Violencia, paranoia y soledad
Actor, dramaturgo y experimentado autor de cortometrajes, Stéphane Castang desarrolla confiadamente su primer largometraje, colocando su historia en un mundo normal e incluso anodino, en el que empiezan a suceder cosas extrañas y apocalípticas.
En la historia, Vincent Borel (Karim Leklou) es un hombre joven regordete, un apacible diseñador gráfico de Lyon que vive tranquilo, va al trabajo en bicicleta, y se lleva bien con sus compañeros y vecinos. Un joven como tantos, separado y sin mayores exigencias familiares.
Vincent ve películas en plataformas, se afana por buscar pareja por las redes, es pacífico y enrollado con los colegas, es un tipo como la mayoría y nada hace pensar que vaya a ser protagonista de un drama de intimidación, ataques, terror y odio en su alrededor.
Pero hete aquí que de repente, la gente siente el raro impulso y la necesidad de agredirle, se diría de matarle, sin que se sepa el porqué. Un día, en la oficina, sufre una ataque imprevisto y no provocado por parte de un becario que intenta golpearlo en la cabeza con un ordenador portátil. El incidente provoca un encogimiento de hombros de vergüenza y ninguna otra acción por parte de los superiores de Vincent. A esto le sigue un nuevo ataque de un colega que lo apuñala brutalmente con un bolígrafo.
Nada malo les ha hecho, no ha tenido enfrentamiento con ellos, no se conocen discusiones, pero una especie de microbio o virus hace que le ataquen a él en particular cuando le miran a la cara. Su anodina existencia se descontrola y, conforme la violencia crece, no tiene más remedio que huir sin saber bien adónde.
Esta singular cinta, ópera prima de Stéphan Castang, podría considerarse una metáfora de la violencia que inunda y que es inherente a esta sociedad de la prisa, del tumulto, de estrés. Un mundo en el que abundan insultos, ejecuciones o linchamientos, sobre todo a través de las ondas de Internet y telefonía móvil.
Con un guion muy particular de Mathieu Naert, vemos a unos personajes aparentemente conectados desde el inicio, pero que también son seres aislados. Porque esta peli habla de la soledad y de cómo, a pesar de vivir en un mundo donde todos estamos hiperconectados, tenemos dificultades para comunicarnos. Bajo el aparente manto de la conectividad casi instantánea por medio de artilugios electrónicos tipo móvil, la realidad es que vivimos una sociedad en la que la soledad constituye, según estudios contrastados, una seria y amenazante pandemia.
La obra de Castang es, entre otras, una alegoría de cómo se genera violencia en lugares aparentemente apacibles o civilizados. Pero donde también, a pesar de la bruma de Tanatos que preside nuestro mundo, está la presencia del amor (Eros).
Tenemos el romance en el encuentro casual de Vincent con la camarera y alma perdida Margaux, aunque la intimidad es peligrosa también: «La violencia siempre ha estado en la historia de la humanidad, no es exclusiva de nuestro tiempo», especifica Leklou, el actor principal. «Mi personaje sufre la violencia física, pero también el personaje femenino que es camarera a los 40, con todo lo físico que implica un trabajo tan duro, que tiene tanta violencia social. Son dos cuerpos maltratados que se encuentran a pesar de todo lo malo que sucede en el mundo y consiguen crear una historia» (Leklou dixit). Ambos personajes alternan episodios de ímpetu maligno, de violencia y amor, pasión y ternura.
El personaje sufre, en apenas dos días, una brutal violencia sin motivo aparente y sin que tampoco, a posteriori, los agresores entiendan o comprendan ellos mismos de forma consciente, por qué lo han hecho, las razones de haber actuado así. Incluso, los jefes dudan de Vincent y le piden que trabaje desde casa «por el bien de todos». Manera de exponer cómo las víctimas acaban pagando los platos rotos.
Vincent va descubriendo la existencia de una creciente ola de ira y repentinos actos de terror. De manera que no tarda en convertirse en una persona solitaria que mira permanentemente por encima del hombro anticipando un nuevo asalto.
El contacto visual desencadena nuevos ataques: los amigos se convierten en potenciales enemigos; los familiares no son garantía de seguridad. Una mirada equivocada puede transformar a los hijos del vecino en pequeños demonios embrutecidos. Un encuentro amistoso se vuelve desagradable y termina en un feroz combate cuerpo a cuerpo. La violencia carece de orden y es impredecible. Nuestro protagonista tiene que vivir una existencia solitaria armado hasta los dientes y asustado de los demás; sólo le acompaña un amigo incondicional: un perro, un bull terrier de nombre Sultán.
