Editorial abril 2023

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Crónicas de la pertinaz sequía

abril-0-mad-max-Es este un abril que parece julio, el calor bochornoso no es más que uno de los síntomas de la que antaño se denominaba pertinaz sequía. Pertinaz, por si alguien lo ignora –no crean que en estos tiempos sobra la explicación de lo obvio– significa duradera y persistente.

Y en efecto, hay zonas de la iberia donde hace casi medio año que no llueve, aunque este es solo el efecto más visible de un mal que nos azota desde hace décadas en diversos ámbitos: el 59 % de las lagunas de mayor tamaño de Doñana no se han inundado desde 2013, muchos humedales han desaparecido del mapa, y en las seseras de los políticos hace tiempo que se secó el manantial de ideas potables que pudieran restablecer los equilibrios fluviales.

Water wars

No crean que este encabezado refiere siquiera lejanamente a aquella insulsa película de Kevin Reynolds protagonizada por Jeanne Tripplehorn y Kevin Costner. El asunto allí era el exceso de agua y la escasez de petróleo, mientras que lo que sucede en España es más bien lo contrario: carestía acuática y flujo ilegítimo de combustible ruso, que al parecer entra por vía marroquí eludiendo todas las sanciones que la Unión Europea ha impuesto con más pena que gloria a la autocracia putinesca.

No. Nos referimos, sobre todo, a que Doñana ha sido noticia en las últimas semanas porque los regadíos parecen estar desecando un parque que precisa de un plan hidrográfico como agua de mayo. Las disputas políticas sobre el agua disponible, que ya eran virulentas antes de la llegada de VOX al parlamento andaluz, se han multiplicado exponencialmente desde que los del partido verde (me perdonarán el mal chiste) se han empeñado en defender unos regadíos que parecen insostenibles en época –y territorios– de secano.

El principal partido del Gobierno de coalición andaluz, el Partido Popular, ha decidido no dejarse comer la tostada por su socio minoritario y ha aumentado la apuesta, prometiendo agua que no se sabe de dónde puede llegar. No desde el río Tinto o el Odiel, desde luego, cauces fluviales de aspecto apocalíptico que no sirven, por su alto contenido en metales, para regar cosechas destinadas a uso alimentario.

Poco a poco, estiaje y ríos emponzoñados mediante, los territorios del sur van pareciéndose cada vez más a los paisajes de la saga de Mad Max, que precisamente en su última entrega de 2015, Fury Road, trataba sobre el secuestro del agua por parte de sátrapas de medio pelo. Dios me libre de hacer comparaciones odiosas: no parece que en lontananza se aprecie la figura de una Imperator Furiosa que liberase las aguas en Andalucía. Ya hubo una hace poco que no parece que contribuyera a solucionar el problema durante sus seis años de mandato.

Pero antes hablé de ideas potables, y esto no era sino un recurso para hablar de las otras… de las tóxicas por estancadas.

Parece que en época electoral los partidos se han dedicado, como siempre y a falta de pluviosidad, a lanzar una lluvia de ideas. Algunas de ellas tienen que ver con el acceso a la vivienda y son por lo general, de rancio abolengo. Es verdad que la nueva Ley de Vivienda aprobada por parte del Gobierno (no me pidan que explique esto de «parte» porque precisaría de un editorial entero) parece haber acertado con el diagnóstico (faltan pisos de alquiler y la gentrificación hace que los que hay sean muy caros), pero se duda mucho de que haya sucedido lo mismo con la solución.

Sinceramente no me siento capacitado para valorar la Ley hasta que no vea su efecto real. Solo puedo mencionar que toda la oposición la ha tildado de «franquista», porque según ellos parece volver a la época del Ministerio de Arrese, y que algunas de las medidas, como las de recuperar suelo militar para edificar viviendas, fueron ya propuestas por Zapatero con un éxito más que dudoso. Sobre las decenas de miles de inmuebles que Sánchez ha prometido sacar a la luz, la gente no deja de preguntarse que, si esas viviendas existían realmente, por qué no se sacaron antes al mercado… ¿Será que los vientos electorales de abril y mayo son más propicios para airear esos inmuebles cerrados?  

