El 23-F como fuente de dudas y esperanzas
«Y somos militantes de la vida…».
(Mario Benedetti)
Un viaje cinematográfico al 23 de febrero de 1981 implica a nivel artístico una serie de posibilidades y de riesgos. Solos en la noche, escrita y dirigida por Guillermo Rojas, no es tanto una película sobre el golpe de Estado, no es un filme político como los de Costa-Gavras, sino un largometraje, de enfoque claramente humanista, con la inspiración lumínica de Wilder al fondo, pero también con las huellas de Trueba y Colomo, sobre cómo un grupo de abogados laboralistas reacciona a nivel sentimental durante la noche de la intentona golpista.
Rojas sitúa la acción en Córdoba y es en esta ciudad del sur de España donde seis jóvenes de izquierdas, que defienden jurídicamente a los trabajadores en los primeros años de la actual democracia, van a sentir una inmensa incertidumbre en torno al destino de sus vidas cuando se enteren de que unos doscientos militares han tomado por la fuerza el Congreso de los Diputados de Madrid.
Considero que Solos en la noche posee dos grandes virtudes: ser una obra de memoria sobre unos sucesos lamentables —la acción golpista y toda la red de apoyo que la alentaba, aún con muchos puntos misteriosos a día de hoy—, y homenajear y dignificar a las personas humildes, luchadoras, progresistas, que entregaron lo mejor de sí para que España fuese una auténtica democracia tras varias décadas sometida a la oscuridad de la dictadura franquista.
Resulta entrañable la dedicatoria a sus padres que efectúa Guillermo Rojas en el último plano de la película, un plano estático, detenido, como en Ludwig (1973), de Visconti. Tras el visionado del filme, sentimos que el homenaje va más allá: es el tributo a toda una generación que luchó por nuestros derechos y nuestras libertades, por el porvenir de sus hijos: los que nacimos en la segunda mitad de los 70 y la primera de los 80. Y en esta época actual, donde la derecha política se muestra indiferente a todo tipo de creaciones memorísticas y la izquierda no defiende como tendría que defender la necesidad de conocer nuestro pasado, películas como Solos en la noche son como fuentes en el desierto.
Acierta Rojas al incidir en toda la angustia que se generó en el grupo de abogados cordobeses durante la noche del golpe de Estado. Estos jóvenes actúan en un plano metonímico como representantes de todas las personas de izquierdas que, en la llamada Noche de los transistores, vieron que la democracia que habían ayudado a construir y que estaba dando sus primeros pasos se precipitaba hacia el abismo, como al abismo podían ir sus propias existencias si triunfaba el golpe.
Hay una secuencia notabilísima, de guiño explícito a El padrino (1972), de Coppola, donde uno de los abogados, Paco (brillante Pablo Gómez Pando, el mejor de todo el reparto), muestra el torrente de miedo que siente en la puerta del piso donde tienen el despacho laboralista: el cuerpo y el rostro intranquilos, tambaleantes, el cigarrillo escurriéndose entre sus manos temblorosas, que nos lleva al glorioso momento de Michael (Al Pacino) en la puerta del hospital, intentando defender la entrada al complejo sanitario para evitar que los enemigos de su padre culminen la matanza de su progenitor.
Por otro lado, otro de los logros del filme es la excelente recreación del ambiente de izquierdas de la época, y aquí resultan muy logradas las secuencias colectivas donde los personajes, en la línea de los momentos corales del cine de Nanni Moretti, cantan La Internacional, El lobito bueno, de José Agustín Goytisolo, o Grãndola, vila morena, de José Afonso.
A mi juicio, la película se resiente por el frágil equilibrio que presenta entre una concepción humorística, cómica, y las circunstancias sociopolíticas tan adversas que amenazan al grupo de jóvenes abogados. No considero que el tono cómico sea inapropiado en una película de ambientación histórica. Al contrario, pienso que le aporta dosis relevantes de credibilidad y humanismo, y existen instantes, sobre todo los protagonizados por Marisol (Paula Usero) y Toni (Félix Gómez), que provocan nuestra risa y que propician que valoremos todavía más las ganas de vivir de los personajes, tan alejados en su entusiasmo y jocosidad del terror que se ha apoderado del Congreso. Sin embargo, existe, a mi entender, una excesiva reiteración de los momentos cómicos que desvirtúa, y en ocasiones ningunea, la atmósfera opresiva que se cierne sobre estos juristas y sobre el conjunto del país.
A su vez, todo el entramado sentimental tejido en torno a los personajes es algo artificioso, sin la solidez necesaria para atrapar al espectador. En el manejo de las secuencias colectivas hay una irregularidad durante todo el filme. La película sí adquiere vuelo cuando se adentra en la conflictividad interna de Paco, en sus dudas tanto personales como políticas, y según se desarrolla el filme va adquiriendo un papel más protagónico, que culmina con la secuencia en la radio donde Gómez Pando, en estado de gracia, rinde homenaje a Sacristán y a su memorable monólogo último en Solos en la madrugada (1978), de Garci, otra influencia clave, ya desde el título.
Rojas emplea planos generales del filme de Garci, a modo de imágenes de archivo, para ambientar la noche del golpe de Estado en Madrid, con las carreteras y las calles vacías, símbolos del miedo, la tristeza y la incertidumbre. Solos en la madrugada, junto a las obras de Colomo, Trueba y, fundamentalmente, Wilder, constituyen la plataforma cinematográfica desde la que Rojas levanta un filme discontinuo, pero de una indudable valía.
«Que es posible la vida».
(Hilario Camacho)
Escribe Javier Herreros Martínez | Fotos Summer Films