The lost King (3)

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Tras la huella de Ricardo III

The lost King, de Stephen Frears

El filme relata la historia de Phillipa Langley en busca de los restos de Ricardo III. Feel-good movie basada en los acontecimientos plasmados en el libro The King’s Grave: The Search for Richard III, de Philippa Langley y Michael Jones.

Nos sitúa ante la corazonada de una empleada, devenida ama de casa, y su empecinamiento en reivindicar la memoria del rey. Se inicia un complejo rastreo que llevará a la contratación del arqueólogo Richard Buckley, quien deberá fundamentar la investigación desde premisas «creíbles», acordes al discurso vigente. La indagatoria intentará dar con las ruinas de la abadía de Greyfryars, donde se supone se halla el cuerpo de Ricardo III.

Magnífica, Sally Hawkins asienta la credibilidad de la narración acompañada por un reparto de primer orden. Steve Coogan será un marido atento y comprensivo como pocos; Mark Addy, el arqueólogo que intenta reinsertarse en la actividad académica; mientras que Lee Ingleby es la suave encarnación del mal en su faceta oportunista.

Un enternecedor juego de posiciones devela los sentimientos de Philippa en su intento por compensar una injusta decisión empresarial, desembocará en un altruismo sin precedentes que contrasta en el contexto de ambiciones académicas.

Desinteresado vuelco hacia la memoria como atenuante de las heridas del presente, Phillipa intentará resarcir a un rey de fantasía necesario a sus inconscientes expectativas, clara demostración de empatía para con un personaje que pasa a representar la oportunidad de una lección social en términos simbólicos.

La feel-good movie circula por los caminos del desagravio colectivo, Phillipa y el rey perdido son la misma cara de una moneda que responde al prejuicio del anverso. La historia es base que señala, tanto la discriminación por edades, como la expulsión del real círculo «virtuoso». Ricardo III es el rey usurpador al que se le niegan merecimientos; Phillipa, la empleada desacreditada por su edad. La combinación desemboca en fantasías impulsoras de una aventura tan medida como simplificada en apariencia. La heroína mundana calza en la clasificación por la reivindicación de un concepto de justicia jamás desprendido de la propia experiencia de rechazo.

Phillipa alcanza nuestros corazones desde la indisciplina de una madre que aporta, sin saberlo, el reclamo puesto en acto; no es solo energía fluyente de camino a la justicia, también es mujer que vindica su papel en la aventura. Nuevo rol de género que enfrenta la adversidad en colaboración con sus aliados, la familia termina por aceptar la importancia de la empresa; signo de nuevos tiempos a contrapelo de caducos poderes representados por la formalidad y el atropello de lo instituido.

Versión ideal de un matrimonio que, aun no funcionando, configura el apoyo masculino desde la generosidad desinteresada. John expresa su afecto más allá de estereotipos y egoísmos preservadores de poder en la represalia; ejemplo de relación auténtica donde el afecto circula por fuera de clichés. Otra idea que, de contrabando, o tal vez no tanto, Frears y sus guionistas Stephen Coogan y Jeff Pope nos ofrecen.

El filme pretende operar en el destierro de versiones manipuladoras de la vida. Es denuncia de oportunismos académicos, condena de prejuicios consuetudinarios enraizados en la tradición; así como también, de posturas machistas y arbitrariedades empresariales que adolecen de un manejo de la comunicación a conveniencia.

Frears sabe posicionar la simpleza de los hechos. Los términos directos asientan sobre un ácido fondo de crítica social inadvertido en su acritud. La feel-good movie aún funciona, es fachada de apariencia que nos vuelve optimistas ante la adversidad, apología de la fe que enaltece la intuición. El éxito no es mundano, ni siquiera personal, se propone enderezar la sociedad por el ejemplo; Phillipa jamás combate por el protagonismo, lo hace por el respeto a la memoria idealizada, exaltación que enaltece a la persona en consideración acorde a merecimientos.

El filme pretende operar en el destierro de versiones manipuladoras de la vida. Es denuncia de oportunismos académicos, condena de prejuicios consuetudinarios enraizados en la tradición
El filme opera en el destierro de versiones manipuladoras de la vida. Es denuncia de oportunismos académicos, condena de prejuicios consuetudinarios enraizados en la tradición.

