.

En la narración, vemos un vídeo casero que muestra a una joven June (Ava Zaria Lee, muy bien) intentando grabar a su padre, James Allen, a quien da vida Tim Griffing, con una videocámara antigua antes que su madre, Grace (Long), incaute el dispositivo. Se muestra la buena sintonía de la hija con su padre y la sobreprotección y cierto autoritarismo de la madre.

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Este instante íntimo conduce a otro más doloroso y dramático con los registros médicos y otras vías electrónicas que muestran cómo el padre fallece de cáncer. Abrumada por el dolor, Grace se va a San Antonio, a los Angeles, buscando comenzar de nuevo.

Storm Reid interpreta con suficiente solvencia a June Allen, la rebelde hija adolescente de Grace. La chica, de 18 años, está ansiosa porque su madre Grace, interpretada por Nia Long, pueda marchar de viaje romántico con su nueva pareja Kevin, encarnado por Ken Leung, y de paso dejarla sola en la casa para emborracharse y bailar y hacer cuanto quiera con los amigos. A propósito, Grace y June habían estado separadas desde que falleció el padre de esta y marido de aquella.

Finalmente, Grace y el flamante novio abandonan el espacio aéreo norteamericano. Cuando días después June va a recoger a la pareja de vuelta de su viaje, y observa que ninguno de los dos está entre el pasaje de regreso.

June presenta un informe de personas desaparecidas y antes se pone en contacto con el hotel donde el recepcionista le indica, para su sorpresa, que su madre y pareja han dejado allí su equipaje. Con las mismas, la chica se asocia con su compañera de clase y buena amiga Veena (buen trabajo de Megan Suri) y contrata a Javi, Javier Ramos, un colombiano que hace de mensajero (interesante trabajo de Joaquim de Almeida), un ayudante compasivo y un estallido de bondad necesario en esta película donde todos parecen tener sus propios motivos ocultos, que ayuda a buscar pistas en Colombia. También están Daniel Henry como Elijah Park, un agente del FBI; Amy Landecker como Heather, amiga de la familia de June y Grace; o Michael Segovia como Angel.

June acaba pirateando las contraseñas en línea de su madre, y de ahí, las de Kevin, esperando algún rastro para llegar a ellos. Pero la joven descubre conversaciones intrigantes entre su madre y el novio, desde los inicios de la relación, compartida con las autoridades, que dejan a la adolescente aturdida y confusa, con el temor de perder al único padre que le queda. En este recorrido, la cinta evidencia cuánto se puede rastrear siguiendo la huella digital: cámaras transmitiendo en vivo y grabadas, o movimientos de cuentas bancarias.

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En una de esas, la adolescente arrepentida mira un afectuoso mensaje de su madre perdida que dice: «Te amo». Ella, con una respuesta automática y fría escribe el «Me gusta» del pulgar hacia arriba; y se lamenta de esa respuesta indiferente en vez de haber utilizado un corazón recíproco de «Amor».

El desafío de construir una historia sobre pantallas es descubrir la forma de hacerla interesante, y Johnson y Merrick hacen un trabajo bastante eficaz, en algunos pasajes inconsistente, al conseguir equilibrar el viaje emotivo de June y el desordenado escritorio de su investigación como aficionada.

La partitura de Julian Scherle es efectiva y juega con la tensión de la audiencia de maneras divertidas. La fotografía de Steven Holleran acierta en sus maneras, encuadre y en sus tonos cibernéticos.

El suspenso atraviesa casi dos horas de giros impresionantes. Si bien uno lo puede pasar bien, también adquiere la cosa un tono sombrío, ya que considera el dolor, la pérdida y la violencia de pareja íntima de una manera que es muy clara, respaldada por titulares extraídos de las noticias, de modo muy real.

No es meramente un thriller interesante con actuaciones melodramáticas que, como Reid, tiene una presencia importante y agradable, sino que también son personajes auténticos en esta forma nuestra de vivir, contando incluso con fases de extravagancia.

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Mantiene una atmósfera propulsora y mordaz para superar el tedio de sus ritmos narrativos convencionales al tratar con herramientas tipo la cuenta de Gmail, fotos de iPhone y sitios web de la empresa, a modo de puzle con capas superpuestas y profundas y gran cantidad de información de la que no solemos darnos cuenta. Y la sospecha, pues, de la facilidad que existe para rastrear incluso las vidas más obstinadamente opacas, una llamada de atención escalofriante para quienes manejamos o utilizamos las redes sociales e Internet.

De cómo no podemos obviar el impacto de Internet en nuestras vidas hoy día, este filme elige deleitarse con el peligro, a la espera de que esta tecnología omnipresente, nos obsequie la historia de una madre y una hija que final y felizmente acaban por encontrarse.

Pero hay un giro en la película que la convierte, de tortuosa y emocionante, en desvergonzada. El sentido de realismo de la película se distorsiona junto con ella; una revelación en particular hace que la vida fuera de la pantalla de los personajes sea prácticamente inutilizable. En los postreros instantes vemos la transición de la lucha de June a un especial de Netflix sobre un crimen real hecho sobre su historia y se pregunta la razón de que alguien quiera ver esa porquería.

El sensacionalismo de su historia se convierte en un dato inteligente por parte de los creadores del filme. Es un momento en el entretenimiento en que el crimen auténtico es tema candente para una audiencia sin unos límites éticos claros. Al final, se siente menos como un reflejo astuto de la fascinación por el crimen real, que como una débil imitación de él. Y eso sí, concluye en thriller gratificante.

Decir más o agregar spoilers, sería una mala práctica para estos comentarios, aunque tal vez me haya pasado ya un poco. La cosa es que lo dejo aquí y así.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Imágenes Sony Pictures