Editorial abril 2025

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Lux aeterna

Se apaga abril como la vida de los hombres –santos o no–, que Dios acogerá en su seno porque es misericordioso, tal y como canta el coro en el Réquiem de Mozart en Lux aeterna, último movimiento de su magna obra inconclusa.

Se apaga el abril en que celebramos la Semana Santa como la luz que brilla con doble intensidad antes de consumirse, como dice Tyrrell, el dios de la biomecánica en Blade Runner a su hijo pródigo, ese Roy Batty que representa a Cristo en su pasión salvando a todos los hombres porque ama la vida, sin saber que en realidad salva a uno de los suyos, un replicante desalmado, pero también digno de la misericordia del Dios de Mozart.

Lux aeterna es un tropo recurrente en la cinematografía: una película de Gaspar Noé protagonizada por Charlotte Gainsburg en 2019 lleva ese nombre, pero mucho antes, en 1968, constituyó una de las piezas musicales principales de 2001, una odisea del espacio, que suena en El amanecer del hombre cuando los simios tocan el monolito, pero también cuando lo hacen los astronautas en Base luna o Dave Bowman se aventura más allá del infinito.

Lux aeterna es también el título del tema principal de Réquiem por un sueño, de Darren Aronofsky, que luego sonó como reclamo en los tráileres de películas como Soy Leyenda o El código Da Vinci, pero que sobre todo se hizo famoso al reutilizarse con distintos arreglos para el adelanto de El Señor de los Anillos: Las Dos Torres, bajo el nombre de Réquiem por una torre.

¿Y a qué viene todo este empeño por la Luz eterna? Pues sencillamente a que es una metáfora de la contemplación de Dios, de la llegada a La Casa del Padre, que es la fórmula que utiliza la Iglesia Católica para referirse a la muerte del Papa.

Extra Omnes

Me perdonarán el abuso de los latinajos, pero entenderán que la ocasión lo requiere. El fallecimiento del papa Francisco ha sido uno de los eventos más sonados de este mes de abril, y no cabe dejar de referirse a él, máxime cuando hemos tenido recientemente una película que nos ha introducido en el proceso de elección de Sumo Pontífice con todas sus entretelas y artimañas.

En efecto, Cónclave, de Edward Berger, que resultó premiada con el Oscar al mejor guion adaptado y BAFTA a la mejor película, entre otros galardones, se ha puesto de nuevo de actualidad a raíz del luctuoso suceso, y ha disparado el interés de los seglares por las cuitas y tejemanejes de los obispos que se verán luego reflejadas en las más o menos dilatadas votaciones de los cardenales bajo los frescos de Miguel Ángel.

Películas y series que hablan sobre cónclaves o los tratan más o menos tangencialmente ha habido muchas: la famosa Las sandalias del pescador, de Michael Anderson; El padrino III, de Coppola; Habemus Papam, de Nanni Moretti; Ángeles y Demonios, de Ron Howard, o la serie El joven Papa, de Paolo Sorrentino, a las que habría que añadir las elegíacas con Francisco –Jorge Mario Bergoglio– Los dos Papas, Llámame Francisco o Francisco: El padre Jorge, de Fernando Meirelles, Danielle Luchetti y Beda Docampo respectivamente.

La gracia de Cónclave es que parece hablar de la elección presente sin referirse a ella: los príncipes de la Iglesia se debaten entre la elección de un supuesto papa progresista como Bergoglio, o la de un supuesto conservador como Ratzinger. Las diferentes sensibilidades vienen representadas en la película por el extraño cardenal Vincent Benítez (Carlos Diehz) y el muy tridentino Godfreddo Tedesco (Sergio Castellitto).

Si me he referido a los dos últimos obispos de Roma con el muy prudente “supuesto” es porque no cabe esperar más que diferencias de matiz en sus pontificados. Como ellos mismos han manifestado impotentes muchas veces, la Cátedra de San Pedro está sujeta por hilos sutiles pero firmes, y los papas no pueden hacer muchas más reformas de las que les deja el Espíritu Santo, cardenales mediante, por muy “progresistas” que sean.

Y es que cuando intentan tal cosa, pueden verse sometidos al albur del poder temporal. Que se lo digan si no a Juan Pablo I, del que se sospecha –no sabría decirles si con mucho fundamento, pero así lo sugiere Coppola en la ya mencionada El Padrino III– que fue asesinado cuando quiso meterse en los asuntos del Banco Ambrosiano. 

«Ángeles y demonios», cuando la ficción y la realidad entrecruzan sus caminos

Santos y catedrales

Pero no solo el Santo Padre nos ha dejado en abril para verse expuesto en San Pedro del Vaticano antes de descansar eternamente en Santa María la Mayor: El autor de Conversación en la catedral, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, falleció el de abril a los 89 años en Lima.

Actor aficionado, presentador de programas de televisión de carácter cultural y accidentado político, Vargas Llosa vio varias de sus obras adaptadas a la gran pantalla. Las más destacadas fueron Los cachorros, La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras (dos veces) y La fiesta del Chivo.

Vargas Llosa no será canonizado, dado su manifiesto ateísmo… pero eso no le impedirá acceder al Olimpo de los dioses de la narrativa: habiendo ganado el Cervantes, el Nobel y siendo miembro de la Real Academia de la Lengua, pocos méritos más pueden exhibirse para reclamar su asiento junto a las Musas. 

