Un amor (4)

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Sobre la necesidad de paz, el deseo femenino y la vida rural

Isabel Coixet, acostumbrada a ambientar sus historias sobre relaciones inusuales en una variedad de lugares diferentes del mundo a lo largo de su filmografía, ahora las trae de regreso a España, a una zona rural indefinida del centro peninsular.

En esta obra, además de la meritoria dirección de Coixet (como otras veces, a mí es una directora que me gusta), ha sido ella, junto a Laura Ferrero, quien han adaptado fidedignamente, en un libreto bien hilado, la novela homónima de Sara Mesa de 2020. Esta obra fue un éxito de ventas y habla de Nat (Laia Costa), una joven y frágil traductora que ha trabajado con refugiados y se traslada a una pequeña aldea rural de nombre La Escapada, un pueblo ficticio recreado rodando en diversas localizaciones riojanas.

Para contextualizar la herida y la vulnerabilidad de la protagonista, la cineasta incorpora, a modo de coda que puntea toda la narración, flashbacks que muestran a Nat trabajando como intérprete de personas desfavorecidas en una ONG dedicada a la acogida de refugiados; ahonda en la presión de su profesión, la importancia de sus interpretaciones y el peso que pueden tener sobre el futuro del refugiado; ese historial de responsabilidad y el compromiso que la protagonista ha tenido vienen a justificar la busca ahora por parte de Nat de un sitio de silencio y paz donde poder abstraerse y trabajar tranquilamente en sus cosas.

Un pueblo perdido con habitantes peliagudos

Con una sólida estructura emocional en el relato, vemos cómo el traslado de Nat a La Escapada, la ha llevado a un pueblo rural en absoluto idílico ni paradisíaco, a la sombra de una enorme punta de roca y permanentemente bajo nubes. Un pueblo gris y poco fotogénico, rodeado por un impresionante y austero paisaje de peñas, tajos rocosos y matorrales.

La pequeña casa que alquila está en un llamativo estado de deterioro y es apenas habitable: techo con goteras y sus paredes desmoronadas, lo cual es ignorado por el propietario, un hombre de cuidado.

La fragilidad de la protagonista no encuentra en ese lugar ayuda ni sostén. La casa que ha arrendado está ruinosa y el casero es un hombre autoritario, hosco, machista, mal encarado, de permanente mal humor y especialista en pequeñas pero constantes agresiones. Un tipo de persona que aún existe en el mundo y que a Nat le resulta difícil de asimilar. La relación e intercambios con Nat son de terror, difíciles de contemplar, por lo que permanentemente hay un clima amenazador que impregna esas escenas… y otras.

Puede que el casero sea el miembro más hostil del pueblo, aunque el pueblo compone en su conjunto una comunidad quisquillosa, gente que mira a la muchacha con una sospecha uniforme e insistente, que otea tras los visillos.

Pretendidamente, el tal casero, para proveer a la chica de distracción y protección, o para quitárselo de encima, le regala un perro callejero al que pone de nombre Sieso, curioso nombre que en Andalucía se puede traducir como «Malaje» con su proyección en el «Sieso manío», especie de superlativo para un «desagradable» con todas sus letras. En vano la muchacha intenta entrenar al animal, pero sí se encariña mucho de él y el perro y la casa acaban por ser parte de la protagonista.

Hay otros miembros en la comunidad como Piter (Hugo Silva), un aspirante a artista, según él el más moderno del lugar, servicial por demás, sospechosamente, se califica a sí mismo como un «artesano del vidrio y la luz» y aficionado a la poesía con Neruda como baluarte; tiene sus puntos también de agresividad, chusmeo y sarcasmo que hacen sentir mal a Nat (peligro oculto).

Está también el «feliz matrimonio» compuesto por la joven Lara (Ingrid García-Jonsson) y Carlos (Francesco Carril) que, como tantos urbanitas, viajan de la ciudad al pueblo los fines de semana para hacer fiestones y barbacoas y presumir de niños bien vestiditos: unos pijos en toda regla. Hay igual un esposo con su mujer demenciada que pedirá ayuda a la protagonista, y la enferma, una señora que se entera de cuanto ocurre en el poblacho, incluidos los chismes más secretos, como los que atañen a la chica.

