Pequeñas casualidades (3)

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La inestable matriz de la existencia

El título original de esta cinta es Le tourbillon de la vie (El torbellino de la vida) y, sin duda, representa perfectamente lo que es la película, aunque el título en castellano también hace referencia a lo que luego se muestra, pero el original abarca más y mejor lo que es «una historia sobre la vida» (Hoyos).

Nos lleva, de la mano de Julia, a París en el año 2052, donde seguimos la vida de una mujer de 80 años que piensa sobre las decisiones y escenarios que podrían haberla llevado por caminos diferentes. Desde la adolescencia hasta el día de hoy, ha habido en su vida pequeños pero críticos momentos. Cada uno de ellos ha sido un punto de inflexión con consecuencias dramáticas inopinadas. Aunque en realidad, en la historia no se planean preguntas, ni si su vida es un cúmulo de coincidencias e incidentes, o si está caminando por un sendero ya trazado.

El mismo personaje y quienes le acompañan pasan por diferentes situaciones vitales. Olivier Treiner, que debuta como director de largometrajes, acierta a colocar frente a la pantalla a la misma mujer que, hipotéticamente para el relato, va pasando por situaciones variadas desde que era adolescente en los 80, hasta décadas después, lo cual va teniendo consecuencias también diferentes para su vida. Es el mismo personaje con diferentes perfiles, motivados estos por pequeñas casualidades. Treiner consigue un ritmo acorde a lo que cuenta, haciendo uso de recursos visuales para resaltar los momentos cumbre, esos que llevan emparejados virajes existenciales sustantivos.

O sea, Treiner cuenta diferentes momentos de la historia de Julia simultáneamente, desde distintos puntos de vista, según las decisiones que haya tomado, película construida de pequeños detalles y movimientos de cámara. Puede que en una escena esté la protagonista en una habitación y enfocar a continuación a edificio lejano donde la protagonista está en otra vida. 

Es como una radiografía del albur (casualidad-causalidad), como poner en imágenes algunas de las ideas del famoso Premio Nobel Jacques Monod (El azar y la necesidad), donde introduce estos conceptos «azar» y «necesidad», lo cual plantea implicaciones metafísicas y espirituales del destino, de un sino que no está escrito ni determinado en ninguna parte por ser tan etéreo como un vilano al viento.

Está narrada por su protagonista desde 1989, apenas a unas horas de la caída del muro de Berlín. Julia tiene 17 años y decide escaparse del internado de Ámsterdam y viajar con sus amigos hasta Berlín. El azar juega un papel crucial. El pasaporte se le cae del bolso ¿Cómo habría sido si una amiga no se hubiera dado cuenta de ello? Llegando a Berlín disfruta de la libertad y se queda en aquella ciudad alemana. Otra línea acaba pronto, pues al volver a por su pasaporte, se encuentra con una profesora y se acaba el rollo. La cosa, así, implica que no hay viaje y la vida de la joven será bien distinta.

Lo que fue y lo que pudo haber sido, lo que ha sido y lo que quizá se quiso, todo ello se intercambia; una disyuntiva de itinerarios y caminos que, como la vida misma, acechan a cada uno de nosotros, quién sabe, a la vuelta de la esquina, para bien, para mal, para felicidad, para amargura, el encuentro con el amor, un tropiezo irreparable, la bofetada de un padre airado, la llegada de la madre a una fiesta estudiantil, etc.

Un pasaporte volátil, la elección de un modelo de vestido en una tienda de modas, la cola en una librería en la que aparece el hombre soñado, o no, ese hombre paga sus libros y marcha rápido, cuestión de segundos, el viaje en moto por París con su prometido, se lanza la moneda al aire a ver quién conduce, si es uno, zafan, si es otro, accidente y desdicha. En pantalla vamos viendo situaciones disímiles y vidas del mismo personaje que son producto de la aventura del vivir, de las coincidencias, de algún choque, de una mirada que atrapa: urdimbre en la que se teje quién sabe cómo. Todo menos un camino rígidamente trazado.

En esta cinta, a diferencia de otras anteriores similares (Dos vidas en un instante, 1998, de Peter Howitt), nos encontramos con más de dos variables, muchísimas más, a partir de algunos instantes clave que generan combinaciones variadas, casi como si nos encontráramos en el multiverso, una biografía polimorfa.

Este caleidoscopio de posibilidades es audaz y lo que importa es la experiencia, de cómo el director nos coloca ante una lista de existencias más o menos felices/infelices, una mujer que tiene que abordar un crisol de disyuntivas y de consecuencias, que van desde la frustración a la liberación.

oda esta trama tiene sentido por el poder magnético y brillante que transmite su protagonista, Lou de Laâge.