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Claro que la oposición no va a la zaga del torrente de ocurrencias: el aspirante Feijóo no ha tenido mejor idea que la de sugerir que hay que liberalizar suelo. Como si eso no hubiese sido una catástrofe ya en abril –sí, precisamente en abril– de 1998.

No ha habido Veinticinco Años de Paz en el mercado de la vivienda. Desde que en 1958 Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry rodaran El pisito, muy pocas cosas parecen haber cambiado en España en asuntos de soluciones habitacionales –como se dice ahora– para los más desfavorecidos. En este sentido, la inoperancia y la estupidez siguen siendo pertinaces.

Caudal de series

Parece más fluido y cristalino, sin embargo, el torrente creativo de nuestros realizadores patrios. La oportunidad que plataformas como Filmin, Atresmedia o Rtve están dando a la juventud para que puedan llevar a cabo sus películas y series televisivas es digna de mención. Esta es una realidad que podría pasar desapercibida si no hubiese agitadores culturales que nos la diesen a conocer.

En Valencia, más concretamente en La Filmoteca y en Las Naves, hemos podido disfrutar del 25 al 30 d’abril del Festival de Sèries de València, organizado por el Institut Valencià de Cultura y GVA cultura y conducido con muchísimo oficio por Mikel Labastida, David Brieva y Áurea Ortiz, responsables del Podcast Laboratorio de series en el que he tenido el honor de participar en alguna ocasión.

En esta edición se han ocupado de la representación de lo valenciano en las series de TV, de la diversidad e inclusión en la ficción televisiva, o de la presencia de la salud mental en las realizaciones de hoy día. El colofón lo puso la charla/entrevista a Christopher Newman, productor de Juego de Tronos o Los anillos de Poder. Pero sobre todo han invitado a realizadores y guionistas jóvenes de nuestro país, como Luis Caballero, Ana Rujas, Mireia Vilapuig, Avelina Pratt o Abdón Alcañiz.

Ha sido una iniciativa cultural estupenda, que esperamos siga por muchos años, y que se lleve a cabo con la misma profesionalidad y rigor que se ha hecho en esta ocasión.

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Cultural wars

Jada Pinkett-Smith, activista política a tiempo completo, actriz a media jornada, ha decidido que sería buena idea pisar otro charco del tamaño del Nilo. Ha producido, junto a Netflix, una especie de docudrama en el que se habla de las reinas de la antigüedad. Nada de estrafalario tendría el hecho de que su Cleopatra haya sido interpretada por una actriz mestiza, de rasgos negroides –tan extraño sería eso como que la elegida fuese Liz Taylor–, de no ser porque lo que se afirma en la parte documental de la serie es, basándose en evidencias especulativas, que efectivamente Cleopatra era negra.

Creo que esto debe aclararse: no hablamos de un actor caucásico de ojos azules y cabello dorado interpretando a Jesucristo –un personaje con más rasgos ficcionales que históricos–, o de una Anna Bolena de ébano y un Don Pedro de Aragón con los rasgos de Denzel Washington que buscan epatar a un público demasiado acostumbrado a las uniformidades étnicas. De lo que se trata es de hacer pasar por verdad histórica una mera opinión ideológica. En el documental, una de las intervinientes llega a afirmar que «no importa lo que me dijeran en el colegio; yo sé que Cleopatra era negra», y eso, aparte de encender todas las alarmas de los educadores de todo el mundo, ha hecho saltar de sus butacas a los egiptólogos egipcios, que no parecen muy dispuestos a dejar pasar la supuesta afrenta.

