La gran fuga americana

La dislocación mental, social y política de Estados Unidos filmada como un juego que remite a una variación de la Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, en un cruce de cuento y narrativa picaresca sazonado con baladas de los años 70 (¡a por la banda sonora de cabeza!). No se nos ocurre mejor manera de describir esta primera producción en solitario del director de fotografía estadounidense Sean Price Williams, quien colaboró con los cineastas Alex Ross Perry (aquí en tareas de producción) y Josh & Bennie Sadfie (en Good Time y Heaven Knows that) en Nueva York.
En un viaje escolar a Washington por su último año de una escuela secundaria de Carolina del Sur, Lilian (Talia Ryder) decide zarpar y dejarlo todo atrás. Un encuentro con activistas neopunk le llevará en un viaje por las ciudades y el campo de la costa este. Cruzará todo el prisma del radicalismo y los delirios contemporáneos, desde los supremacistas hasta los islamistas pasando por las vanguardias despiertas…
La fuga de la protagonista retoma el ideal hippie, pero actualizado por el paisaje contemporáneo de los márgenes americanos. Allí dispondrá de la oportunidad de mezclarse con una amplia gama de bichos raros, supervivientes dañados de la que conocemos como la Tierra de las Oportunidades.
El atrevido guion fue elaborado por Nick Pinkerton, periodista independiente y crítico de cine de Nueva York. The Sweet East es un cóctel de ironía, comedia negra e hiperviolencia iluminado por la presencia de la bella e inquietante Talia Ryder, que recuerda a una primeriza Kristen Stewart y a quien ya se le ha visto en otras grandes interpretaciones en títulos como Nunca, casi nunca, a veces, siempre; West Side Story o Golpe a Wall Street, y a quien pronto veremos como una bailarina del Bolshoi de Moscú en The American y en la comedia protagonizada por David Schwimmer Little Death.
La frescura y el encanto natural de Talia Ryder es un elemento crucial para guiarnos en este vuelo interminable y de desenlace incierto. Lillian acepta la propuesta porque después de todo… ¡por qué no! Ahora es actriz en una película, en esta película misma en forma de historia. El espejo cinematográfico disfruta reflejándose como un caleidoscopio.
Podemos afirmar que la sutileza no siempre es el punto fuerte de esta farsa corrosiva, absurda y a menudo divertida, pero este tiro al pichón tiene algo de jubiloso y de loco encanto. Filmada en 16 mm, Iluminada de forma desgarrada, el resultado parece una exhumación de la década de los setenta con una veta pasada de moda, en perfecta ósmosis con la juerga libertaria de su protagonista.
Aunque se mueva entre el salpicón de varios géneros, generalmente se inclina hacia la comedia, la ligereza y disponibilidad de la heroína permitiendo todas las salidas, junto a un sabroso abanico de personajes iluminados. Prolija, enérgica, construida a trompicones, la historia toma prestado el tono documental (imágenes tomadas in situ, sin cuidar la iluminación, cámara al hombro, montaje animado y espontáneo), pero también juega con los contrastes a través de una atmósfera vaporosa que reproduce la dichosa percepción de los acontecimientos por parte de la fugitiva.
Si la película se presenta evidentemente como una sátira loca de un país totalmente perdido, guardándose de citar nunca a Trump para situarse en una visión más amplia de la perdición contemporánea, es en su ternura y en su poesía lo que consigue que estemos ante una obra singular.

La canción inicial de Lillian en los baños del club anuncia así una sensibilidad a flor de piel y colorea un viaje en el que llevará consigo un entusiasmo sincero, escapando una y otra vez de las garras de quienes codician dichas virtudes. Porque los peligros a los que se enfrenta se ven constantemente suavizados por este tono del apólogo, transformando a posibles torturadores o gurús del bajo coste en seres frágiles atrapados en su propia trampa.
Los avezados en el cine indie estadounidense celebrarán la presencia entre el elenco de Simon Rex, un habitual de este tipo de producciones que alcanzó notoriedad gracias a su protagónico como estrella del porno en declive en la muy recomendable Red Rocket, dirigida por Sean Baker, el flamante ganador de la última Palma de Oro del festival de cine de Cannes con Anora. También se toparán con otra cara muy conocida, la de Ayo Edebiri, coprotagonista de una de las series más laureadas de los últimos años, The Bear.
Una de las virtudes que se pueden hallar en el desarrollo de la derivativa trama es la de que si sentimos que las desviaciones pueden abandonar en cualquier momento el realismo inicial lo esencial permanece clavado en la odisea íntima de una joven que quería descubrir el vasto mundo. La incapacidad de este último para influir realmente en ella, encerrarla o profanarla habrá alimentado finalmente la fuerza poética de este ser libre, que resumirá su viaje así: «Simplemente hago lo mío».
Escribe Francisco Nieto | Fotos Caramel films