O corno (3)

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Creación y muerte: el derecho a decidir

La guipuzcoana Jaione Camborda, afincada en Galicia, nos entrega esta historia de historias donde la fisicidad del cuerpo femenino se formaliza como rasgo distintivo de su particular lenguaje de cine.

La película comienza con una secuencia de diez minutos en la que una mujer con dolores de parto es asistida por María (Janet Novas), la matrona del pueblo que se ocupa de acompañar a las mujeres en momentos cruciales de sus vidas. En un rincón, Luisa (Carla Rivas), la hija adolescente y testigo angustiado por los gritos contenidos, la respiración agitada y los gemidos involuntarios de su madre, contempla en silencio el acontecimiento con grandes y asombrados ojos.

La escena, grabada con cámara fija en largos primeros planos y medios, traslada al espectador de forma directa y desgarradora el dolor físico de la mujer, como representante de un universo femenino cuya esencia es su naturaleza de hembra mamífera, como afirma la directora del filme. El espacio interior reproduce con tintes realistas una atmósfera rural, áspera y humilde, donde las tres mujeres, conectadas por el espíritu de comunidad ancestral propia de tales acontecimientos, se aíslan del resto del mundo.

Los muros del recinto limitan y fraguan el escenario, multiplicando la tensión del momento mediante la creación de un espacio denso y enigmático, fruto de los claroscuros ondulantes de una luz sabiamente administrada por el brillante fotógrafo portugués Rui Poças (Fuego fatuo, de Joao Pedro Rodríguez, 2022; Alma viva, de Cristèle Alves Meira, 2014).

El título del filme alude al cornezuelo del centeno y otros cereales, un hongo que contiene un alcaloide muy tóxico conocido desde antiguo en Galicia como «cornello» o «caruncho». En los años 50, el mercado clandestino de este producto, controlado por mujeres con sueldos de miseria, experimentó tal demanda que por un kilo se llegaron a pagar hasta mil pesetas. Como medicamento natural ha formado parte de la tradición herborista gallega, pues además de sus aplicaciones digestivas y nerviosas, en diferentes dosis sirve tanto para favorecer el parto como para provocar el aborto.

Esta dualidad del oscuro y alargado cornezuelo, vinculada a la vida y a la muerte, se conforma como hilo conductor de la historia: el cuerpo de la mujer como vehículo de la feminidad en todas sus manifestaciones: la maternidad y la muerte, el goce y el sufrimiento, la necesidad y el deseo.

El argumento discurre por cauces costumbristas donde los hombres son solo paisaje, además de portadores de la moral conservadora imperante durante los años 70 del pasado siglo, cuando la dictadura franquista declinaba sin que se percibiese su final. La escena de las mariscadoras escarbando en el fango marino de las playas pontevedresas de la Illa de Arousa o las verbenas con música, alcohol y sexo ilícito en el secreto de los bosques aparentan conducir la historia hacia la vida rural donde mujeres duras y cautelosas practican una sororidad antigua que se intuye y percibe.

Sin embargo, el guion da un brusco giro narrativo cuando el personaje adolescente, Luisa, se transforma en detonante de la marcha de María hacia un destino incierto.

La fábula rural deviene así en una road movie, inquietante y tensa, donde la bailarina Janet Novas demuestra su talento interpretativo en su primer papel como actriz. En su huida a través de caminos entre bosques que la acogen y ocultan, María transmite con todo su cuerpo el conjunto de sensaciones y sentimientos que le angustian: hambre y sed, miedo e incertidumbre; pero también fuerza, serenidad y esperanza en la gente que la espera para protegerla: la comunidad femenina que atraviesa todo el relato.

Sin que se pronuncie la palabra que representa el delito del que se acusa a María, la voz colectiva femenina se alza con rotundidad y fuerza, sugiriendo hechos y razones, mediante una eficiente distribución de silencios sutilmente significativos.