Por qué motivo, más allá de que una manifestación de fe religioso-racial sea esto una afrenta, me resulta difícil de comprender. Los egiptólogos dicen que es un «borrado cultural» impuesto por Norteamérica, que siente mala conciencia por su pasado esclavista. Yo pienso que más bien puede deberse al hecho de que presentar una demanda contra Netflix puede resultar económicamente muy sustancioso en el país de las sanciones multimillonarias.

Y es que para muestra un botín: una compensación del tamaño del Empire State ha tenido que pagar la FOX a quienes la denunciaron por manipular noticias sobre las votaciones en EE. UU. a favor de Donald Trump. Las mentiras tienen las patas muy cortas, y los abogados en el país de las libertades las ambiciones muy largas, y no solo han logrado que la empresa de Rupert Murdoch evite llegar a juicio pagando 787 millones de dólares, sino que de paso se ha conseguido, por vía indirecta, liquidar a Tucker Carlson, uno de sus muy polémicos presentadores estrella.

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Necrológica draconiana

Y sí, Fernando Sánchez Dragó, uno de nuestros muy polémicos presentadores estrella, ha muerto este mes de abril. Desde que sucedió he tenido claro que tal hecho debía mencionarse en este querido editorial, pero hasta ahora mismo no he sabido qué enfoque podría darle.

Fue, sin duda, un personaje que despertó grandes devociones y no menos antipatías. Sus salidas de tono, muchas veces de indudable mal gusto, su ego desmesurado, sus devaneos y copernicanos giros políticos –a su esfuerzo debemos la patochada de la moción de censura mencionada en el editorial anterior– le hicieron merecer la repugnancia de muchos de los biempensantes a quienes disfrutaba ofendiendo.

No creo que tal afán disruptivo sea algo que quepa valorar positivamente, pero es innegable que lo ejecutaba con certera profesionalidad. Del resto de su vida pública sí cabe señalar que fue un agitador cultural –en el buen sentido– de primer orden. Llevó la literatura a prime time con sus programas Negro sobre blanco, El faro de Alejandría o Las noches blancas, entre muchos otros, y se atrevió a debatir en ellos con personajes de todo el espectro ideológico.

Con respecto al cine, no sé muy bien qué decir; se me quedó grabada su imagen en una bicicleta estática mientras veía El manantial, de King Vidor, con Gary Cooper, película basada en un libro de su muy adorada Ayn Rand. Dijo del filme que se inspiraba en el superhombre de Nietzsche, y quizá por eso recuerdo tan vivamente la escena.

Sin embargo, parece que tuvo una devoción inicial por la gran pantalla: A finales de la década de los cincuenta Sánchez Dragó se matriculó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) de Madrid, mientras estudiaba Filosofía y Letras.

Allí recibió clases de José Luis García Berlanga, y fue compañero de Basilio Martín Patino y Manuel Summers. También hizo diversos cameos en películas de poca monta y escribió dos guiones –uno sobre Isabel la Católica y otro sobre dos hermanos cubanos–, pero ninguno llegó a rodarse. Se dice de él que era muy proclive al misticismo y los saberes herméticos.

Pero he hablado explícitamente del personaje. Si hay algo a lo que demasiada gente se atreve es a confundir con él a la persona, y así leemos panegíricos o diatribas tan exagerados como probablemente inciertos.

Nadie, salvo sus allegados, saben cómo era la persona. Tuvo numerosas compañeras y cuatro hijos, y casi todas estas personas dicen cosas buenas de él. No puedo opinar sobre si son la nostalgia, el dolor o el sincero recuerdo el que habla por sus bocas, pero estoy seguro de que son las más indicadas para valorar al Sánchez Dragó humano.

Ha muerto sí; poco más me atrevo a decir, salvo que el tiempo lo pondrá en su sitio… e ignoro sinceramente qué sitio será ese.

Mientras tanto, que la tierra (seca) le sea leve.      

Escribe Ángel Vallejo

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