Adiós, año cruel

Acabamos de despedir un año nefasto, pleno de catástrofes, desgracias y corruptelas. Dos guerras crudelísimas siguen activas y sin visos de solución a corto plazo; el panorama político es desalentador, con el fuego del populismo que todo lo arrasa extendiéndose por el conjunto del orbe; y con una naturaleza iracunda cuya lógica brutal e inapelable nos hace pagar el precio de nuestros desmanes: huracanes, inundaciones catastróficas, crisis migratorias y humanitarias…
¿Hay, con todo esto, sitio para la esperanza?
Puede que sí, aunque no precisamente en la esfera de lo cotidiano. Acompáñenme a la sala oscura para que podamos abrigarla.
¿Resucita el cine?
En el editorial de diciembre de 2023 señalé que aquel parecía un año nefasto para el cine. Se agudizaban crisis creativas y hacían su aparición nuevos elementos, como la IA, que no se sabía muy bien si acabarían por solucionarlas o por disolverlas: los guiones prefabricados, refritos, parecían una seña de identidad de los escritores artificiales cuyos productos se prodigaban por las plataformas y salas como clonados champiñones de granja.
Pero por suerte, la realidad es dialéctica y parece que 2024 apuntó una corriente opuesta en el ámbito creativo, que quizá pudiera llegar a contrarrestar aquel infamante torrente de desgana y poco vigor cinematográfico.
Es cierto que las llamas parecen brillar con mayor intensidad antes de apagarse, y que gran parte de las producciones de las grandes plataformas acusan todavía hoy una tendencia degradante en su calidad que corre pareja a su abrumadora cantidad… pero es que el cine de grandes salas pareció resucitar este año de nuevo con películas notables e imaginativas, y algunas de las más señaladas tendencias de los pasados años, que amenazaban con eutrofizar la cartelera, han ido dejando paso si no al predominio del cine de autor, si a unas producciones más artesanas y personales.
Por ejemplo, con las excepciones a la regla de Deadpool y Lobezno o Venom 3, el cine de superhéroes parece haber entrado en una necesaria parada técnica por saturación y hastío del público. Muchas de sus producciones se han estrenado directamente en plataformas para TV o son, como ejemplifican las películas mencionadas, verdaderas enmiendas a la totalidad de sus presupuestos, entendido este concepto en su sentido doble: sus premisas argumentales y sus excesos dinerarios.
Así Warner-DC, con la notable Joker, Folie à deux, que no es una película de superhéroes, sino acaso de villanos que dan lugar a villanos –y una parte importante del subtexto parece señalar que los villanos, en realidad, somos nosotros–, ha elegido el formato musical para cuestionar, aún más si cabe, la reiterada narrativa de las epopeyas contemporáneas que tuvieron su fundamento en la edad de plata del cómic norteamericano. La película no ha tenido mucho éxito y ha sido conveniente y generalmente machacada por crítica y público, pero a un servidor le ha resultado un necesario y renovado soplo de aire… viciado.
El regusto agrio de lo decadente también puede resultar estimulante para el arte.
En un sentido distinto, Deadpool y Lobezno es una exagerada y esteroidea deconstrucción del cine de superhéroes cuyo estilo inaugurara la celebrada Kick Ass, de Mathew Vaughn; es verdad que aún abunda en algunos clichés, y que ha perdido la gracia y sorpresa de sus antecesoras… pero que haya tomado al seriote Logan como excusa para sus astracanadas es de nuevo algo que no podemos si no aplaudir como autocrítica desde lo grotesco.
Hay sin embargo otros aspectos sobre los que cabe llamar la atención: sin caer en otro de los grandes males que suponían los remakes innecesarios de los últimos años, la taquilla parece querer volver a los clásicos: una nueva y agradable versión de El Conde de Montecristo de ese extraño admirador de Dumas que es Mathieu Delaporte revitalizó –sin alcanzar cotas de excelencia– el cine de aventuras, y la nueva de Nosferatu del siempre atrevido Eggers parece querer retomar el terror gótico sin abundar en el cine de tensión y sustos que ha caracterizado al género en estos últimos años de posesiones y ouijas.

