Un viaje por las entrañas del amor, la decadencia y la obsesión

Desde que en 2017 saltó a la fama con la adaptación de la novela Call me by your name, Luca Guadagnino no ha parado de sorprender al mundo con obras que no solo destacan por su dirección sensorial y su meticulosa estética, sino, por encima de todo, por su voluntad de explorar complejos personajes sometidos a contextos emocionales extremos.
Queer, su último proyecto y probablemente el más ambicioso de su filmografía reciente, se aleja de la mayor liviandad de Challengers o Bones and all y regresa a la esencia dramática y existencialistade Call me by your name. Pese a las inevitables comparaciones en torno a su temática principal, el deseo homosexual, Queer se erige como una obra más madura, que, a diferencia de su hermana pequeña, se centra en el patetismo, en la decrepitud, en la complejidad de un hastiado William a través de cuyos ojos nos sumergimos en los rincones más oscuros del ser.
Con la incorporeidad como hilo conductor, Guadagnino nos ofrece la historia de amor y de obsesión entre William Lee, pseudónimo autobiográfico del escritor norteamericano William Burroughs, y Eugene Allerton, un joven periodista, en las calles de México. A la vez que se enzarzan en una espinosa relación, el director nos muestra la decadencia de Lee, cuya adicción al alcohol y a las drogas crece a medida que se obsesiona con el escurridizo Allerton. Así, en una búsqueda constante de placer y satisfacción, el escritor renunciará a su integridad física y a su dignidad y rogará al chico, desesperadamente, que no se aleje de él.
A través de proyecciones fantasmales y las ya mencionadas continuas referencias a la incorporeidad, la película tomará un rumbo mucho más espiritual que se centrará no solo en ascender, en alejarse del dolor, sino en el deseo irreal de fusionarse con el otro, de amarse hasta ser uno y encontrar, por fin, la paz.
Así pues, todos estos elementos psicodélicos y surrealistas, lejos de pecar de pretenciosidad, dotan a la película de una profundidad excitante y de una densidad que solo se pasará de rosca de cara al final.
Por otro lado, Guadagnino, como de costumbre, no defrauda en cuanto a la estética y la fotografía de la película: siempre cuidadoso en los detalles, el italiano es capaz de crear belleza incluso en las escenas más mórbidas y decadentes. La banda sonora, aunque de primeras pueda resultar incoherente, complementa a la perfección el universo nihilista del filme. También son destacables las interpretaciones de un Daniel Craig que sorprende muy gratamente saliendo de su zona de confort y, sobre todo, de un soberbio Drew Starkey cuya madurez actoral embelesa.
No obstante, y como ya le ocurrió en Challengers, el magnetismo y el ritmo iniciales se pierden al entrar en la segunda mitad de la película. Después de una primera parte magistral, se nos introduce un segundo acto que sirve como puente argumental, pero cuya irrelevancia y prescindibilidad hacen que el espectador desconecte y pierda la tensión inicial.
Sin embargo, rápidamente se nos introduce un tercer acto mucho más simbólico, onírico, un viaje espiritual que hubiera sido muchísimo más disfrutable habiendo prescindido de los veinte minutos previos. La película culmina en una coda excesivamente larga y tediosa, que diluye el impacto emocional y narrativo logrado en los momentos más potentes, dejando al espectador con la sensación de que el clímax habría sido mucho más efectivo con una resolución más concisa.
En general, Queer se presenta como una obra ambiciosa que, lejos de repetir la fórmula y las expectativas de sus anteriores proyectos, navega por cuestiones más trascendentales con sorprendente éxito a través de unas metáforas visuales y un lenguaje cinematográfico exquisito.
Escribe Sara López Casas | Fotos Elástica Films