Secretos de un escándalo (3)

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Ciudadana Gracie

Disfrazado bajo un envoltorio de melodrama clásico —valga la redundancia—, el último filme del director de la panfletaria (y melodrámatica) Dark waters (2019) aúna sus dos características más evidentes como estilista. Por un lado, la innovación y el riesgo formal de I’m not there (2007), su particular y pessoano acercamiento a la escurridiza figura de Bob Dylan; por otro, su depurada imitación del clasicismo más romántico en la archirreconocida Carol (2015), aproximación al amor lésbico a través de la figura de una incipiente Patricia Highsmith.

La construcción del elemento melodramático se ampara en unos hechos mundialmente conocidos que Todd Haynes amolda a sus intereses: la historia de aquella profesora estadounidense que se lio con un alumno, mediando entre ellos una diferencia de edad de veinticuatro o veinticinco años. Frente a los 36 de la maestra, el alumno cursaba primero de secundaria. La historia recorrió todos los hitos posibles para devenir en categoría dramática: del delito de abuso de menores por el que fue juzgada y condenada a prisión la profesora, hasta su consecuente embarazo y parto en prisión, amén de la posterior formalización matrimonial de la relación, mediante divorcio previo, por supuesto, ya que la implicada amante estaba —felizmente— casada y era madre de varios hijos.

En cierto modo, estos hechos de base real son la argamasa con los que Haynes articula el argumento, que parte de unos sucesos ampliamente difundidos y todavía presentes en el imaginario social estadounidense y, por extensión, mundial. El escándalo de dicha relación se vio atemperado, precisamente, por los nuevos aires que soplaban en las relaciones sexuales y de pareja.

En cierto modo, lo escandaloso adquirió coartada de aceptabilidad y se desprendió de su carácter de estupro de incluso delictivo, cuando las mujeres puma empezaron a adquirir un protagonismo mediático, a saber, cuando la lucha por la liberación de la mujer, el feminismo o cierto feminismo, asumió y reivindicó la inversión de un canon clásico: también las mujeres mayores (como hasta entonces era lo usual entre los varones) podían entablar relaciones con hombres mucho más jóvenes que ellas, en una especie de aggiornamento del mito de Fedra.

Los ejemplos de Madonna o de Demi Moore coincidieron con la política cuando saltó a la palestra pública la relación que mantenía Emmanuel Macron —futuro y actual presidente francés— con su exprofesora de teatro del instituto (también felizmente casada y madre de varios hijos), en una especie de simbiosis intercontinental e interclasista, casi una réplica francesa del terremoto norteamericano, aunque la tradición cultural libertina francesa no aspaventó tanto como la América profundamente puritana.

Esta historia real es de la que se sirve Haynes para llevar la pelota a su propio tejado que no es, obviamente, tejer un melodrama sobre aquella relación transgresora, para eso ya está el telefilme que se contempla en la televisión durante la película, un ejemplo más del discurso metacinematográfico y reflexivo —verdadera piedra rosetta— que persigue el director.

Julianne Moore encarna a esta profesora que ha rehecho su vida con su exalumno y actual marido, padres biológicos de tres hijos, frutos de su amorosa relación. Una familia que encarna el American Way of Life, y que reside en una preciosa casa digna de los múltiples programas de televisión sobre reformas de hogares provenientes de las televisiones norteamericanas y que han colonizado, con un éxito arrollador, la parrilla española. En este entorno idílico, irrumpirá Natalie Portman, una actriz ambiciosa —nuevo pleonasmo— que se dispone a filmar una película (independiente, tal y como se remarca para huir de lo más morboso y acrisolar la autenticidad del acercamiento) sobre aquellos ya lejanos, pero todavía recordados hechos; en concreto, se filmará lo acaecido entre los años 1992 y 1994, es decir, los inicios de la transgresora relación.

El propósito de Portman es conocer a los protagonistas reales de aquella historia para ofrecer una interpretación más verdadera y auténtica, más real, en una especie de aplicación del método del Actor’s Studio que tanto éxito cosechó en la meca de los sueños. La actriz se convertirá en una presencia constante y ubicua en el devenir cotidiano de la familia, apuntando en su cuaderno todos aquellos detalles que le pueden ser de inestimable ayuda para la composición de su personaje.

