Las heridas y el dolor de Venezuela
La película está basada en hechos reales que afectan sobre todo a la población juvenil venezolana, durante el tiempo de las manifestaciones organizadas por el Movimiento Estudiantil Venezolano entre los años 2014 y 2017.
Comienza con las protestas de 2017 en Caracas, la lucha estudiantil en el periodo de guarimbas (barricadas callejeras o cortes de carreteras). Este es el punto de partida para la tragedia que habrá de acontecer a su protagonista Simón (Christian McGaffney); el nombre de «Simón» fue escogido por el director Diego Vicentini para «atribuirle la mitología de Bolívar a todos esos jóvenes que son anónimos».
Nuestro protagonista es un joven estudiante de ingeniería, es el líder de «El equipo«, un grupo de compañeros de clase, quienes se organizan para movilizar a la población y salir a las calles a protestar en contra de las políticas del gobierno del presidente Nicolás Maduro, convencidos de que ese es el camino para derrocar a un régimen aferrado a una forma de poder irrestricto.
En esas revueltas Simón es detenido y torturado junto con otros manifestantes y compañeros. La violencia, la saña y las penas físicas infligidas provocan, como vemos en el metraje, heridas físicas y morales, que dejan huellas imborrables para el muchacho, lo que hoy conocemos como «estrés postraumático» acompañado de «ataques de pánico».
Después de estos sucesos, cuando lo dejan en libertad, Simón opta por escapar en un vuelo regular de su país para llegar a Miami en los EE. UU. Allí se entera de que la solicitud de asilo, caso de que se la concedieran, implicaría para él la no posibilidad de regreso a su país. Debe pues tomar la decisión de quedarse en Miami o volver a Venezuela, con cuanto de peligro tiene esa alternativa para él. El regreso necesariamente lo llevaría a luchar de nuevo por la libertad contra el régimen dictatorial y con toda probabilidad la cárcel de nuevo.
En tanto, Simón duerme en un colchón inflable en un pequeño apartamento que le prestan provisoriamente. Trata de adaptarse como mejor puede, no sólo por el cambio de país, de idioma y dificultades económicas, sino también por el esfuerzo que le significa superar los traumas que le asolan y que le impiden el sosiego. Traumas que asoman con fuertes ataques de ansiedad y un malestar psicológico crónico. También se siente culpable, como líder estudiantil, de haber abandonado a su grupo de colegas y haber incumplido su palabra de lucha permanente contra los opresores.
En el pliego de solicitud de asilo, el joven, asesorado por una chica norteamericana (muy bien Jana Nawartschi), debe relatar cuanto le ocurrió en su país, las razones de su exilio y los riesgos que implicaría su vuelta. O sea, Simón se ve en la necesidad contarle a la asesora su tiempo tormentoso de prisión y suplicio. Lo cual implica no sólo cumplir con un trámite legal, a la vez, hacer reminiscencia, recordar los sucesos traumáticos y dolorosos cumple una función terapéutica en la cual a veces el ánimo y el psiquismo de Simón colapsa.
Simón había sido un dirigente entusiasta que arengaba a la resistencia y a la lucha por las libertades, pero tras ser objeto de cacería, tortura y de haber presenciado la muerte de su amigo del alma, la única alternativa que tiene es poner tierra, o mejor dicho mar de por medio.
En Miami la presencia de su amigo Chucho es una constante que le sirve de lenitivo en su rutina, entre tanto desasosiego y dificultades de toda índole por las que debe pasar. Por lo tanto, no estamos sólo ante una película política, es también un thriller psicológico que pone el foco en el vendaval del sufrimiento interior de Simón.
Diego Vicentini en la dirección y en el guion nos arroja a la a la cara toda esta temática dramática y dura en una insólita cinta en la que se aborda el dolor, la incertidumbre y ciertas dosis de suspense, derivadas de la situación política venezolana. Lo cual no ha sido común en la gran pantalla que habitualmente ha reflejado la lacra de las dictaduras militares de derechas o similares, salvaguardando las de corte comunista.
Vicentini nos coloca frente a una realidad de desastre, violencia, necesidad, falta productos básicos como los medicamentos o la alimentación, tal la Venezuela actual. Más de 7,7 millones de venezolanos han tenido que emigrar o huir, poniendo sin remedio su fe en un viaje incierto que no es siempre feliz, pero que es la única opción a la pobreza y al imperio de la satrapía y la arbitrariedad. No hay diáspora de tamaña envergadura, si no es por necesidad o miedo. Esta situación venezolana viene a ser el síntoma revelador del enorme fracaso de sus actuales dirigentes, y el filme da cuenta de ello sobradamente y con seriedad.