Por momentos, estos estereotipos funcionan a modo de clichés, por lo que los secundarios son tal vez en exceso esquematizados a fuerza de reiterar situaciones: los pijos, el artista de las vidrieras horribilis, el casero inmundo, que devendrá potencial violador, el paternalista y la señora demenciada, etc.

La fragilidad de la protagonista no encuentra en ese lugar ayuda ni sostén. La casa que ha arrendado está ruinosa y el casero es un hombre autoritario, hosco, machista.

Huyendo de un pasado tormentoso en un pueblo tormentoso

La razón de la protagonista es dejar atrás su pasado sugestivo. En ese lugar establece con los habitantes una relación, mezcla de hostilidad y paternalismo, la cosifican, la humillan, a veces la invitan y agasajan, todo bajo unas apariencias donde late la incomprensión y la desconfianza, algo que acaba siendo mutuo. Un averno rural, en el que todo el mundo se conoce, se espía y se calumnia: «pueblo pequeño, infierno grande».

Ha declarado Coixet: «He querido retratar estas microagresiones a las que a menudo somos sometidos por parte de aquellos que impostan amabilidad, y también preguntarme por qué una mujer que se muda sola a un nuevo lugar se convierte en objeto de suspicacias y sospechas por el mero hecho de estar sola».

A propósito de la novela, Isabel Coixet comenta: «La primera vez que la leí sentí, como siempre me ocurre con los textos de Sara, un puñetazo en el estómago. Quise volver a repasarlo porque quedó algo por explorar, algo que se me había escapado y me intrigaba. Hablaba de situaciones que yo ya había tratado, de alguien que no encaja en una comunidad, de personajes incómodos. Una de las cosas que más admiro de la autora es su falta de complacencia. Hay una manera de pasar por la vida en la protagonista que me gusta y tiene mucho que ver conmigo».

Entre los parroquianos hay un trabajador de nombre Andreas (Hovik Kheuchkerian), hombre rudo, solitario y taciturno de origen indeterminado (luego sabremos que es armenio) al que conocen como «el Alemán», un outsider como Nat. Su estatus de marginación compartido lo anima a llamar a la puerta de Nat una noche y preguntarle de dormir con ella, a cambio de reparaciones gratuitas en el hogar.

Es esta una meritoria escena, muy bien dirigida e interpretada, escena tierna y conmovedora (podría haber sido ridícula también, pero no, al contrario), en la cual Andreas declara amablemente, nervioso como un muchacho, aunque en realidad es un sujeto de cierta edad y voluminoso, que le «gustaría entrar en ella» a cambio de realizar reparaciones en el tejado de su casa. Esta, sorprendida, se niega y Andreas inclina la frente y sigue su camino, aunque antes le ha regalado verduras de su huerto.

Pero impulsada por su soledad, Nat aparece en la puerta del Alemán cambiando de opinión. Finalmente, el consentimiento sexual abrirá la caja de Pandora en el corazón de una mujer en huida constante de sí misma y sin saber bien dónde se mete.

Uno de los puntos fuertes del filme son las escenas de sexo rodadas con franqueza, audacia y fuerza.

Perturbadora pasión femenina

Este raro y confuso encuentro deriva en una pasión intensa, obsesiva y desbordante que envuelve a la chica por completo y la llevará a dudar y a cuestionarse el tipo de mujer que cree ser. Además, es justo esta propuesta sexual el gran disparador de la historia, lo que deja al espectador un tanto perplejo y a la protagonista rota. Pues todo estalla tras este encuentro sexual que resulta tan inquietante y que Coixet rueda como si fuera un thriller, donde lo que menos importa es lo que pasa en la cama y, lo que más, lo que le pasa a ella, que en ese momento es el propio espectador.

Uno de los puntos fuertes del filme son las escenas de sexo rodadas con franqueza, audacia y con la fuerza y la potencia que podemos ver. Y contar con la complicidad y la entrega física y emocional de dos intérpretes sensacionales: Costa y Keuchkerian.

