Valenciana (3)

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Retrato de una época

Tras una carrera como cortometrajista, Jordi Núñez debutó en el largometraje con El que sabem (2022). La película abordaba el tránsito entre la juventud y la madurez a través de la diferente evolución de un grupo de amigos, una opera prima localizada en Valencia y que jugaba con las raíces y los simbolismos valencianos como la lengua, las fallas, el fuego o el carácter mediterráneo, para fijar el relato a un lugar concreto.

El resultado era un filme agridulce donde el paso del tiempo y las dificultades innatas a la realidad social asociadas al mundo adulto  agrietaba los valores de la amistad o el amor.

Para su segundo largometraje, el director parte de la obra teatral Valenciana del dramaturgo Jordi Casanovas, un texto que vertebra la Valencia de los años 90 a través de la historia de tres mujeres periodistas. Con estos mimbres, Jordi Núñez, que también escribe el guion, coge vuelo para sumergirse en una época caracterizada por el triunfalismo en una Valencia que se movía entre el cambio político –con la victoria autonómica del Partido Popular de Eduardo Zaplana en el año 1993– y la imagen externa de éxito, que ocultaba un mar de fondo social, cultural y político, que terminaría emergiendo para mostrar una cara grisácea de la sociedad valenciana.

Cada una de estas mujeres representa una historia asociada a un elemento significativo de la sociedad valenciana de esos años. Valèria (Àngela Cervantes) es una mujer inmersa en los últimos estertores de la ruta del bakalao y cuando esta cede el testigo a la música electrónica que se genera en Ibiza; su personaje arrastra todos los tópicos asociados a un modo de vida en el límite. Ana (Tània Fortea) se verá involucrada en la peor época de la telebasura, cuando el canal autonómico buscaba la audiencia con programas del corazón y el amarillismo, haciendo hincapié en los temas escabrosos. Encarna (Conchi Espejo), forma parte del gabinete de comunicación de Ricardo Zamora (Fernando Guallar), alcalde de Benidorm gracias a un tránsfuga y candidato a presidir el gobierno autonómico.

Y como eje central que une a las tramas y a los personajes, la amistad y el desencanto. Una amistad sacudida por el efecto del paso del tiempo y las elecciones personales y profesionales que cada una de ellas toma para decidir su futuro. En los tres casos, una huida hacia delante para superar traumas y retos. Valèria necesita superar el duelo por una muerte significativa en su vida a través de su incipiente carrera musical mientras convive con sus adicciones; Ana deberá superar el papel de mediadora entre el drama de la muerte de las niñas y su participación en la telebasura que se nutre de la pena ajena; y Encarna, engañada por el brillo del poder y su atracción por Ricardo, verá cómo su ideal inocente de transformar la sociedad a través de la política se transforma en desengaño.

Al igual que ocurría en El que sabem –con quien comparte también la elección de un reparto coral– la amistad es un concepto sometido a la erosión del paso del tiempo; en Valenciana ese sentimiento, trastocado por tres formas muy diferentes de entender la vida, se mantiene como una especie de hilo invisible que a pesar de su debilidad consigue unir a las tres amigas durante el paso del tiempo. Cada una de ellas es un arquetipo que trasciende gracias a tres actrices en estado de gracia (Tània Fortea, Conchi Espejo y Àngela Cerventes), así como el resto del casting (Sandra Cervera, Fernando Guallar).

Esa fragilidad que une a las tres protagonistas se materializa formalmente a través de una serie de transiciones en la que un elemento, un hecho, una canción, enlaza de alguna manera esa separación (el dolor por la muerte de las niñas y el duelo de Valèria, el éxito de la canción de Valèria y Sonia que se encadena con el tema sonando en la radio en el programa de Ana,  Ana y Valèria vomitando en dos escenas sucesivas). Así, por encima de un enfado puntual, la distancia física o un largo periodo temporal sin comunicarse, hay algo que todavía permanece entre ellas que posibilita la permanencia de esa amistad.

Tània Fortea en Valenciana. Foto: Carácter Films

Por la pantalla desfila la miseria de la telebasura y el germen de la corrupción política (los partidos, el control de los medios de comunicación) que fue generando todo un entramado de degradación moral que iba desde el dispendio público –Será per diners!– al caso de abusos sexuales en Canal Nou. No es difícil adivinar los nombres concretos de las personas y sucesos que aparecen aunque la denuncia se extiende a un modelo corrupto generalizado basado en el abuso de poder, la falta de ética de los medios de comunicación o la propia degradación moral de todos los cómplices necesarios para implantar ese sistema podrido.

Para poner en imágenes esta historia, Jordi Núñez combina diferentes formatos narrativos que establecen una mezcla de estilos que se adecúa en cada momento a los personajes. De esta forma podemos ver el uso del sainete que remite a una comicidad de la mejor tradición berlanguiana, para abordar el personaje de Ricardo Zamora, ese político que exhibe formas de galán que igual se acomoda el miembro viril en público que mantiene relaciones sexuales en el despacho con una mujer –la prima de Encarna– que porta una peineta de fallera mientras suena la mascletà. Pero en Valenciana también se aprecia un refinamiento en el tratamiento de las imágenes en aquellas escenas en las que las actrices desnudan sus sentimientos a través del uso del primer plano como recurso dramático para detenerse en el rostro, en los ojos, e ir más allá de lo que se pueda narrar simplemente con el diálogo.

Con su segundo trabajo, Núñez continúa elaborando un cine valenciano –las localizaciones, la historia, la producción, el reparto técnico y artístico y la elección del idioma–, y que dentro de las limitaciones presupuestarias para un filme que rememora una época pasada, conjuga un equilibrio entre el drama de los personajes y su relación con la sociedad de su época, porque Valenciana es la muestra de un pasado y las consecuencias que ha tenido para configurar el presente, pero Valenciana –acrónimo compuesto por el nombre de las tres protagonistas– es la historia de tres mujeres muy diferentes que luchan por encontrar su sitio y también de su sacrificio, es una historia de renuncias, de duelo, de desencanto laboral y personal, y donde al final únicamente perdura la amistad.

Conchi Espejo, Jaime Linares y Fernando Guallar en Valenciana. Foto: Carácter Films

Al igual que ocurría en El que sabem, Valenciana también finaliza en el Mediterráneo, con el efecto simbólico del agua que refrenda la pervivencia de unos sentimientos, de un pasado que une a las protagonistas. Los títulos de crédito finales, mientras suena el tema No limits, muestran el resultado del germen que se plantó en la década de los 90 y que aun se nota en el presente con los efectos de la especulación urbanística (el edificio Intempo de Benidorm, las obras inacabadas del estadio de futbol del Valencia o los edificios abandonados tras la burbuja inmobiliaria).

Jordi Núñez elabora con Valenciana un relato que habla de temas universales, como la amistad, el efecto del paso del tiempo en las relaciones, la dificultad del acceso al mundo laboral, las relaciones tóxicas en un entorno machista, el ansia de poder o la corrupción política, transitando por un terreno común a su filmografía, con ese análisis de una juventud que busca su destino en la vida, engarzado con  la realidad política, económica, social y cultural de un tiempo concreto que parecía brillante y resultó ser más oscuro de lo esperado.

Escribe Luis Tormo