¿Qué es la filosofía?

¿La reflexión sobre un orden social justo? ¿Un encontrarse consigo el ser humano, en su indefectible camino hacia la muerte? ¿Una manera de educar mediante el método socrático? ¿Acaso una refinada y nunca bien ponderada sofística? ¿Un simple tango? Todas estas cosas a la vez, podría decirse, y bien dicho, tal y como lo han contado María Alché y Benjamín Naishtat de manera a veces muy sutil en su amable película Puan.
Mérito del filme que nos ocupa es haberse acercado a una disciplina a veces abstrusa y compleja, cuando no incomprensible, desde el humor y el respeto. Hay mucha estima por la filosofía en algunas de las secuencias de esta película, en particular cuando el profesor interpretado magníficamente por Marcelo Subiotto intenta hacerla comprensible a los legos, ya sea una anciana de clase alta que se duerme con Heidegger o un aula de adultos en un barrio marginal que asiste fascinada al desarrollo de toda una clase socrática.
Hay también un claro señalamiento de sus excesos, del absurdo al que la conduce una mal entendida y caricaturesca posmodernidad que hace del lenguaje inclusivo un chiste involuntario, de la burocracia universitaria y sus luchas de poder, del diletantismo y la arrogancia intelectual de los que se creen estrellas del firmamento intelectual… hay en fin una defensa de su poder transformador, ya sea desde la cándida propuesta de Rousseau o la más realista y temible interpretación hobbesiana.
Y todo esto que hay se halla perfectamente integrado en una narración muy cuidada en este aspecto alegórico, sugestivo, quizá más difícilmente perceptible si no se conoce bien la disciplina, lo que conlleva el riesgo de minusvalorar la película.
Pero esta muy trabajada narración cojea por otro lado: en realidad la historia que cuenta no acaba de avanzar, ni se sabe muy bien a dónde conduce: esto puede ser, de nuevo, una sutil forma de decirnos que al fin y al cabo el destino es el camino y que la representación de cada escuela o actitud filosófica en distintas secuencias basta para sostener un filme que es una declaración de amor por la sabiduría… De hecho el filme gana enteros cuando se acerca a la intimidad de Marcelo, el profesor protagonista: en esos momentos se evidencia su humanidad, que no es otra cosa que racionalidad y emotividad puestas al servicio de su profesión. Ahí la película se muestra fresca, auténtica, original.
Pero también puede que no haya demasiado que contar y que para sostener la atención a veces se recurra a situaciones absurdas de las que no cabe sacar nada en claro, excepto su propia extemporaneidad: la escena de la caca de bebé y en menor medida –porque al fin y al cabo encierra una crítica a la idea de filosofía como entretenimiento y espectáculo– la de la fiesta de cumpleaños de la anciana en la que el filósofo se disfraza de griego.
¿Es acaso una clara dicotomía entre la forma y el contenido? Desde luego la historia no es solo un relato de la rivalidad entre dos profesores, sino una sátira del universo académico en particular que sirve como excusa para hacer un retrato de la sociedad argentina en general: de sus encantos y miserias, de sus almas europea, porteña e indígena, de sus conflictos políticos, laborales y sociales.
Pero claro, a veces se siente un poco ligera en estos aspectos, un poco superficial: todo lo que ha logrado con su acertado y sutil elogio de la filosofía sabe a poco cuando se compara con la presunta ironía socrática que debe servir de escalpelo para diseccionar la sociedad argentina.
Nadie dice, sin embargo, que una película deba contener necesariamente una crítica así; nada hay más digno que una obra que sea consciente de su propia ligereza, y creo que Puan lo es: se muestra en el romanticismo revolucionario con que los profesores se manifiestan y enfrentan a la policía, porque no se elude el elemento caricaturesco; también en la tensión que produce en Marcelo el enfrentamiento dialéctico entre su ideología revolucionaria y la praxis de la especulación urbanística a la que le conducen su mujer y la agente inmobiliaria, y por último, en la katharsis protagonizada por él mismo en la fiesta de cumpleaños, cuando se comporta de modo cínico, a lo Diógenes, y rompe con una farsa que lo está pudriendo. Marcelo es inocente, honesto, entregado… hasta que se da cuenta de todo lo que no soporta y decide romper con ello.
Así llegamos a un epílogo que no por esperado deja de resultar sorprendente: la filosofía contextual, adaptada a su lugar y su tiempo, en forma poética y mundana. La demostración final de que Marcelo no es solo un profesor de filosofía, y de que Puan atesora en su aparente ligereza, muchos quilates de sentido.
Escribe Ángel Vallejo