El debutante Castang hace una mezcla de géneros cinematográficos en esta historia de amor-odio-muerte-vida, que habla de incomunicación y delirio, pero también puede tener una lectura como símbolo de la persecución que se produce en las redes sociales, e incluso de pura paranoia psiquiátrica. Thriller psicológico-persecutorio que apunta igualmente al cine de investigación, pasando por la supervivencia, la ciencia ficción y el cine distópico, así como una comedia romántica totalmente fuera de lo común.
Tiene del mismo modo una equivalencia con esos filmes en que los zombis atacan sin piedad y sin descanso, donde hay saña y crimen crudo de unos contra otros y todos contra todos, como en la parte final; una intimidación sinsentido que consigue, por momentos, provocar angustia. Esto es más palmario cuando pone el foco en la relación amorosa del protagonista con una atractiva y amorosa camarera que, por fases, se desliza, cuando menos se piensa, por la pendiente de la acometida asesina… y hay que esposarla y practicar sexo, pero con ella esposada.
La historia lleva al protagonista a huir al campo, alejado de miradas y de cualquier interacción que pudiera provocar la hostilidad. Mas no tarda en percatarse que la brutalidad irracional no escapa al mundo rural. De hecho, es en este entorno donde se producen las peleas más fieras y crueles del filme.
Hay al menos catorce peleas en la película. Incluso se contrataron especialistas y al parecer se trabajó mucho el aspecto físico con actores y figurantes. Esos enfrentamientos y altercados se coreografiaron para evitar sensación de espectacularidad y mostrar una violencia cotidiana y creíble. No una violencia hollywoodiense, sino gente normal que se agrede y golpea, no peleas virtuosas, sino acordes con el tono social-habitual de la película. Una violencia absurda e inútil que incluso no ahorra momentos de comicidad.
De igual manera hay episodios de lucha muy cruda, como la disputa a muerte entre Vincent y un contrincante, la cual ocurre en una fosa séptica, una escena muy intensa donde al ímpetu ultra se une la suciedad, la fetidez, dos hombres golpeándose y queriéndose ahogar en la pura hediondez negra de cuanta porquería es imaginable. Una escena muy aguda y epatante.
Pero, como decía, también el libreto de Mathieu Naert intercala el amor, porque una hermosa historia de amor en un mundo tan cruel y esquizoide es una buena forma de plantear de manera convincente un relato realista y feroz a la vez. El amor como remedio, como lenitivo, como resorte para sobrevivir y elevarse sobre un mundo que se inclina y precipita, que va cuesta abajo.
El reparto es convincente, destacando un Karim Leklou que encarna con solvencia el papel protagonista, un pobre y sufridor hombre que sin venir a cuento se ha convertido en una especie de pera de fitboxing, o de chivo expiatorio al que todos agreden con inquina y sin razón. Acompaña como camarera amante y peligrosa también, Vimala Pons, que está muy bien; y además François Chattot, Karoline Rose, Emmanuel Vérité o Jean-Christophe Folly, entre otros. Un reparto eficiente y conjuntado.
Los tonos elegidos por el director junto con su director de fotografía Manuel Decosse, son muy adecuados, con un leve tinte de humor negro y la más que comprensible angustia del abrumado protagonista (y la del espectador), que no obstante va perdiendo su brío, originalidad y tensión conforme avanza el metraje.
Castang y Naert construyen de manera inteligente una obra que parte de una premisa original y «loca», seres agrediendo sin coto, hombres y mujeres conducidos por un extraño impulso destructor, un entramado que puede recordar a Hitchcock en Los pájaros o, como decía, filmes de zombis como los que realizó George A. Romero. Una película, en fin, no apta para espíritus sensibles o personas naturalmente ansiosas.
Película que tiene ritmo y sacudidas. Castang mantiene un impulso enérgico con el espectador. La música de John Kaced se hace eco de las partituras de John Carpenter, lo que agudiza la inquietud. Pero están también los momentos de reflexión sobre las duras realidades de este nuevo mundo y lo que tal vez está por venir.
Aunque tenga las mimbres de zombis y otros miedos recónditos y ocultos en el alma humana, también es una obra sobre el amor y lo que se necesita para ser humano.
Escribe Enrique Fernández Lópiz