Toda esta trama tiene sentido por el poder magnético y brillante que transmite su protagonista, Lou de Laâge, con sus extraordinarias cualidades para hacerse con el poder del relato, por su magnetismo en todos los roles que interpreta; con gran capacidad para pasar de un plano a otro, de una existencia a otra, con enorme sencillez en registros antagónico; Laâge es pieza clave de este filme, pues lo más difícil es conseguir que con tantas líneas de vida uno pueda sintonizar con la protagonista, lo cual ella consigue sobradamente.

Acompañada por un ejemplar reparto de actores y actrices, como Raphael Personnaz (estupendo como el marido soñado), Isabelle Carré (excelente como la amantísima madre), Grégory Gadebois (padre de Julia, muy bien y mejor), Esther Garrel, Denis Podalydés, Dylan Raffin o Aliocha Schneider.

Estupenda música de Raphaël Treiner que integra y envuelve de forma maravillosa las escenas y asiste a crear el clima emocional adecuado para cada momento. La fotografía de Laurent Tangy hace una esmerada elección de encuadres y colores que refuerzan la intensidad y el tono de las historias. Cuidado diseño de producción, sobre todo para transportarnos al París del futuro con interesantes y cuidados detalles. Diálogos interesantes y profundos.

Es muy importante el guion de Camille Treiner y O. Treiner, que consigue contar una historia multinivel, multisendero y, en ocasiones, sino en todas, muy inquietantes, pues que «la vida iba en serio (…) y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra», como escribiera Jaime Gil de Biedma.

De modo que, siendo adolescente, estando en ese punto de la vida en el cual la vida de Julia igual bascula hacia Berlín que hacia París, pero que todo depende de un documento que descuidadamente cae al suelo. Así, nada más empezar la película ya queda planteado el viejo dilema (y conflicto) que opone destino y azar, entre lo que está escrito en las líneas de la mano que Julia muestra a una amiga, y otras variables que quedan fuera de control, como una polea loca.

Lo que caracteriza esta cinta es que la biografía de Julia no se sostiene en un solo hilo, sino que deriva en decenas de ellos, porque cada vida, que al principio son dos, se va subdividiendo en otras a medida que gestos imperceptibles, comportamientos sencillos o accidentes fatales aplican un cruce, una deriva inesperada.

Temas como el porvenir, el destino, la opción por tal o cual, las consecuencias de nuestras conductas…

Tiene como objetivo esta obra que podamos atisbar que nuestra existencia es, hablando metafísicamente, especie de sumatorio de un arquetipo de experiencia multiforme, de todas las vidas potenciales que no hemos vivido.

Trenier tiene la osadía meritoria de engañar al espectador modulando lo que parece un modelo narrativo. Lo traiciona para darle dinamismo al relato y, en gran medida, confundirnos. Hay mano izquierda en las transiciones entre las trayectorias de las distintas Julias, se cuidan detalles —corte de pelo, vestuario, luz— que nos ayudan a orientarnos en el galimatías: «pero la exagerada fragmentación y la búsqueda de forzadas rimas que parecen fruto de un algoritmo dificultan que empatices con la miríada de dramas de Julia, más allá de hacernos comulgar con que no siempre conseguir lo que soñábamos nos dará la felicidad» (Sánchez).

La peli juega también la baza de la ambigüedad: qué es la realidad y qué no. Cosa que no queda claro pues todas las historias son a la vez reales y ficticias, no hace falta que sea o haya sido la vida veraz de la protagonista. Tiene de «real maravilloso» poder ver todas las vidas de Julia, y que cada cual se quede con la que le parezca. La vida puede ir bien o mal, y en eso reside el toque humano; no es inteligencia artificial, es a veces de una manera y otras veces en forma opuesta.

Temas como el porvenir, el destino, la opción por tal o cual, las consecuencias de nuestras conductas, lo inesperado que aguarda a la vuelta de cualquier esquina. Se exploran las ramificaciones incluso de decisiones insignificantes en apariencia, que tomamos, y el impacto sobre nuestro futuro. Todo ello en un tono meditabundo, abstraído, nostálgico y de incertidumbre.

Una película que emociona, que atrapa con la vida de Julia. Una propuesta original para salirse de las películas más convencionales de Hollywood. Una oda a la vida, un canto también a las oportunidades, a la fortuna e incluso al infortunio. Además, utiliza más que mejor los elementos del cine.

Todo ello es una llamada a que el espectador piense, recuerde e incluso cuestione decisiones que ha tomado en su propia vida y a dónde ha llegado con ellas. Hay un poco de invitación al examen de conciencia.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos A Contracorriente films