Ese duelo de guante de seda, pero con una herradura en su interior, se asemeja a la lucha que se libra en melodramas del estilo de Eva al desnudo.

Valga decir que a partir de ahora parte de la trama se estructura como una pugna tan sutil y soterrada como diáfana y tensamente contenida entre ambas mujeres. Pues el objetivo de la Portman no es otro sino fagocitar a Gracie-Moore, hasta convertirse en ella. Ese duelo de guante de seda, pero con una herradura en su interior, se asemeja a la lucha que se libra en melodramas del estilo de Eva al desnudo, aquellos en que dos mujeres se enfrentan por el poder, por el control dramático.

De ahí el recurso del director cuando las confronta directamente, rostro a rostro, en la secuencia en que Gracie maquilla a Elizabeth-Portman, o en que ambas confrontan directamente con el espejo-cámara-espectador, testigo privilegiado de la batalla sororicida que se ha entablado. Elizabeth empieza adquiriendo los ademanes y los gestos de un investigador que persigue hallar la verdadera personalidad de su personaje, en este caso de la persona Grace, en una réplica del método de Citizen Kane, en este caso de la ciudadana Grace.

Elizabeth tiene formada su propia opinión sobre Gracie y su último objetivo es desenmascararla, arrancarle la careta que oculta a una persona desquiciada y manipuladora, a una mariposa corona que detrás de su dominio afable esconde a un ser desquiciado.En su empeño, Elizabeth recurre a cualquier método, incluyendo la seducción del esposo de Grace. Todo sea por el Arte con mayúsculas.

Todd Haynes adopta un punto de vista omnisciente, sin privilegiar ninguna de las perspectivas del triángulo, antes bien ofreciendo el punto de vista de cada uno, aunque la de Grace sea la más opaca, espesa, impenetrable.Los interrogatorios y entrevistas de Elizabeth-Portman amplían y resquebrajan la visión y personalidad de Gracie, sin llegar a ser del todo categóricos, definitivos. Una ambigüedad moral sobrevuela toda la historia y se posa, también, sobre el silente y privilegiado espectador, testigo ávido de los pequeños detalles, de las nimias pistas que el director va sembrando en esta senda casi mayéutica.

El melodrama erigido es el McGuffin del director para escarbar en lo que realmente le interesa: las relaciones ente la realidad y la ficción.

Alegóricamente, se recurre a la entomología para acercarse subrepticiamente al cogollo estructural, al meollo dramático. Será Joe (el actual marido, exalumno) el encargado de cultivar esas crisálidas, capullos de polillas de los que brotarán unas hermosas mariposas. Esta afición subraya el control que ejerce su mujer sobre él y el resto de la familia, especie de mariposa corona que tiene sometidos a su arbitrario capricho (la consecución de una familia feliz) a todos los que pululan a su alrededor.

El título inglés original: May December (expresión que denota la insalvable y ridícula diferencia de edad entre dos amantes) se aviene mejor a la situación ambigua de Joe, un viejo de tan solo 36 años que está más cerca por edad de sus hijos que de su mujer. De hecho, se comporta con sus vástagos más como un colega que como un padre severo o castrador, función reservada para Grace. La relación entre Joe y Gracie está siendo erosionada por el ineluctable paso del tiempo, insinuándose que esa grieta es la que aprovecha Elizabeth para dar la puntilla al matrimonio, pues la infidelidad de Joe (que ha sucumbido a la sibilina y taimada actriz-detective) es el detonante de la separación, de la ruptura.

El melodrama erigido es el McGuffin del director para escarbar en lo que realmente le interesa: las lábiles relaciones ente la realidad y la ficción; la imposibilidad de encontrar la Verdad con mayúsculas, el sentido último de una acción, pues la inocencia y la candidez que iban asociados al melodrama clásico han desaparecido, se han evaporado de una sociedad que se sustenta sobre las meras apariencias, sobre una hipócrita capa de felicidad almibarada, al modo de esas tartas de limón que cocina Grace para unos —también— hipócritas vecinos compradores, que prefieren mantener y sustentar una mentira consoladora antes que una desagradable y áspera verdad. 

