Priscilla (3)

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Suspicious Minds

Priscilla se define desde su propio título. Con el nombre aislado de una mujer, disociado del apellido al que ha permanecido unida desde que siendo una adolescente conociera a Elvis Presley. Un apellido de resonancias míticas que oculta todo lo que hay a su alrededor. Un  hecho que va más allá de la costumbre aceptada por muchas mujeres estadounidenses de cambiar su apellido de soltera al casarse pues a pesar de su separación y de la posterior muerte de Elvis, Priscilla fue —y sigue siendo— conocida por esa relación.

El biopic de Coppola se basa en Elvis and me, las memorias publicadas por Priscilla a mediados de los años 80 y que han vuelto a reeditarse recientemente. Priscilla participa, además, como productora ejecutiva de la película. Con este punto de partida, la propuesta de la directora de Maria Antonieta es desmontar el american dream a través de la figura de una mujer, una adolescente que conoció a Elvis con 14 años, que voluntariamente se introdujo en una jaula de oro —por fascinación, por amor— donde terminó siendo cosificada por un hombre que entendía el amor como una posesión.

El inicio del filme, con unos primeros planos de unos pies femeninos deslizándose por una alfombra rosa o acciones como pintarse la raya de los ojos o los labios, en la que nunca vemos el rostro de la protagonista, supone una elección que indica la desaparición de la persona, sustituida por una belleza fragmentaria que la convierte en objeto.

El primer tercio de la película es el relato de un cuento de hadas. Elvis se encuentra realizando el servicio militar en Alemania. El cantante pudo librarse, pero El Coronel —el mánager que controlaba su carrera— quiso que la estrella diera ejemplo para afianzar su imagen de buen americano. En ese contexto aislado —se remarca el ambiente frío en varias ocasiones— surge el amor entre dos personas que se necesitan para sobrevivir en ese lugar inhóspito. Elvis aparece como un hombre atento, educado y que respeta el hecho de que Priscilla sea una menor, una adolescente con la que se lleva diez años, aunque es cierto que algo oscuro se palpa en el ambiente.

La culminación de ese cuento de hadas llegará con el traslado de Priscilla a Memphis para vivir con Elvis, bajo la supervisión de su familia, para continuar con sus estudios en un colegio católico. Pero los cuentos de hadas no suelen cumplirse y unos detalles, dejados caer aquí y allá, nos van alertando de la diferencia que separa el mito y realidad. La temprana adicción de Elvis a las pastillas, la necesidad de representar una fachada externa que satisfaga a la prensa y al público o un carácter excesivamente controlador ya avanzan un futuro de incertidumbre al que Priscilla se ve abocada por la inocencia de la juventud. El cuento de hadas inicial, influenciado por el misticismo que despierta la figura de Elvis en Priscilla, muta lentamente hacia un relato dramático.

Graceland, la mansión en la que Elvis vivió desde los 22 años hasta su muerte, convertida en un fortín para evitar el acceso del público, funciona como un contenedor claustrofóbico que ahoga las expectativas de una mujer joven. Nada sucede al azar —no puede jugar en el jardín con el perro, no puede invitar a nadie fuera del círculo íntimo— y mientras Elvis entra y sale para la filmación de sus películas, Priscilla permanece recluida. La reiteración de planos generales de las estancias, donde la figura de Priscilla se empequeñece, remarca la sensación de soledad de una mujer que parece un objeto más de la casa; no es el único juego con los tamaños porque a lo largo de la película aparece la diferencia de altura entre Priscilla y Elvis que la directora destaca con planos picados y contrapicados.

Además del papel asignado tradicionalmente a la mujer en el contexto de las estrellas del rock, un mero objeto secundario que no debe distraer la carrera del carismático artista, se une aquí el carácter mesiánico de Elvis capaz de decidir todo lo que acontece en la vida de Priscilla, desde los vestidos que debe llevar, la no conveniencia de trabajar, la aceptación perenne de las infidelidades de su marido y los ataques de ira que incluyen los malos tratos físicos y psicológicos.

Situaciones claustrofóbicas, soledad y depresión son una constante en los personajes femeninos que aparecen en las películas de Sofia Coppola. Desde Las vírgenes suicidas, Lost in traslation o Maria Antonieta, nos encontramos con mujeres que a pesar de estar rodeadas de gente se sienten solas; de ahí que relato de la vida de Priscilla y Elvis tiene total sentido dentro del universo temático de la directora americana. Envoltorios brillantes que esconden la triste realidad de una vida limitada como ocurre con la fascinante ciudad de Tokio en Lost in translation o la Corte de Luis XVI en Maria Antonieta.

En este sentido, la película muestra el descubrimiento por parte de su protagonista del hombre frente al mito. Priscilla se enamora del mito pero tiene que convivir con el hombre. Coppola retrata a un Elvis alejado de los escenarios, de los conciertos o de las filmaciones de sus películas, precisamente para descontextualizarlo de la imagen pública; precisamante por eso en una banda sonora poblada de canciones no suena ninguna de Elvis.

Cailee Spaeny en Priscilla. Foto: BTEAM

Frente a un país que idolatraba al cantante de fama mundial incluso en los momentos más bajos de su carrera, como fue el periodo de las películas mediocres de Hollywood y la última etapa de declive físico con su famosa imagen kitsch del traje de lentejuelas, Priscilla lucha por ganar su espacio como persona, como mujer, para salir de una situación vivida desde la adolescencia, y sobre todo, para acabar con la sensación de soledad. De ahí que el punto de vista central de la película sea el de Priscilla; vemos y sentimos aquello que experimenta su protagonista pues ese es también uno de los objetivos de Coppola, dar visibilidad a la mujer situando en primer plano a una figura que siempre ha permanecido en la sombra.

Con una mujer cada vez más consciente de la necesidad de ser libre y un Elvis más introvertido, errático y violento en la intimidad del matrimonio, finalmente Priscilla toma la decisión de abandonar el mito al que ha permanecido unida desde la juventud para vivir su propia vida. El uso de la canción I will always love you, de Dolly Parton, sirve para expresar esa contradicción entre la necesidad de despedirse y la consciencia de que no podrá desprenderse nunca de ese amor —Priscilla Presley siempre ha reconocido que Elvis fue el amor de su vida.

Si en el inicio los planos cosificaban a la mujer con todos los gestos y accesorios de belleza femenina, para el tramo final Coppola opta por naturalizar a Priscilla en un último plano final cargado de elementos simbólicos para que el espectador entienda que a partir de ese momento Priscilla será capaz de conducir su vida abandonando la prisión en la que estaba recluida.

Con una pareja de protagonistas brillante —Cailee Spaeny y Jacob Elordi—  y aprovechando al máximo una fotografía preciosista pero que a la vez nos advierte, a través del uso del claroscuro, de la diferencia entre el brillo de la fama y la oscuridad de la vida interior de un matrimonio, Sofia Coppola se acerca a su mejor cine, el de Lost in traslation, con este relato sobre el camino de liberación que recorre una mujer para controlar su destino.

Escribe Luis Tormo | Fotos BTeam