El valor del dúo Fuqua-Washington

Robert McCall (Denzel Washington) hace ya tiempo que se borró de la nómina como asesino del Gobierno. Todo un cambio de vida que aprovecha nuestro personaje para ir elaborando y reconciliándose de cuantas horribles acciones ha cometido en el pasado. La cosa es que parece encontrar una vía reparatoria y a la vez un singular consuelo haciendo justicia en nombre de los oprimidos.
Tras un enorme tiroteo, McCall, protagonista del desaguisado donde han caído sicarios de todos los colores, ha resultado herido y yace en un coche con un serio disparo en el tórax. En esas está el personaje cuando un carabinero italiano lo encuentra y, curiosamente, lo lleva al médico de su pequeño pueblo en la costa de Amalfitana, en vez de a un hospital.
El doctor es un señor afable que le pregunta cuando lo ve si es un hombre bueno o malo, a lo cual responde: «No lo sé», respuesta que encuentra positiva el galeno, pues un ser malo no habría podido contestar así, con duda moral.
Mientras McCall se recupera de su herida va haciendo amistad con los lugareños, gentes de buen corazón y generosos: el dueño del café, la camarera, un pescadero que no le deja pagar e incluso un sacerdote. No tarda en relajarse y empieza a sentir que ese lugar y su gente constituyen su comunidad, un grupo y un pueblo que pronto siente como suyo y en el ancla sus afectos.
De esta guisa McCall se instala en este pueblecito del sur italiano sobre una ladera, dando al mar, donde finalmente encuentra un sitio para vivir. Pero no tarda mucho en descubrir que sus nuevos amigos y gente encantadora viven bajo el yugo y el control de los jefes del crimen local, o sea, de la camorra.
Cuando algunas acciones injustas y criminales empiezan a sacudir la paz de los parroquianos, cuando la situación se convierte en un polvorín de amenazas y extorsiones y, sobre todo y de forma concreta, cuando los gánsteres meten fuego a la pescadería o torturan al policía salvador delante de su aterrorizada esposa y su pequeña hija, ahí es cuando McCall entra en calmada cólera y empieza a poner a los malvados en su sitio. Es el momento en que entiende lo que tiene que hacer y se convierte en el protector de sus amigos, cuando hace acto de presencia el justiciero que lleva dentro, enfrentándose a los temidos camorristas.
Pero hay algo más en la historia de fondo de la mafia, que implica una maquinación internacional de terroristas islámicos, financiada con dinero del narcotráfico, por lo que McCall solicita la ayuda de una joven agente de la CIA, de la cual llega a ser mentor. Las escenas donde ambos están juntos tienen un trasfondo afectivo-familiar que se convierte en un respiro a la furia y el terror físico de otras escenas.
A pesar de estas vueltas y complicaciones, el libreto de Richard Wenk mantiene en orden los hilos de la trama tirando de sencillez y repitiendo, para que resulte fácil para el espectador: en todo momento queda claro quiénes son los malos, hombres violentos como el protagonista. Además, el guion consigue transmitir el encanto que McCall tiene para la gente del pueblo, pero sin edulcorar ni volverse en algo empalagoso ni tampoco serio abiertamente.
Es Denzel Washington quien sostiene la película y, al fin, parece que al público le gusta mucho y aplaude cada vez que los sicarios obtienen su merecido, aunque sea a base de la más terrible de las violencias. La facies del protagonista, su voz, su peculiar manera de caminar y moverse (la kinésica) y sus gestos, tan del actor (la sonrisa y los labios fruncidos antes de actuar) son reconocibles y resultan familiares en este viaje por Italia, por lo que acaba sintiéndose la cosa como si fuera la visita de un amigo compasivo, pero a la vez despiadado y brutal.
El personaje, convertido en sinónimo de Denzel Washington, vuelve así a la gran pantalla convertido en justiciero y protector. Este filme es considerado el capítulo final de la trilogía. McCall encuentra en la comunidad de un pueblo adánico su lugar, el sitio al que pertenecer y por el cual debe dar la cara y a cuyo servicio pone sus cualidades de hombre de acción y protección.
La cinta también reúne de nuevo a Washington con el director Antoine Fuqua por quinta vez después de Trainig Day (2021), Los siete magníficos (2016) y las dos entregas anteriores de The equalizer (2014 y 2018).
Como es sabido, esta saga tiene su origen en la serie de televisión homónima de los 80 en la que McCall era blanco, y ha tenido una prolongación en otra serie actual en la que es mujer y negra. Pero el carácter es básicamente siempre el mismo.
Así que de nuevo Fuqua, con guion de Richard Wenk, metido en faena con este justiciero y medio fantasma con apariencia de gran facilidad en sus acciones y solvencia suprema sobre sus enemigos, propina disparos, maneja el hacha, da cuchilladas y golpes mortales, siempre para defender a alguien, protegerlo o para recuperar lo que había perdido una persona inocente. Un justiciero oscuro, fantasmagórico y, en no pocas veces, con buenas dosis de psicopatía.
Parece mentira que un personaje tan sobrio y plano se haya convertido en héroe de tres películas. La clave creo, está en el trabajo interpretativo de Washington y en su carismática presencia, que salva la cosa con un perfil lleno de luces y sombras, que sin duda le confiere al personaje una cierta dimensión, una entidad y relevancia dramática.

Luces y sombras que también podemos recordar en otros insignes justicieros de la gran pantalla, como Charles Bronson, Bruce Willis o Clint Eastwood.
Junto a Washington, un elenco solvente y muy eficiente, con actores y actrices como Dakota Fanning (muy bien como joven y bonita agente de la CIA), David Demman, Gaia Scodellaro (bien como dueño del Café), Bruno Vilotta, Eugenio Mastrandrea (el policía que lo salva cuando está herido y que luego será extorsionado; estupendo), Remo Girone (creíble como el buen doctor), Andrea Scarduzio o Andrea Dodero, entre otros.
Trabajo meritorio de Fuqua con la cámara, siguiendo a un hombre mientras camina por un viñedo italiano sembrado de cadáveres de los que sobresalen cuchillos y heridas de bala y explosivos. Escenas reforzadas magistralmente por la música de Marcelo Zarvos, con tonalidades a veces amenazadoras y siniestras, y siempre, notas intensas y palpitantes.
Estupenda fotografía de Robert Richardson, que incluye composiciones oscuras y sombrías, como si el personaje fuera un ángel vengador venido del cielo para salvar a la gente con su inapelable espada flamígera de furia y justicia.
Esta obra requiere de cierta piel dura pues hay mucha muerte y terror (a veces roza el gore), hay crueldad, pero todo ello está envuelto de una pátina de buenas intenciones, algo que no se cuestiona en ningún momento, pues Denzel Washington está salvando a familias, a niños, a pobre gente que sólo anhela vivir en paz.
En esta peli todo es entretenido, efectivo y ofrece lo que se espera de ella. No es película para Oscar ni premios, puede que tampoco para buenas críticas, pero es manifiestamente entretenida y con capacidad para provocar descargas de adrenalina y subidas de tensión arterial por sus belicosas y logradas escenas.
Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos Sony Pictures España