Buena parte de lo que vamos conociendo acerca de Nat se va contando en la relación sexual que mantiene con el Alemán, inicialmente basada en el interés mutuo, pero que poco a poco irá obsesionándola. Apunta Coixet: «Rodar sexo no me resulta nada complicado. El sexo forma parte de la vida y por tanto debe formar parte de las películas».

Comenta a propósito Coixet que la clave del libro y del filme se encuentra en el momento de la proposición que el Alemán le hace a Nat. «Me identifico con ella en varios momentos de mi vida. En ocasiones resulto algo asocial, como lo es ella, y reconozco que también me he obsesionado con hombres que claramente no tenían nada que ver conmigo y no me entendían, a pesar de comprenderles yo a ellos».

De modo que lo que comienza como un acuerdo único pronto escala, por mor de la mutua soledad y una insospechada atracción fatal, en una obcecación de Nat, incluso no habiendo mucha compatibilidad personal. Un acalorado asunto carnal que cambia la ya frágil posición social de Nat en la aldea, y de la que nuestra protagonista se vuelve alarmantemente dependiente.

La joven Nat piensa, siente y se debate en el mismo centro de una historia de amor-enamoramiento impensable poco antes para ella, pero que la inunda y la rebalsa. Hacer sexo incluso de manera pretendidamente terapéutica y al poco aborrecer cada momento de ese acto carnal hasta que, de golpe, hay un giro y el asco se vuelve pasión. Todo un ejemplo de esa interesante tendencia del momento tanto en el cine como en la literatura: el pensamiento y la representación del deseo femenino.

Hay un trabajo interesante a propósito de los cuerpos de los protagonistas y su disposición en función de los cambios que sufre su relación: «sin duda lo mejor de la película se encuentra en ese intento por atrapar el significado de las inescrutables leyes del deseo, (…) la pericia a la hora de invocar el halo de los cuentos góticos merced a una iluminación que se acerca al tenebrismo cuando corresponde y a puntuales apuntes musicales que enrarecen el ambiente» (Albero).

La directora sabe aprehender relaciones extremas inusuales y descubrir verdades ocultas.

Derivas del filme

Avanzan las cosas en forma intrigante e incómoda, con Nat viéndose obligada a repensar a fondo sus suposiciones mientras la relación sexual con el Alemán continua, pero declinante, con el control de los vecinos, bajo la vigilancia virtual, individuos básicamente antagónicos, de quienes se va alejando cada vez más y las infidelidades palmarias del Alemán.

Es una película penetrante e inquietante. La crudeza y el aire sencillo del filme lo señalan como un intento de Coixet de volver a los fundamentos emocionales del ser humano, lo cual se le da muy bien.

La directora sabe aprehender relaciones extremas inusuales y descubrir verdades ocultas. Esta cinta no defrauda en tal sentido. Nat, sin percatarse, se ha metido en una situación difícil de asumir para sus valores supuestamente civilizados, valores que apenas sirven para abordar algunas verdades sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Pero ahora está obligada a afrontar el deseo, el sexo e incluso cierto enamoramiento carnal, por vez primera en su vida.

Todo esto fluye en una relación muy bien dibujada entre dos outsiders que son en lo aparente opuestos: ella una chica delgada, urbana, nerviosa y dislocada; él pragmático y parecido a un oso, con un trágico pasado como ciudadano armenio, lo que parece gobernar cada uno de sus actos. Una relación con apenas palabras y silencios elocuentes, lo cual arrastra a Nat a un terreno personal turbio en lo emocional: «esto es lo que hay», es una frase que se repite, como queriendo añadir: «y si no te gusta, ya sabes». Grito incluso de guerra al final del filme.

Una película directa en su relato, sin florituras ni artilugios estilísticos; apenas el recuerdo ocasional del pasado de Nat traduciendo para una refugiada africana rompe este impulso.

Laia Costa hace un excelente trabajo como actriz, con capacidad para llevar de la mano al espectador, silenciosamente, a través de varios movimientos autodestructivos y emocionalmente complejos. Hovik Keuchkerian tiene una magnífica presencia en la pantalla y es su par, pero lo que importa es la gran química entre ambos. Acompañan artistas de nivel como Luis Bermejo, Ingrid García Jonsson y Francesco Carril. Coixet captura escenas poco iluminadas, tonos sombríos bien modulados y temblorosos como juncos al viento en el atardecer, con la singular fotografía de Bet Rourich.

