La arquitectura de una vida

Ya hemos pasado la etapa de posibles rumores sobre nominaciones a los Oscar de Hollywood, los ganadores y contendientes de los Globos de Oro, y los certámenes y círculos de críticos que van emitiendo sus veredictos y premios. A estas alturas ya sabemos que The brutalist es una de las cintas que parten con ventaja.
También ha hecho correr ríos de tinta por algunas polémicas que ha generado la cinta, tanto por sus modos de producción y creación, como por la propia cinta y algunas decisiones argumentales. Y todo ello, gracias a un realizador, de nombre Brady Corbet, que ha sido tanto actor como director y que hasta ahora permanecía mayoritariamente desconocido. Después de ver la imponente realización de esta cinta que hoy nos ocupa, no es para menos que Corbet pueda considerarse uno de los hallazgos del año.
The brutalist, ya lo sabemos, es una epopeya titánica que recorre las vidas de dos familias a través de los años. Si bien podemos decir que el punto de vista principal pertenece a László Toth, personaje neurálgico —de profesión arquitecto y de procedencia húngara— que consigue llegar a Nueva York, huyendo de la Europa de la posguerra.
Los años del Holocausto le han obligado a separarse de su mujer, pero la lucha de László no sólo pasará por conseguir una posición laboral destacada, sino que también será una lucha por volver a construir una nueva vida. Esta nueva vida estará marcada por el destino de otra familia, una que es el reverso de la moneda de la vida del protagonista.
Resulta difícil escribir sobre una cinta que tiene una duración de 3 horas y 40 minutos, contando con un intermedio obligatorio y cronometrado de quince minutos, y que llega a destilar tal cascada de ideas, argumentos, ponencias y simbolismos imposibles de poder concretar en un primer visionado de la obra.
Porque Corbet ha impulsado una obra colosal, rodada en Vistavisión, con un generoso metraje como decimos, y todo este colosalismo se puede ver reflejado en toda la arquitectura que podemos atender durante la obra. Porque no estamos delante de una película, sino que estamos delante de un templo expiatorio de enormes proporciones cinematográficas que ejerce la fuerza de un torrente.
The brutalist es un viaje homérico en el que no todo lo que se observa debe ser tomado al pie de la letra, sino que debe ser interpretado y adaptado a otro eje de la realidad. Algo así como si se tratara de un tipo de cine de tesis en el que diríamos que nada sobra, o casi nada. Porque todas las secuencias, todas las ideas, están expuestas —e incluso, repetidas— con un objetivo específico.
Colosalismo, brutalismo y cine
Insistimos en que el análisis de esta cinta no es sencillo, aunque en apariencia lo resulte. Corbet, además, ha creado una historia mastodóntica de la nada. Como si hubiera cogido una de las grandes novelas norteamericanas del siglo pasado y la hubiera adaptado al cine. Pero no, porque The brutalist es un guion original sorprendentemente.
Aunque parece que estemos delante de un retrato poderosísimo de un personaje, pero también de un destino, de una realidad concreta —la del exilio en la posguerra o la del sueño americano y su reverso— y remata el discurso con un epílogo simple y directo que nos da un tortazo en la cara y que condensa toda la ideología de la obra en tan sólo unas frases.
Por supuesto, el colosalismo de esta cinta se manifiesta por todos sus poros: una banda sonora compleja, industrial y absolutamente envolvente y significativa, una fotografía perfecta, unos planos admirables cargados de información, un excelente diseño de producción y unas interpretaciones superlativas.
Adrien Brody nos entrega su mejor composición en años, llena de matices y excepcionalmente ajustada, mientras que Guy Pearce también nos regala otro recital grandilocuente de actuación. Ambos producen esa magia de los binomios del cine que cada vez vemos menos en pantalla.

Y con todos estos elementos, The brutalist se erige desde ya mismo como una pieza fundamental del cine de este año. Porque Corbet nos mete de lleno en una elucubración hiperrealista marcada por las relaciones que mantiene el personaje central con el mundo: la relación de László con su contratante, con su mujer, con su sobrina, con su primo y la mujer de este…
Pero también es la relación del mundo antiguo con la modernidad, el conservadurismo con el progreso, el exilio con los modos capitalistas. Porque esta cinta contiene muchas otras en su interior, y es lo que la hace grande.
Necesitaremos siguientes visionados seguramente para poder observar detenidamente todo lo que en ella se nos cuenta. También nos hará falta enumerar todos los pequeños detalles que suceden fuera de campo, pero que de algún modo quedan implícitos en la obra sin ni siquiera hacerles mención. Parece que todo funcione como un artefacto enorme, irresoluble y laberíntico para que, en sus minutos finales, uno se quede embobado pensando en todo lo que visto y oído.
No es nada sencillo construir algo tan poderoso, tan efectivo y puro (aunque contenga alguna que otra trampa) en una obra de tan grandes proporciones. Desde luego, es difícil que Corbet se supere a sí mismo con esta arquitectura, que al fin y al cabo es, la arquitectura de una vida.
Escribe Ferran Ramírez | Fotos Universal Pictures Spain