Pesadillas con olor a canela

Como una adaptación muy lejana de El corazón delator, de Poe, Bodin sitúa su relato en la semana de Halloween, sacando a pasear los fantasmas que rondaban por nuestras habitaciones cuando no teníamos más que unos pocos años de vida. El suave golpeteo en la pared del cuarto de Peter aterroriza al pequeño a altas horas de la noche. Como el latir del corazón que reconcome al protagonista de Poe, los golpes y las voces espectrales que atormentan el sueño del joven intentan comunicar algo que hará que se replantee su papel en el hogar, la sobreprotección de sus padres y la realidad tal y como la conoce.
Programando su estreno durante el verano, en vez de a finales de octubre como el film pedía, el francés Samuel Bodin debuta en el cine con Cobweb o No tengas miedo, tras su debut en televisión con Marianne en el año 2019. Recibida de forma mayormente positiva y destacando por encima de otros productos del género en Netflix, la serie ya adelantó el estilo y la visión de Bodin, progresivamente creándose un nombre dentro del terror actual y generando unas expectativas en torno a su primer largometraje.
El director y guionista se une a la ola de terrores infantiles tratados en estrenos recientes como la muy independiente Skinamarink o la más comercial The boogeyman. Apelando a la hiperactiva imaginación infantil, recurre a los terrores nocturnos más comunes en la infancia, en los que cualquier crujido, goteo o murmullo del viento invoca un monstruo listo para emerger de las sombras y atacar.
Sin embargo, ¿es esto suficiente para los seguidores del género? A pesar de ser un tema más que trillado, visto y visto de nuevo en cientos de productos audiovisuales, Bodin logra encontrar una fortaleza en la personificación de las pesadillas, de los monstruos, poniéndoles cara y voz a aquellas criaturas que nos atormentan en la más tierna infancia.
No tengas miedo abre de forma similar a la cinta de animación Coraline, con unos padres «helicóptero» que monitorizan incansablemente a su hijo, una completa negación de los fenómenos de los que Peter es testigo y un caserón que oculta un secreto tenebroso tras sus paredes. Narrativamente la cinta no aporta nada que no se haya visto antes, ni utiliza recursos técnicos o visuales novedosos para ningún fan del género, por lo que puede resultar repetitiva y predecible para cualquier espectador que se haya enfrentado a más de un par de cintas de terror.
Sin embargo, no puedo evitar destacar cómo esta película se habría convertido en una de mis favoritas si la hubiese visto a escondidas, de pequeña, entre una emisión de El club de medianoche y Pesadillas.
Sin duda, la imaginería macabra de Bodin destaca en momentos puntuales, en las pesadillas del niño donde ve a sus padres transformados en demonios que lo atormentan, en la criatura que se oculta tras las paredes de su cuarto y en los momentos finales, donde el gore y la pregunta que Chicho Ibáñez Serrador plantea en ¿Quién puede matar a un niño? o quizás a un adolescente, se responde sin ningún tapujo. El monstruo, como identidad, como víctima incluso, se esconde no sólo en una criatura sanguinaria y grotesca con garras y una mata de pelo plagada de arañas y suciedad, sino en la hipervigilancia a la que Peter es sometido debido a la actitud de sus padres.
Con una Lizzy Caplan a la que le deberían llover los papeles del género, reminiscente y de apariencia similar a Annie Wilkes, Bodin deja constancia del terror más común, el que no se oculta en la oscuridad, sino el que se sienta contigo a cenar cada noche y el que, desafortunadamente, es más real que cualquier hombre del saco.
A la hora de apagar las luces, es inevitable que las imágenes de No tengas miedo aparezcan en la mente del espectador más osado, siendo una cinta que vista en el cine, o en la más total oscuridad, funciona mejor que durante una fiesta de Halloween con amigos y bebida. A pesar de no plantear nada nuevo y, a primera vista, interesante, Bodin tiene un estilo distinto a la hora de plasmar las pesadillas, que es digno de visionar y valorar por el uso de la cámara, de los puntos de luz y oscuridad, del ritmo al que oculta y revela a sus criaturas y de la voz que les otorga a las mismas.
Tomando el camino fácil en su resolución, la cinta resulta correcta en todos los aspectos, destacando en unos pocos, pero, al final, resulta una más dentro de las incontables cintas del género. Solo me queda desear que, en algún lugar, algún pequeño o pequeña descubra su pasión por el cine de terror tras escabullirse y visionar esta cinta en secreto, a altas horas de la noche, ocultándose bajo las sábanas, lejos del ánimo de censura de ningún adulto.
Escribe Elena del Olmo Andrade
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