En su carrera hacia la libertad, la naturaleza se hace cómplice del personaje, desplegando todo su potencial simbólico mediante planos de detalle que, dado su valor descriptivo, ralentizan y detienen el tiempo: el agua de los arroyos que limpian y purifican la suciedad de los pies y la tierra de las manos y del rostro; el fuego, los ruidos de la noche y los silencios que acogen y reconocen a sus criaturas; el jugo de una mora y el fruto del castaño; la noche y el día, la sombra y la luz, como imágenes del desasosiego y a la confianza en el futuro.

Y, por supuesto, la escena próxima al final: la manada de vacas que cruzan el río con sus crías, como una comunidad de hembras mamíferas que no entiende de fronteras humanas en su camino hacia una libertad nunca suficiente, siempre anhelada.

En todas las secuencias —el parto, la verbena y el viaje— nos encontramos ante un cine resuelto con un mínimo de elementos, un cine depurado por una intención que se centra en mostrar lo máximo mediante imágenes y un control absoluto de la cámara. Un cine realista que traslada su mensaje sobre el dolor de la maternidad y la pérdida mediante la reiteración visual de una piel que resguarda y revela sus cicatrices.

En su carrera hacia la libertad, la naturaleza se hace cómplice del personaje, desplegando todo su potencial simbólico.

Un cine que, siendo inmersivo y emocional, pretende mostrar la realidad sin velos, dejando, no obstante, suficiente distancia al espectador para que elabore sus juicios. Y ciertamente lo consigue hasta la última parte de la historia, cuando María llega a su lugar de destino. El contexto sociopolítico en que se desarrolla esta parte apunta a la represión y asfixia moral del Estado Novo portugués, pues, aunque ya se estaba gestando la Revolución de los Claveles, aún faltaban tres años para aquella explosión de libertad.  

La excelente calidad de la secuencia de la taberna con su paisanaje queda deslucida por la confusión de la del cruce del río, donde se empaña ligeramente la continuidad del montaje. Igualmente, la maternidad recuperada y gozosa de la última escena resuelve la estructura circular de la película y da respuesta a algunas preguntas que la historia plantea.

Este final cerrado solo se entiende si escuchamos a la directora y atendemos al matiz que introduce en la entrevista publicada en Caimán CdC en octubre de 2023: «No es una película que trate del proceso de ser madre y cómo te relaciones con tu hijo. No, es más sobre la capacidad que tiene la mujer de concebir y dar a luz y lo que eso conlleva. También sobre tu derecho a decidir, sobre tu propio cuerpo, algo que está presente en toda la película. Esto era algo muy importante para mí, no la maternidad en sí, sino la idea de la mujer como mamífero capaz de dar vida. Y así como es capaz de dar vida, también cómo esto está relacionado con la muerte».

O corno es el segundo largometraje de Jaione Camborda. El primero, Arima (2019), un drama fantástico que discurre entre la ensoñación y el miedo de un grupo de mujeres, recibió el premio a la Mejor Dirección, en la sección Nuevas Olas del Festival Europeo de Sevilla.

Quizá la directora vuelva a llamar la atención de los espectadores ahora que el Festival de Cine de San Sebastián ha otorgado a O Corno la Concha de Oro a la mejor película.  Según palabras de su directora, O corno no habría sido posible sin la participación de dos productoras que llevan en su ADN el patrocinio y defensa del cine de mujeres: María Zamora (Alcarrás) y Andrea Vázquez (O que arde).

Sin embargo, Jaione Camborda lleva años de trabajo a sus espaldas: participó en los guiones de Los fenómenos (Alfonso Zarauza, 2014) y en del documental A rapa das bestas (2017). El cortometraje Altas presiones (2015) recibió también galardón del Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Habrá que seguir la trayectoria de esta vasca que se trasladó a Galicia para compartir con el Novo Cine Galego su mirada hacia lo rural y el interés por innovar el lenguaje del cine con nuevas formas narrativas. Huyendo de etiquetas, nos encontramos ante una película independiente, como reconoció la sección Platform del Toronto Fest. Todo un logro, que, lamentablemente, quizá no alcance el mismo reconocimiento en las taquillas.

Escribe Gloria Benito | Fotos Elástica Films