La fotografía de Horacio Martínez colabora acertadamente en ese objetivo de reflejar un presente turbulento que parte de un pasado que se va a ir desentrañando gradualmente con flashbacks de los recuerdos del protagonista sobre la violencia padecida. Colabora también a este clima de terror y desaliento la música de Freddy Sheinfeld, que acierta sembrando con notas intangibles y lóbregas la acción.
Esta película se refuerza con unas actuaciones muy eficientes que trasladan al espectador, por la forma de hablar de los personajes y por su tipología, con la realidad venezolana y con vivencias que son las propias de los nativos del país. Actores y actrices como Christian McGaffney (muy bien), Jana Nawartschi (bonita y muy correcta), Luis Silva, Roberto Jaramillo (convincente como el amigo), Franklin Virgüez (sensacional como el maléfico Lugo), Prakriti Maduro o Pedro Pablo Porras, entre otros.
Simón, más que enrocarse en la hostilidad y el resentimiento, va apostando poco a poco en el decurso de la historia, por un entendimiento entre quienes padecieron la fiereza del poder y los más conniventes con él, no imponiendo muro entre traidores y traicionados, y ofreciendo la posibilidad de hallar razones a posiciones supuestamente desleales que, empero, también obraban urgidos por los chantajes y amenazas del régimen. Es, así, una película que conforme avanza el metraje acaba por llevarnos al lugar del perdón.
Esta es la manera en que Simón va trasmutando en obra conmovedora, en una película que osa y se atreve a tratar directamente las trazas de un momento histórico que por su arbitrariedad y mala praxis ha marcado a generaciones de venezolanos.
Interesa decir que estamos ante una película de jóvenes. No hay personas mayores por ningún lado, ni en el lado de los que huyen ni en el de los que arremeten despiadadamente. Vicentini desea alzaprimar el valor de esa juventud que apostó por enmendar de alguna manera los males de sus antecesores.
El único personaje maduro es el maligno coronel Lugo encarnado por Virgüez, que cuando sale impone respeto y miedo; el actor declaró que utilizó el método Stanislavski para su trabajo, imaginando ratas a las que era fóbico, en la escena del interrogatorio a Simón, y así evocar las emociones deseadas. El personaje de Lugo, quizá el más destacado del filme a pesar de su corta duración, es el de un oficial del ejército de edad y mucha maldad, cuyo rostro, mirada y discurso en el interrogatorio impresiona; el resto es un grupo estudiantil liderado por Simón, que es quien lleva el pulso de la narración.
Película sobre las consecuencias calamitosas de los recientes años de bolivarismo pseudomarxista, del calamitoso balance de las recientes décadas de penuria y exilio, un testimonio que es el que arrastran muchos de quienes han luchado, perdido y dejado todo tras la derrota. También una historia de amistad y pérdidas, de despedidas y de la incertidumbre constante de quien se va.
Aunque la obra registra un momento histórico desde la ficción, es, empero, una ficción que luce tan real como cercana. Ficción sobre una realidad social y política que se siente a la vuelta del laberinto de la vida de los venezolanos.
Es preciso subrayar que no hay mucho cine venezolano, y prácticamente no se dan en pantalla críticas directas y con visos de realidad de las prácticas funestas y patibularias de un régimen, tal el actual en décadas, cruel y autocrático. En esta primera película de Vicentini queda bastante despejada la incómoda neblina, mostrándonos la historia veraz de un estudiante, la de sus ingenuos compañeros de lucha, los días en que estuvo encarcelado y en los que fue torturado, y su relación con la memoria, los sentimientos de pérdida, de culpa y el costoso exilio.
Vicentini, como venezolano que salió del país a los 15 años, sabe de lo que habla. Aborda la historia de Simón en el presente de conflicto interior en Miami, y en el pasado, cuando en 2017 le cayó encima el peso de una verdad intensa y terrorífica, cuando cayó sobre él el poder ejercido desde una represión tipo apisonadora.
Impresiona la terrible y tortuosa relación entre el protagonista y el monstruo que es el coronel Lugo, un ser terrorífico y letal (reitero el poder dramático malévolo del actor Virgüez); y si cabe peor, la relación del joven consigo mismo y con la culpa que arrastra. Todo ello bien tratado como trauma, pero igualmente como medicina y solución a tanto lastre como acarrea su vida y su conciencia.
Producción solvente, bien armada, bien llevada por su director, que utiliza material de archivo para dar fe de algunas manifestaciones masivas de la época, también de las brutales represiones de manifestantes enfrentándose a la Guardia Nacional Bolivariana en Caracas. Susto y realidad, temor y temblor kierkegaardiano con la figura del «caballero de la resignación infinita», capaz de desordenar todo por una gran causa y convivir con el dolor que eso le produce.
Escribe Enrique Fernández Lópiz