Saben aquell (4)

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Detrás de la máscara

La vida de Eugenio, el icónico humorista que triunfó en las décadas de los 80 y 90, siguió el aciago patrón de ascensión y caída, un recorrido que se repite en ocasiones en el mundo del espectáculo. Años después de su muerte, los libros de su hijo mayor y un documental que abordaba toda su vida, aportaron luz sobre el artista, pero también sobre el hombre que se escondía detrás de una máscara compuesta por sus icónicas gafas ahumadas, el tabaco, la barba y la ropa oscura con las que se subía al escenario.

A partir de este material, David Trueba escribe y dirige un filme que aunque pueda ser tildado de biopic escapa a esta definición. Y la primera elección para no realizar un producto al uso es acotar el periodo temporal a unos años concretos para mostrar el ciclo vital, esencial, que lleva a un hombre como Eugenio, un anónimo joyero de Barcelona, interpretado por David Verdaguer, a convertirse en una estrella mediática a través del humor, poniendo en valor su capacidad para contar chistes a través de un ritmo y un tono propio, exclusivo.

Un periodo que coincide con la irrupción en su vida de Conchita Alcaide (Carolina Yuste), su primera mujer, su gran amor y la persona que posibilitó que ese hombre destinado a ser un personaje secundario asumiera el papel de protagonista. Con Conchita, una andaluza que cantaba en un perfecto catalán, formaría el dúo Els Dos con el que intentarían hacerse un hueco en el mundo de la música; su mayor logro fue el cuarto puesto en el concurso para ir a Eurovisión en el que Trueba utiliza la canción de Nino Bravo, Un beso y una flor, para establecer un inicio que se cerrará en la emotiva escena final donde retoma el célebre tema del cantante valenciano. La ausencia de unas semanas de Conchita para cuidar a su madre hizo, de una manera casi fortuita, que Eugenio diera el salto a humorista asumiendo en solitario su presencia en el escenario.

En ese recorrido hasta el triunfo, lo que vemos en la pantalla es un relato de amor intenso, romántico, pero también un amor egoísta, de aceptación del triunfo y de renuncia, con un personaje femenino que es soporte e impulsor a su vez de la carrera de su marido, con una mujer que desde el primer hasta el último día que está con Eugenio –esa es la película– pasa por todos los roles (desde el deseo inicial hasta el papel de madre, teniendo que hacerse a un lado para que triunfe su marido), sufriendo la injusticia de una profesión en la que el artista debe dedicar más tiempo al público que a la vida personal.

Eugenio fue un producto de su época, inseparable del periodo de la Transición, de esos primeros años de la democracia. Trueba retrata el marco social e histórico que acompaña el cambio, siempre como telón de fondo, estableciendo una serie de referentes como son las imágenes de televisión, los carteles o detalles sutiles como es la apertura de una ventana para simbolizar la llegada de la libertad o la compra de una revista de chistes por parte de Eugenio el día que se muere Franco para indicar lo que realmente le importaba a él. Esta descripción de la época no adquiere protagonismo pero encuadra y amplifica la vivencia de los personajes, estableciendo un juego entre realidad y ficción mediante el uso de personajes reales que aparecen con su edad actual (Mónica Randall, Pedro Ruiz, Miriam Díaz-Aroca), el juego con el parentesco (Lara Dibildos en el papel de su madre, Laura Valenzuela) o el rol profesional (el director Paco Plaza para encarnar el personaje de Chico Ibáñez Serrador).

Con el imprescindible trabajo actoral de David Verdaguer, que va más allá de los elementos identificados externos (barba, gafas, voz, ropa) para recrear la esencia de Eugenio, y la réplica de una impresionante Carolina Yuste, interpretando y cantando en catalán, David Trueba –que firma el guion junto a Albert Espinosa– traduce la tristeza inherente de una persona que sufría en el escenario y que terminó consagrando su vida para que los demás pudieran disfrutar, aunque para ello tuviera que sacrificar aquello que más amaba.

Frente al humor inherente a su trabajo –la película está salpicada de los chistes más reconocidos de Eugenio– y el camino ascendente hacia el estrellato, Saben aquell profundiza en la dicotomía de la figura pública y la persona que se escondía detrás de su imagen; las risas, los aplausos y el éxito acompañan a un hombre solitario empeñado en dar a los demás una alegría que a él le consumía, pues, en el fondo, Eugenio no dejaba de sentirse extraño en un mundo, el del espectáculo, al que en principio no estaba destinado.

David Verdaguer y David Trueba en una imagen del rodaje de la película. Foto: Quim Vives/Warner Bros Pictures España

David Trueba aborda la película situando en el centro a la pareja protagonista, concentrándose en la (re)creación de ambos personajes. Y para ello emplea un estilo formal contenido, que se pone al servicio del relato, apostando por la sugerencia frente al subrayado. Toda la película es un ejemplo de cómo plantear de manera sutil los diferentes temas para que el espectador tenga una visión más amplia. Los hay más evidentes, como la escena en que Conchita, sola en el hospital, toma conciencia de la importancia que el humor de su marido tiene para los demás, al ver la alegría en los rostros de los enfermos que están recibiendo quimioterapia; pero también hay mensajes más soterrados que completan el significado de la película.

Por ejemplo la escena del hijo de Eugenio que en la función escolar imita a su padre y cuando éste llega le ayuda a sujetar la chaqueta que indica el futuro de su hijo (que fue road manager, ayudante y secretario de su padre y terminó produciendo un espectáculo llamado Reugenio tras su muerte). O la emotiva escena en que suena la canción Amor particular, de Llach, interpretada por Carolina Yuste, que sirve para despedir ese amor compartido pero que también indica que Eugenio se debe a su público a pesar de la tragedia que ha sufrido; y eso se da con la canción de Amor particular que Llach compuso como tributo del amor que sentía hacia su público; por eso está tan bien empleada en esos momentos en los que vamos a ver cómo Eugenio abandona a sus hijos para actuar el mismo día que su mujer ya no está con él.

De hecho, son esos apuntes sutiles los que, a pesar de que la película limite el desarrollo temporal al periodo de Eugenio y Conchita, sirven también para dar indicaciones del futuro de Eugenio, de su descenso a los infiernos al perder su gran amor, su verdadera conexión con la realidad. No asistimos visualmente a todo ese periodo oscuro, pero intuimos que ya nada va a ser igual pues los problemas posteriores ya estaban latentes en esa parte que va unida a la difícil gestión del triunfo.

David Verdaguer como Eugenio en Saben aquell. Foto: Foto: Quim Vives/Warner Bros Pictures España

Por último, la película se organiza a través de estructuras circulares. La primera viene por el uso de la canción de Nino Bravo, Un beso y una flor, en dos ocasiones, que abre y cierra el periodo de éxito. Y lo más importante, la elección de la escena inicial y la escena final hace que todo lo que hemos visto forme parte de un nebuloso recuerdo, casi onírico, de Eugenio, y que contribuye a esa sensación general de tristeza y soledad.

En el documental sobre Eugenio dirigido por Jordi Rovira y Xavier Baig en 2018, en su parte final se dice hablando del humorista: «a las personas no hay que juzgarlas, hay que entenderlas». Pues algo de eso ha hecho David Trueba en la excelente Saben aquell a través de un acercamiento íntimo y melancólico a la figura de Eugenio para entenderlo desde todas sus aristas, junto a la reivindicación de esa mujer que fue Conchita.

Escribe Luis Tormo | Fotos Warner Bros Pictures España