En fin, aunque el filme parece una historia sobre seres marginados urbanos atrapados por la ferocidad del campo, también Coixet, poniendo lo mejor de ella, se alarga hacia el exterior para palpar algo humano y apasionante. Preguntas sobre qué es el amor.

Cinta contada con rigor y penetrante interés humano. Su sencillo título desmiente una panoplia de matices detrás de la idea del amor (de uno mismo y de los demás) y de cómo éste nutre, nos construye o nos destruye.

Puede no ser mayormente agradable para el espectador medio, pues la mirada de la perspectiva de género es compleja.

Isabel Coixet, sin hacer concesiones en su retrato de una joven explotada social y sexualmente por el patriarcado rural, sin dejar de poner en primer plano la fuerza y la autonomía de su deseo, se mueve en un complicado equilibrio que funciona mayormente, gracias en gran medida a la interpretación crepitante de Laia Costa.

Puede no ser mayormente agradable para el espectador medio, pues la mirada de la perspectiva de género es compleja (encomiablemente), y su análisis del sexo como moneda social de cambio es franco y sin duda turbador.

Película que invita a un debate sobre las motivaciones y la posición moral de diversos personajes, incluido el de Nat, una heroína comprensiva que ha significado sin duda un trabajo exigente para la actriz Costa.

Algún apunte antropológico

Hay también una crítica a esa idealización que los habitantes de las ciudades suelen hacer de la vida en el campo, algo que asemeja mucho al mito del buen salvaje de Rousseau, o sea, la creencia de que los seres humanos, en su estado natural, son desinteresados, pacíficos y tranquilos; tópico contra el cual ya se posicionó Claude Lévi-Strauss, que desmontó esta ingenua creencia hace décadas.

Dice así Coixet: «Yo misma vivo una parte de mi vida en un pueblo de 800 habitantes, y puedo asegurar que cualquier idea romántica que tuviera al respecto de lo rural desapareció hace mucho tiempo». Es obvio que estar en contacto con la naturaleza resulta positivo, pero como se expone en esta película, hay mucho desconocimiento y algo de arrogancia por parte de aquellos seres provenientes de la urbe, que asumen la idea de que la gente del pueblo es mejor que la de ciudad e incluso que mudarse al campo hará que sus vidas sean más sencillas y felices.

También es digno de subrayarse que la protagonista se ajusta a un tipo de personaje muy de Coixet, el de la mujer perdida que se esfuerza por encontrar su lugar en el mundo. Dice la directora que vuelve una y otra vez a este arquetipo porque ese personaje es ella misma que lleva toda su vida buscando su lugar sin mucho éxito. «El afán de búsqueda es lo que nos hace seguir adelante, lo que nos da energía e impulso. Pero es agotador».

Película que invita a un debate sobre las motivaciones y la posición moral de diversos personajes, incluido el de Nat.

Por cerrar

Esta empresa de Coixet de adaptar una novela exitosa y reciente al cine, en mi opinión sale airosa y con nota. Consigue, dentro ese naturalismo que el relato demanda, encajar momentos de mucha fuerza, pasajes de inquietud y partes de poesía muy interesantes.

Está, sin ir más lejos, el comienzo bestial en las peñas bañadas por la niebla y entornadas por oscuras nubes; un paisaje que no parece presagiar cosas buenas con buitres sobrevolando y anuncio de borrasca.

O el momento final, un «The end» apoteósico al ritmo de los arpegios de la guitarra de Palast Orchester y la voz de Max Raabe en Es wieder gut, canción cuya letra promete: «Todo estará bien, desaparecerá el dolor, y verás que todo volverá a estar bien».

Sin olvidar la danza catártica de la protagonista, movimientos exaltados e inconexos, como de quien se quiere liberar de sus más arraigados demonios interiores, hasta caer exhausta al suelo del puro campo, y es entonces que aparece Sieso a reconfortarla.

Escribe Enrique Fernández Lópiz | Fotos BTeam pictures