Disney no parece abandonar sin embargo su idea de explotar sagas como Del revés o Vaiana, o realizar innecesarios híbridos entre la animación y el Live action como los de Mufasa, a la vez que parece haber apadrinado a directores tan originales y llamativos como Yorgos Lanthimos, a quien le produjo dos películas entre 2023 y 2024: Pobres criaturas y Kinds of kindness. A sus ejecutivos habría que decirles que no por cultivar dos extremos se llega a un justo medio virtuoso: puede cuidar la originalidad de sus películas de animación dando rienda suelta a sus creativos, sin encorsetarlos en agendas financieras o moralizantes.
Con todo, lo que ha predominado este año es el cine de autor. Hacer un listado de todas las películas notables se antoja casi imposible, pero parece que no podemos dejar de señalar el retorno de Wim Wenders con su Perfect Days, estrenada el 12 de enero, y el de Jonathan Glazer, que dio a conocer justo una semana después de Wenders su Zona de interés en las salas comerciales de nuestro país.
Pareciera que la reaparición de Coppola fuera de concurso en Cannes –fallido Me too incluido– daría mucho que hablar: su Megalópolis generó encontrados debates entre los que la consideraban una chapuza u otra originalísima rareza del más arriesgado de los realizadores clásicos. Sin embargo la tormenta pasó pronto, y fue otra película estrenada en ese mismo festival la que hizo hervir los mentideros de la ciudad francesa: La sustancia, de Coralie Fargeat, una cineasta casi novel que escribe sus propios libretos, fue galardonada con la Palma de Oro al mejor guion por una película tan extraña como a mi juicio fallida, que da una idea de que el chauvinismo sigue muy presente en el festival galo.
La sustancia no esconde sus homenajes al Kubrick de El resplandor o 2001: una odisea del espacio, ni parece que tenga reparo en sentirse deudora del movimiento de la Nueva carne o el Body horror de Cronenberg, pero resulta infantil y casi ridícula en ambos aspectos: no puede considerarse que copiar simetrías, personajes, planos y alfombras del Overlook vaya más allá del guiño friky, y tunear una versión recortada y cutre de Así habló Zarathustra solo muestra que hay poco respeto por el oído de los espectadores.
Si a todo esto le añadimos la combinación de los engendros de Cronenberg con la irreverencia hemoglobínica de Peter Jackson, lo único que obtenemos es –como el personaje de la película– una quimera disfuncional que abusa de la suspensión de la incredulidad en la misma medida que de la paciencia del respetable, y que no funciona siquiera como fábula moral, dada la ínfima calidad de un guion absurdamente premiado.

Los que se quedan
Pero no todo son hypes o malas noticias para el cine artesanal: en lo personal, una obra del también considerado auteur Alexander Payne me llegó al corazón: Los que se quedan, estrenada en España tan pronto como el 3 de enero, narra las vicisitudes de un profesor y su alumno obligados a convivir en el instituto durante las vacaciones de Navidad de 1970.
Villeneuve estrenó la segunda entrega de Dune, una película llamada a envejecer mal, pero que atesora ciertos hallazgos estéticos. No parece el canadiense reencontrar la fórmula del éxito creativo de La llegada, y quizá haría bien en abandonar la senda mainstream para retomar su vis creativa. Parece que va a atreverse con Cita con Rama, y no podemos sino desearle suerte emulando a Kubrick adaptando a Clarke. Con Ridley Scott no acabó de funcionarle el invento al hacer la secuela del clásico de Philip K. Dick, aunque viendo las últimas películas del británico –sí, me refiero entre otras a Gladiator II– lo que cabe preguntarse es cómo Blade Runner le salió bien en el 82 al autor de Alien.
Otra de las agradables sorpresas del año ha sido, en mi opinión, la supuesta despedida de Eastwood, Jurado nº 2, que tiene casi todo lo que para mí puede considerarse buen cine. Jurado nº 2 es una muy seria crítica al sistema judicial norteamericano en casi todos sus aspectos: el de la vinculación de la política y la judicatura, un aspecto poco señalado y que hace que los profesionales tanto de la fiscalía como de la magistratura, elegidos en sufragio por el pueblo, busquen muchas veces un elevado número de condenas ejemplares para atraerse un número suficiente de votos.
Pero desde luego lo que más me ha gustado es el enfoque filosófico: alguien que sabe mucho de cine me ha dicho que probablemente Eastwood no lea mucha filosofía… pero en cierto sentido y como diría Gramsci, dado que todo hombre es filósofo, no parece necesario haber leído a Nagel o Williams para hacer una película sobre la suerte moral o a Kant para plantearse si debe hacerse justicia aunque perezca el mundo: basta con ser humano y reflexionar, y eso es algo de lo que Eastwood, con 94 años sobre la faz de la tierra, ha tenido tiempo de hacer desde su cine.
Los que se van
Ya no le queda más tiempo sin embargo a Marisa Paredes, que se nos fue este diciembre con 78 años y más de 75 películas en su haber, de las que nuestro presidente del Gobierno fue incapaz de nombrar una sola en el día de su sepelio. Una de las Chicas Almodóvar más reconocidas protagonizó junto al manchego Entre tinieblas, Tacones lejanos, Todo sobre mi madre, La flor de mi secreto, Hable con ella o La piel que habito, pero también tuvo una trayectoria nacional e internacional muy dilatada con películas como Profundo carmesí, La vida es Bella, Espejo mágico, El coronel no tiene quien le escriba, El espinazo del diablo, Doctor Chance, Frío sol de invierno o Pasiones rotas, entre muchas otras.
Con ella nos dejaron en 2024 Silvia Pinal, Alain Delon, Silvia Tortosa, Kris Kristofferson, Maggie Smith, Donald Sutherland, Ventura Pons, Teresa Gimpera, Norman Jewison, Bernard Hill, David Soul, Shannen Doherty, Carl Rogers o James Earl Jones, por hablar solamente de personas vinculadas a la cinematografía.