Phillipa es la exaltación de la sensibilidad como precondición de virtudes de género acoplables a la cultura. Ricardo III es la fantasía, los ideales, la renuncia a los preconceptos, el tesón en la persistencia de una imagen a diario presente en la ilusión. Cabe también consignar que implica la evasión de lo instituido encarnado en imagen promotora de acción. Rebelde parquedad que acompaña solo en intervenciones necesarias. Todo está en Phillipa; un combo de virtudes encerrado en la representación femenina hacia la batalla social, ya no dentro del cauce ideológico militante, sino de una conceptualización de justicia cimentada en lo comunitario, el respeto a lo humano como precondición por el destierro de los prejuicios.

Así como la joroba no determina la maldad, la sensibilidad tampoco obstaculiza el saber. Ambas categorías son descalificadas desde la autoridad: los Tudor y la Universidad se niegan a soltar la hegemonía otorgada por la tradición. La herencia cultural suele ser el lastre de la inercia, contamina al colectivo mientras el contrapoder puja por desnaturalizar el statu quo: los investigadores independientes y las sociedades ricardianas dan su parecer.

La película es solo un aparente atado de simplificaciones; en realidad, alusiones permanentes que encandilan el sentido común para favorecer la irrupción de una rebelión, hasta el momento, silenciosa. Mucha gente que investiga converge en lo similar desde la intuición; motivación por sucesos cotidianos, solo relevante en apariencia.

Phillipa es ninguneada por su jefe; la casualidad quiere que asista a una obra teatral renacentista; la mecha se enciende, las condiciones están dadas para un liderazgo que, sin pretender ser ejercido como tal, irrumpe en la escena de lo cotidiano para desbaratar esquematismos naturalizados desde la costumbre.

Nace un criticismo fundado en el sentir y la intuición, Phillipa es Ricardo III, el menosprecio de Tony equivale al ostracismo en la condena de los Tudor; la balanza necesita un equilibrio, habrá socios en la causa. Las fuerzas se unen, es la argumentación cimentada en dato empírico; la leyenda se resquebraja, quizá, para ser reemplazada por otra mejor fundada, aunque todavía, firmemente amparada en la emoción de una vivencia que supo operar como motor.

La feel-good movie demuestra la capacidad de identificación, opera desde el impacto en la persona común por la persona común, Phillipa es la inspiración desde el «defecto»
La feel-good movie demuestra la capacidad de identificación, opera desde el impacto en la persona común por la persona común, Phillipa es la inspiración desde el «defecto».

La película no luce grandilocuente desde lo formal, la sencillez acompaña la cotidianeidad de sucesos de apariencia casual. Al límite de la psicosis, los encuentros entre Phillipa y Ricardo III son el desquicio de la cordura, paradoja que incita al descalabro de tradiciones arraigadas en creencias avaladas por la doctrina autorizada de una época.

The lost King conjuga con acierto los aspectos dramáticos; algún ínfimo toque de comedia es condimento oportuno en la  evitación de resultados trágicos ausentes de intención. Ricardo III funciona como metáfora en el curso ideal de una historia contada a las masas para hacer carne en los espacios micro del colectivo social; Phillipa conseguirá el enganche en una reinterpretación causal que demuestra la prevalencia de grandes temas universales.

La feel-good movie demuestra la capacidad de identificación, opera desde el impacto en la persona común por la persona común, Phillipa es la inspiración desde el «defecto», es uno de nosotros en ebullición; la injusticia que le toca vivir es tramitada en la decisión del camino. Lo no deliberado, lo no pensado y simplemente intuido, espontaneidad a flor de piel que contrasta con la formalidad de un sistema obedecido al pie de la letra.

Fiel ejemplo es quien repite discursos trillados y ajenos para luego dormirse en medio de la obra que los avala. Negligencia que, sin quererlo, enciende la mecha; el fuego de la reivindicación ya está en marcha. Phillipa ata cabos, aunque solo a un nivel de conciencia social habitual, el problema se expande desde la particularidad de sucesos históricos tratados por la academia, no conecta con la raíz personal del asunto, tampoco con sus colaboradores, a quienes quizá suceda lo mismo.

Película sutil que dice más de lo que parece. La feel-good movie ofrece una visión optimista en el trasiego de una compensación que descubre virtudes sugeridas; es la persecución de una causa cimentada en principios. Vida fundada en la nobleza de criterio; combate al desánimo a través de posturas éticas asentadas en la acción; tendencia hacia el cambio social sin invalidar lo individual.

Escribe Álvaro Gonda Romano | Fotos Vértigo films