También acabó la peripecia vital de Val Kilmer, quien encarnara a El santo en 1997, a causa de una neumonía cuando solo contaba 65 años. A pesar de haber representado a Filipo de Macedonia, Jim Morrison, Doc Holliday o Batman, la sensación de vida y carrera inconclusas, como el Réquiem del niño prodigio austríaco, resulta inevitable.

Lux Contingens

Mucha gente recuerda la famosa frase de Amanece que no es poco en la que uno de los vecinos del pueblo imaginario en que se desarrolla la acción exclama: ¡alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario!, y también es probable que muchos de esos no sepan que la relación entre lo necesario y lo contingente es pareja a la que existe entre lo eterno y lo perecedero.

No parece necesario explicar qué es lo eterno, pero sí decir que su opuesto es lo contingente: aquello que puede llegar a ser o dejar de ser, es decir, cuya existencia es accidental o depende de otros, y cuya inexistencia o desaparición igualmente se hallan en causas externas como el azar o la providencia.

Dicho esto, cabe oponer la Luz Eterna y Necesaria a la accidental y contingente, que también ha tenido ocasión de manifestarse aquí en terra cógnita, lejos de la Casa del Padre. En efecto, el gran apagón que protagonizó la Península Ibérica el pasado día 29 de abril vino a dar al traste con la infalibilidad del sistema tantas veces proclamada por su obispo Pedro. Si la causa ha sido el azar o la necesidad, es algo cuya elucidación cabe dejar en manos de los especialistas, pero lo cierto es que la luz se deshizo y luego volvió a hacerse en un intervalo de horas, alimentando los sueños conspiranoicos de preparacionistas y apocalípticos, pero también las pesadillas de los creyentes en la robustez de la red eléctrica, las energías renovables y la arcadia del mercado.

De todos, en una palabra, que vieron cómo el colapso se hizo real y tangible al menos por una jornada, como las llagas de Cristo de las que descreía Tomás el Apóstol.

Dejar el mundo atrás, El apagón o la serie francesa El colapso y la española Apagón son producciones que han tratado con mayor o menor fortuna eventos semejantes. Todas ellas refieren a situaciones perfectamente posibles, muy alejadas de invasiones extraterrestres o apocalipsis zombis. En ellas la angustia del espectador se mide por un parámetro distinto al de las survival horror clásicas: aquí el terror no viene de la atracción morbosa que surge en el espacio seguro de lo irreal, sino de la constatación de la fragilidad de un sistema cogido con hilos cada vez más finos del que todas nuestras vidas dependen.

La serie española «Colapso»: cuando la ficción se adelanta a la realidad

Lo verdaderamente original de la serie Apagón de Movistar Plus es que en ella se muestra, por un lado, cómo la paranoia incrementa las consecuencias de la catástrofe, y por el otro cómo los dilemas éticos pueden dar mucho más juego argumental que las meras persecuciones o luchas agónicas por la supervivencia. En un mundo apocalíptico, las policías de balcón, los actos irreflexivos, las estrategias de comunicación política, el miedo a hechos que realmente no están sucediendo o los automatismos gregarios, pueden ser mucho más peligrosos que el evento desencadenante en sí.

La conclusión parece acercarse a esa que postula El eternauta, la recién estrenada serie argentina que adapta el cómic clásico de Oesterheld y Solano: nadie saldrá de la catástrofe sin la ayuda de otros. Como en el truco –ese juego de naipes argentino que parece provenir del truc valenciano–, aparte de la complicidad con el compañero, el engaño al rival o la osadía para jugar contando con el miedo del otro, la capacidad para jugar con la mano que se tenga parece ser un elemento fundamental para la supervivencia.

Qué quieren que les diga, la cosa promete: una serie con acento argentino –que no tiene nada que ver con la sonoridad del habla, sino con la cercanía y familiaridad de actitudes humanas que a veces nos suenan tan ajenas en las producciones de más al norte del golfo de México– es una de las mejores cosas que pueden pasarle al esclerotizado panorama apocalíptico televisivo, tan agostado ya que apenas la segunda entrega de Last of us aguanta el tirón con una típica historia de venganza excesivamente deudora del western clásico.

Tampoco deberíamos especular en exceso o sacar conclusiones precipitadas sobre el comportamiento humano en tales tesituras: el apagón en España duró solo unas horas –y aún así hubo víctimas mortales y situaciones angustiosas y desesperadas sobre las que no cabe frivolizar– y lo cierto es que con respecto a la actitud de la población en general, el evento dejó imágenes más parecidas a un día festivo que a la ira irracional que muestran los protagonistas de La purga.

Es cierto que no se produjeron los más de 1000 incendios y saqueos de tiendas que asolaron Nueva York en 1977, pero también lo es que allí el apagón duró 25 horas y aquí la mayor parte del país había recuperado el fluido eléctrico antes de la caída de la noche.

Aunque cabe congratularse por esta resignación y alegría mediterráneas, expresadas con cerveza caliente en las terrazas y con guitarras en los parques, no deberíamos confiar en que constituyesen el carácter esencial de un pueblo, porque tales efusiones se deben fundamentalmente a lo contingente y no a lo necesario: ya dijo Dostoievski que si Dios –la Lux aeterna– muriese, todo estaría permitido.

Escribe Ángel Vallejo

La ira irracional que muestran los protagonistas de La purga ha dado pie a multitud de secuelas