El cine español es lo que era
Nadie tome el encabezado como una crítica: en realidad el cine patrio goza de cada vez mejor salud, con nuevos realizadores –y sobre todo realizadoras, no olvidemos que 2024 ha sido un año enormemente fructífero para mujeres directoras como Pilar Palomero, Arantxa Echevarría, Paula Ortiz, María Trénor o Mar Coll, entre muchas otras– que parecen revivificar el panorama y darle un nuevo enfoque, un aire fresco y necesario.
Cuando hablo de «lo que era» me refiero fundamentalmente a la tendencia de nuestro cine a retomar la memoria del pasado, superando sin embargo el reiterativo e indigesto escollo de la Guerra Civil.
Películas como El 47, La infiltrada, Marco o Soy Nevenka, se ocupan de hechos pretéritos que merecen consideración a la vez que reavivan el interés por un desatendido pasado reciente, huérfano de tratamiento dramático, que sin embargo tanto tiene que ofrecernos argumentalmente.
La música es otro de los leitmotivs que han predominado el último año en nuestro cine: Rock Bottom, La estrella azul, Segundo premio o incluso la incursión en el cine documental del músico C. Tangana, La guitarra flamenca de Yerai Cortés, son películas que, descontada su limitada difusión, han gozado del favor de la crítica y el selecto público que las ha visionado.
Por último, la muerte, como no podía ser menos, en sus versiones «dulces» como en La habitación de al lado o Polvo serán y en la más dolorosa de Los destellos, ha estado presente como tema universal en un año no exento de sucesos luctuosos.

Por un 2025 sin rimas consonantes
Y es que el cine viene a evadirnos de lo cotidiano, es cierto, tal y como he sugerido al principio de esta humilde crónica anual. Pero no por ello debe eludir los temas universales sobre el dolor o la muerte. Al fin y al cabo, el cine es el mejor cronista de nuestro tiempo, y si al poco de abandonar la sala oscura uno se da de bruces con una realidad cruel, esta también debe ser objeto de su ministerio.
Solo el paso del tiempo, evidenciado de modo formal en los tránsitos del calendario, parece poder curar heridas tan profundas como las que ha dejado 2024. Las cicatrices permanecerán, sin duda, y el cine será capaz de trabajar con un material tan doloroso como fecundo para entregarnos obras que puedan rendir culto a la memoria de los que sufrieron. También para alegrarnos a pesar de la tragedia, por supuesto, porque hay pocos eventos que no resistan una variedad de enfoques que vayan desde lo lúdico a lo sarcástico. No solo de dolor puede vivir la memoria del hombre.
Llega un año nuevo y solo queda desear que al menos esa esfera que nos aleja de lo cotidiano, a veces para reinterpretarlo, asumirlo o transformarlo, sea digna del material con el que trabaja: la vida humana en todo su esplendor y decadencia.
Feliz Año Nuevo.
Escribe Ángel Vallejo