Haynes utiliza la música que compuso Michel Legrand para El mensajero (1971, de Joseph Losey) como mecanismo de extrañamiento, distanciador. La música suena, orquestada con un ritmo más intenso y exagerado, en aquellos pasajes precisamente más melodramáticos, de modo que el director subraya no la intensidad del momento, sino la artificiosidad retórica de su construcción, su carácter ficcional, artístico. ¡Hipócrita espectador, atento, que nada es lo que parece, que esto no es una cuestión consoladora de disputa entre buenos y malos!

Al respecto, también destaca la masterclass que Elizabeth se aviene a impartir a los alumnos del instituto. Como buena actriz, cuando más actúa es cuando se interpreta a sí misma y así, ante una pregunta incómoda sobre las secuencias eróticas que ha rodado, ella se explaya en un discurso en el que subvierte la respuesta políticamente correcta y en el que ya no distinguimos entre si finge que goza, si goza al fingir o si se excita ante las miradas masculinas del equipo técnico.

La acción transcurre durante la primera semana de julio: comienza durante la celebración de la fiesta nacional, un cuatro de julio, y se prolonga durante una semana.

Esta secuencia nos remite al colofón de la historia, cuando Elizabeth inicia el rodaje de la película precisamente con la secuencia de la seducción en la tienda de animales, verdadero eje axial que en un melodrama clásico hubiese demostrado la bondad o maldad de la protagonista, pero que aquí sirve para remarcar (y ratificar) el carácter ficticio de la verdad… dramática, que es la única, al fin y al cabo, que le interesa al director. La única carta (El mensajero…) que se conserva de Grace a Joe relataba dicho encuentro y su consecución es lo que motiva a Elizabeth a seducir (hacer el amor en un polvo brevísimo y decepcionante) a Joe. La carta será leída por Elizabeth: un monólogo en camisón en plano americano fijo dirigido a la cámara-espectador, en una interpretación con final gozoso…

Por último, hay que resaltar que la acción transcurre en Savanah, ciudad del estado de Georgia (el mismo escenario en la que Eastwood situó en 1997 Medianoche en el jardín del bien y del mal), considerada una de las ciudades más hermosas de los EE. UU., epítome de la belleza que atesora el profundo Sur, el de Scarlett O’Hara, y modelo y arquetipo de lo más estereotipado y, quizás, falso.

La acción transcurre durante la primera semana de julio, pues la narración comienza durante la celebración de la fiesta nacional, un cuatro de julio y se prolonga durante una semana, hasta la graduación de los hijos del matrimonio, uno de los momentos más relevantes y más estereotipados y más dramatizados del cine estadounidense, símbolo del ritual de entrada en la vida adulta, contemplado desde la distancia por un lacrimoso Joe que, probablemente, debió de renunciar a dicho trascendental episodio vital; mientras que Grace, desde las gradas, graba la ceremonia.

Haynes así puede arremeter oblicuamente contra esos edulcorados y almibarados lugares comunes, tanto físicos como espirituales, en cuyas mansas aguas hierven las más turbulentas pasiones. Frente a la urbana y ambiciosa y amoral Elizabeth, la contenida y manipuladora y férrea Grace, criada en los estados más atávicos de los Estados Unidos, un producto de la América más acendrada y ¿trumpista? Por cierto, Grace sabe cazar y, de hecho, caza los pichones que ofrece a su invitada. Incluso en las últimas secuencias, cuando es consciente del naufragio de su matrimonio, se refugia en el bosque y está a punto de cazar a un zorro o a un mapache o ¿a sí misma?

En cualquier caso, la visión que obtendremos de ella es la que se está filmando a cientos de millas de allí, un veinte de julio, Elizabeth, durante el primer día del rodaje. Elizabeth puede repetir la toma cuatro veces, hasta conseguir el tono convincente. Gracie se conformará con rememorar un hecho, sin ocasión para corregirse.

Escribe Juan Ramón Gabriel | Fotos Diamond Films